La calma, la tranquilidad y sus paisajes verdes pueden ser los atributos más claros de las Islas Feroe, el archipiélago danés formado por 18 islotes que se encuentra entre Islandia y Noruega, en el Atlántico Norte. Las Islas Feroe en cada rincón guardan un encanto especial y unos parajes de lo más seductores: cataratas, fiordos, islotes, pueblecitos que parecen haber salido de los cuentos nórdicos, faros, acantilados…
Tórshavn es una de las capitales más pequeñas del mundo y la capital de este Estado autónomo. También es donde vive la mayoría de la población de las islas y el lugar donde se encuentran los únicos tres semáforos de las islas, pero su encanto no es menor por ello. Su parlamento, el Tinganes, ocupa el mismo sitio que las asambleas vikingas utilizaron y es el único parlamento del mundo cuyo techo es de hierba.
El casco antiguo, Undir Ryggi, es un fantástico laberinto de caminos sinuosos y casitas de madera con tejados de hierba, todo ello en el centro de la capital. Su catedral es otro gran atractivo por su estructura de madera blanca, y en su interior se encuentra una maqueta del navío Norske Love colgando del techo, una donación que hicieron los sobrevivientes del naufragio. Y finalmente, el puerto de la capital ofrecerá una de las mejores fotografías de la ciudad con sus embarcaciones amarradas al muelle y las coloridas casas al fondo.
Pero el encanto de las Islas Feroe no se queda solo en la peculiar capital, sino que a lo largo de las 18 islas se ofrecen infinidad de paisajes y pueblos con encanto: la Isla de Vágar, ubicada al oeste, es considerada como la puerta de acceso al país y en ella se pueden encontrar angostos acantilados de una belleza espectacular. Miðvágur es una pequeña aldea de pescadores al sureste de la isla cerca de la cual se encuentra la cascada de Bøsdalafossur. En la caminata hacia la cascada se podrá disfrutar por completo de la naturaleza viendo borbotones de fango, turba, arroyos y muchísimas ovejas, sin encontrar ninguna pista humana, tales como vallas, cordones de seguridad o pasarelas.
Sørvágsvatn, también conocido como Leitisvatn o Vatnið, es uno de los lugares más visitados de las Islas Feroe. La estirada laguna que zigzaguea de norte a sur en forma de lombriz dejará boquiabiertos a todos los que la visiten y aprecien su magnitud. La colina de Ritubergsnøva es otro sorprendente paisaje, ya que se trata de una colina que se eleva sobre un acantilado de 376 metros de altura, y desde la cima de Trælanípa se puede contemplar el lago sobre el acantilado, una de las imágenes más sorprendentes de las islas.
La Isla de Mykines es la más occidental de todas y es la isla de los frailecillos por excelencia. Mykines es uno de los lugares del mundo con mayor concentración de estas aves, que migran desde Marruecos todos los años y utilizan las costas de esta isla para alimentarse de sus aguas. El faro en el Islote de Mykineshólmur permite tomar panorámicas increíbles de la isla y su habitante por excelencia en los meses de calor.
Pero los minúsculos pueblos que se reparten por las islas deben ser una visita obligada, al menos a alguno de ellos. Gasadalur es un pueblo semiabandonado en el extremo oeste de la Isla de Vágar y su fama proviene de la inusual cascada que desagua en el mar, un final que sorprenderá del río Dala. Cerca de esta aldea se encuentran otras aldeas deshabitadas como Vikar, abandonada en 1914 después de que todos los hombres de la aldea murieran al hundirse su barco pesquero. También se puede hacer la caminata de la antigua ruta de los carteros desde Bøur, que transcurre junto al precipicio.
Saksun es otro pueblo con encanto. Se trata de un poblado de 30 habitantes rodeado de un anfiteatro de cerros y bañado con una pequeña ría del mar. Su encanto se encuentra en sus peculiares casas con tejado de hierba que parecen ser de enanitos. Tjornuvik merece una visita por ser un pueblo pastoral rodeado por un fiordo, que desde lo alto de un cerro se puede ver la magnitud del fiordo y la minúscula parte que representa el pueblo.
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