Ofrecer té, en la cultura china, mantiene todo su significado como señal de respeto, gratitud e incluso, como forma de disculparse. Una vez exportado al mundo, los rituales del té o el modo de consumir la infusión adquieren sentidos diferentes. Sin embargo, en todos los países se entiende como un agradable momento de socialización.

A principios del siglo XVII, un embajador chino se presentaba ante el zar de Rusia, Mijaíl Romanov, con un cargamento de té. Pocos años después, los rusos adoptaban la bebida como uno de sus mayores deleites. Por las mismas fechas, el té llegaba a Europa para quedarse.

De China a Moscú

Alcanzar Moscú, desde China, obligaba a atravesar Mongolia, y también allí se aficionaron al té, aunque salado. Se prepara con la misma cantidad de leche y agua; además de sal se le suele añadir mantequilla o grasa. Una bebida naturalmente energética e incluso, una comida completa. Las tribus nómadas mongolas añaden trozos de carne o masas rellenas convirtiendo el té en un plato muy nutritivo.

Mongolia.

La Mongolia de Genghis Khan y los paisajes desérticos fue, durante el siglo XIII, el imperio que dominó la mayor parte de Asia y obligó a China a levantar su gran muralla de protección. Después, los chinos recuperaron el poder en la región.

Mongolia es el desierto de Gobi en el sur, las estepas en el centro y los bosques en el Norte. Su clima extremo, menos cincuenta grados en invierno y más de cuarenta en verano, no anima a quedarse. Pero, Ulan Bator, su capital, aún conserva vestigios de su grandioso pasado, aunque tan sólo una de las cuatro residencias imperiales permanece en pie.

Mongolia.

El Palacio de invierno del Bogd Khan fue la vivienda del líder espiritual de los mongoles y máximo jerarca del budismo lamaista. El lama de mayor rango en Mongolia habitaba en este complejo, ahora museo, que incluye seis templos. El palacio mantiene una exposición de objetos, entre los que se encuentra el trono del último emperador mongol o un par de botas ceremoniales regaladas por el Zar Nicolás II de Rusia.

Tradición rusa del té

Desde aquel regalo del embajador chino al zar ruso, hace cuatro siglos, Rusia adoptó el té y lo adaptó a su cultura. Esa adaptación pasó por el empleo de un original recipiente metálico en forma de cafetera alta que dispone de una chimenea interior con infiernillo, el samovar. Los rusos toman el té dulce, caliente o frío y, desde luego, muy fuerte.

Vistas de Moscú.

Moscú es el centro de las tradiciones rusas vinculadas al té. La capital rusa se extiende alrededor de su centro histórico. Desde el puente flotante del parque Zariadie se disfruta de la mejor vista del Kremlin. El recinto amurallado, residencia de antiguos zares y sede del Gobierno Ruso, incluye cuatro palacios y cuatro catedrales. Los restos del estado soviético se dispersan por toda la ciudad.

El Kremlin y la Plaza Roja, con su catedral de San Basilio, constituyen el centro geográfico y espiritual de Moscú. Otra de sus atracciones turísticas, conocida mundialmente, es el medio de transporte por excelencia de la capital. El metro fue bautizado como una red de "palacios subterráneos" y exhibe altos techos decorados con pinturas, molduras y lámparas. Es todo un museo aunque, desde luego, no el único. Ciudad de teatro, arte y cultura, las artes escénicas clásicas se encuentran entre las mejores del planeta. El Teatro Bolshoi no sólo es un magnífico edificio, también da nombre a su gran compañía de teatro, danza y ópera.

Fuente de la Amistad de los Pueblos, Moscú.

Japón

Budismo y té parecen ir muy unidos. El país del sol naciente adoptó el té gracias a sus maestros budistas. Antes del siglo noveno, los monjes japoneses ya aprendían en China tanto la doctrina budista como la preparación y el consumo del té. Estos sacerdotes llevaron a Japón semillas y arbolitos para plantarlos en sus monasterios. Tres grandes maestros zen elevaron la preparación y el consumo del té al rango de ceremonia casi sagrada, un arte, el "cha-no-yu".

Jardín japonés.

El budismo es la religión más extendida en Japón y sus templos se encuentran por todas partes. Uno de los principales es el de Nishi Honganji, en Kioto. Fue construido en el siglo XIII y es uno de los más antiguos que se conservan. Otro de sus templos más emblemáticos y visitados es el de Fushimi Inari-Taisha, en el que el color rojo predomina desde su entrada. Kioto fue capital de Japón entre el siglo VIII y el XIX y mantiene un rico patrimonio cultural, artístico y arquitectónico. Sus barrios conservan edificios tradicionales de madera y casas de té, preciosos jardines y grandes palacios.

Europa

A partir del siglo XVII las Compañías de las Indias Orientales, holandesa y británica, se encargarían de extender el té por sus colonias. Pero, fue, finalmente, la Compañía Británica la que se hizo con el monopolio gracias a ciertos trucos y a su poderosa flota.

El nacimiento del británico 'té de las cinco' tiene su origen en el siglo XIX. Anna Russell, séptima Duquesa de Bedford, la Duquesa hambrienta, pidió a su sirvienta que le llevara unos sándwiches y algo "de picar" con el té de media tarde. Pronto comenzó a invitar a las amigas a sus "tea parties". La tradición llegó a oídos de la reina Victoria y se adoptó en el Palacio de Buckingham y, después, en toda Inglaterra.

Piccadilly Circus en Londres.

Los turistas que recorren las cercanías del Palacio, la Torre de Londres o el Parlamento británico suelen acercarse también a Piccadilly. La mítica plaza, punto de encuentro y gran zona de ocio londinense, también anima a tomar el té. Y si el bolsillo lo permite, lo ideal sería cumplir con la tradición en el 150 de Piccadilly, en el lujoso salón de té del mítico Hotel Ritz.

La costumbre del 'té de las cinco' creó la excusa perfecta para disfrutar con amigos y familiares y convertirlo en el momento social del día.