Elena del Amo Luis Davilla

Hasta hace nada, Quito no parecía ser mucho más que una escala obligada en el vuelo hacia Galápagos. Poco le lucía a la capital ecuatoriana haberse convertido en la primera ciudad del mundo declarada Patrimonio de la Humanidad hace casi cuarenta años. En los últimos dos o tres, sin embargo, no paran de lloverle los premios. Si en 2013 National Geographic y Lonely Planet la señalaban como uno de los lugares del momento, el año siguiente se aupaba como Destino Líder de Suramérica en los World Travel Awards; algo así como los Oscar de los viajes. A resultas, su remozado centro histórico vive un momento dulce y, junto a él, también el apabullante hilván de volcanes que le queda a tiro de piedra.

Por estos colosos que superan sin pestañear los cinco mil metros, un reguero de haciendas centenarias se presta a oficiar como morada en absoluto humilde desde la que salir a explorar la que Humboldt bautizara como Avenida de los Volcanes. En tiempos de los españoles, mucho antes de reciclarse como hoteles, los potentados de la colonia levantaron aquí mansiones de fábula donde agasajar a sus huéspedes, explotar la tierra y criar ganado, en ocasiones de lidia. De hecho en la de El Porvenir, a las faldas del Rumiñahui pero también inmejorablemente ubicada para salir a cabalgar junto al cono perfecto del Cotopaxi, nacieron algunos de los primeros toros bravos que se vieron en la Monumental de Quito. Pero para brava, la huésped más ilustre de la Hacienda Pinsaquí: Manuelita Sáenz, alias la coronela.

Pinsaquí

Esta mujer de armas tomar se había puesto el mundo por montera muchas veces antes de escandalizar a la alta sociedad quiteña convirtiéndose en una rebelde de lo más activa contra el dominio colonial, amén de en la nada disimulada amante del mismísimo Bolívar. Aunque, como apuntan las malas lenguas, el amante fue él, ya que Manuela era la única de los dos que estaba casada. A las faldas del volcán Imbabura, en este caserón del XVII se amaba la pareja cuando el Libertador andaba de campaña por la zona, lo cual no deja de tener su morbo para algún que otro viajero mitómano. Poco ha cambiado desde entonces en sus aristocráticos jardines y sus salones adornados de candelabros y muebles franceses traídos por uno de sus viejos propietarios, amante en este caso al parecer de Frida Kahlo en sus años de embajador en México.

San Agustín de Callo

Como paréntesis en el tiempo, todos estos retiros serranos empapados de decadencia ambientarían a la perfección un culebrón de época. Rancias familias criollas suelen seguir al frente, como los Jarrín, que viven de ofrecer almuerzos típicos y del seguro mucho más lucrativo cultivo de rosas en su Hacienda La Compañía , o la también fundada por los frailes San Agustín de Callo, propiedad antaño del ex presidente ecuatoriano Leónidas Plaza y ahora regentada por su nieta. Un rebaño de llamas se encarga de recibir en el patio a los que se instalarán por unos días en esta granja de sabor muy taurino, con unos puñados de habitaciones con chimenea y vistas a la cima nevada del Cotopaxi. La capilla de la finca aseguran que está alzada sobre los cimientos de un palacio inca. Los de la Hacienda La Ciénaga, morada de las misiones geodésicas que lideraron por estos pagos Humboldt y La Condamine, son directamente los del volcán.

Comedor inca en San Agustín de Callo

Cómo llegar

Vuelos directos entre Madrid y Quito, a partir de unos 680 € ida y vuelta con Iberia comprando el billete con antelación. La mayoría de estas haciendas se encuentran a entre una y dos horas de la capital ecuatoriana, a lo largo de la llamada Avenida de los Volcanes.

Actividades desde las haciendas

Estas sierras son territorio de los chagras, los cowboys de los Andes que, a lomos de caballos criollos, manejan el ganado a golpe de huasca. Pero también lo son de los indígenas que por sus humildes aldeas intercambian vacas y ovejas en mercados de regusto casi medieval como los de Yatzaputzán o Zumbahua; que labran los sembrados de quinua, frijoles y papas a las faldas de sus volcanes, y que los veneran con oraciones y ofrendas para que no se les pongan bravos y les permitan seguir viviendo a su vera. Desde estas haciendas coloniales puede salirse al encuentro de este universo andino con tanta fuerza, y también de su naturaleza, ya sea a caballo, en bici, en 4x4 o a pie.

Hay decenas rutas para elegir: desde excursiones breves como la de la laguna del Cuicocha o los senderos más sencillos del Parque Nacional del Cotopaxi –el favorito de los trekkings por la Avenida de los Volcanes–, hasta caminatas de varios días entre, por ejemplo, el volcán Cotacachi y los picos gemelos de los Ilinizas. Desde ascensiones sólo aptas para escaladores expertos hasta admirar plácidamente semejantes excesos de la naturaleza desde los jardines de estos hoy hoteles cargados de historia, que ponen a disposición de sus huéspedes todo lo necesario para organizar cada expedición.

Más información

En Turismo de Ecuador y Turismo de Quito.