El sosiego de los antiguos edificios monásticos es un bálsamo para el espíritu. Apartarse del mundanal ruido y encontrar la calma. Vacaciones de verdadero descanso, sin dispositivos tecnológicos ni comunicación con el mundo exterior. Un viaje personal e intransferible. Un tiempo de soledad y meditación. Las hospederías surgen de la tradicional acogida al peregrino y qué mejor peregrino que aquel que se busca a sí mismo. Alojarse en estos refugios monacales es cada vez más frecuente en España. Viajar hasta Nepal puede suponer una experiencia más cosmopolita.
Ascetismo con fondo de Gregoriano
El Monasterio burgalés de Silos tiene una larguísima historia, que comienza a escribirse hace más de once siglos. Sin embargo, sus monjes se hicieron mundialmente conocidos hace algo más de 25 años. Sus cantos gregorianos conquistaron el mercado musical de la mano de una compañía discográfica internacional. Y, el planeta conoció la belleza y la calma espiritual que emana de esas plegarias cantadas. Decía San Agustín que “el que canta bien, ora dos veces” y el canto en latín, de los monjes benedictinos de Santo Domingo de Silos, es un gran incentivo para vivir unos días monásticos.
Silos custodia el románico más grandioso del arte medieval europeo y su claustro está considerado una obra maestra. Arquitectura, escultura y un ambiente de recogimiento íntimo, y casi ascético, inundan los espacios que los monjes comparten con sus hospedados, al igual que los alimentos. Las estancias monásticas cuentan con una increíble biblioteca, una botica y un museo que el huésped podrá visitar. Pero, también obtendrá permiso para asistir a la oración comunitaria de los monjes, leer, meditar o pasear por la huerta del monasterio. Experiencias completamente alejadas de la vida diaria destinadas, en exclusiva, para huéspedes masculinos.
España posee una hermosa ruta de hospederías monásticas. Una forma de obtener recursos para mantener a la comunidad y los edificios en los que habita. Remanso de paz espiritual en los que monjes y monjas, alejados del mundo, comparten sus espacios con hombres y mujeres, aunque por separado.
Clausura femenina
El monasterio lucense del Divino Salvador, de Ferreira de Pantón, es el único cenobio femenino de la Ribeira Sacra que mantiene vida monacal. Conocidas en el pueblo como las Bernardas, la pequeña comunidad de monjas se esfuerza por mantenerse y mantener su convento. El edificio, cuyos orígenes se remontan al siglo X, posee una iglesia románica del siglo XII, un magnífico ejemplo del románico de la Ribeira Sacra. En el interior, se protege la imagen de una Virgen con el Niño que está datada entre los siglo XII y XIII. La fachada del monasterio es barroca y su claustro pertenece al renacimiento, posee un primer cuerpo realizado en piedra y el segundo de madera.
La congregación elabora artesanalmente deliciosos dulces que son conocidos en toda la comarca. La curiosa propuesta de estas monjas de clausura se dirige a “todas las mujeres de buena voluntad”, según reza su trípticos informativo. Su reducida hospedería monástica la conforman cuatro confortables y austeras habitaciones. Unos aposentos destinados a aquellas féminas que busquen un contacto profundo consigo mismas. La clausura de estas monjas benedictinas está marcada por un entorno de oración y trabajo que comparten con sus huéspedes. Un reducido grupo de mujeres dispuestas a mantenerse y a preservar, no solo la fe, sino un singular patrimonio.
Ciudadanos de todo el mundo buscan, entre los muros de los monasterios, ese remanso de paz que les proporcione descanso material y sosiego espiritual. Un viaje que puede llevarnos muy lejos.
Meditación tibetana
En un valle, rodeado por las montañas más altas de la tierra, aparece Katmandú. Muy cerca de la capital nepalí se ubica el Monasterio de Kopan. 360 monjes budistas dispuestos a alojar a los viajeros que se acerquen hasta las estribaciones del Himalaya. Lamas, maestros y trabajadores se encargan de preservar y difundir siglos de tradición y enseñanzas budistas. Sus huéspedes deben cumplir reglas como no tener conductas sexuales, no mentir ni consumir sustancias que alteren la mente, entre otras normas. Los huéspedes pueden permanecer en el monasterios hasta un mes, para asistir a las clases de meditación.
Los monjes tibetanos también permiten acudir a los paseos rituales alrededor de alguna de las ocho “estupas”, monumentos espirituales, de la iluminación. Recorrer los exuberantes jardines y observar las espléndidas vistas también aporta grandes dosis de paz, aunque mejor aún si se hace girar una “rueda de plegaria”, en la que están inscritas oraciones y dibujos protectores. El simple hecho de girar la rueda tiene, según la tradición tibetana, el mismo mérito que recitar los mantras.
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