La Rochelle es una pequeña ciudad elevada sobre las marismas de la costa atlántica francesa en una zona estratégica a lo largo de su historia. El comercio que se ha desarrollado en ella y la buena calidad de vida la han colocado como uno de los lugares más visitados de Francia. Normalmente, quienes eligen este destino suele ser un punto dentro de un viaje que alberga varias paradas en la parte oeste francesa o para aquellos que se dirigen a Bretaña.
Se trata de una ciudad de origen medieval que se encuentra en la región de Poitou-Charentes y es famosa por su Puerto Viejo, custodiado por la torre de la Chaînes y la torre de Saint-Nicolas, que han inspirado a numerosos artistas a lo largo de su historia. No hay que olvidar tampoco las bonitas y entrañables callejuelas de la ciudad vieja, donde se sucederán casas entramadas de madera y pizarra con soportales, palacios y residencias renacentistas de un gran valor visual y monumental. Casi la totalidad de sus casas tienen las fachadas de piedra blanca del siglo XVII, aspecto que contribuye a la peculiar belleza de La Rochelle.
La Rochelle tiene una gran importancia como fortaleza marinera. Fue asedio del cardenal Richelieu por su condición de protestante, así como su actuación como un principal punto del comercio entre Francia, Inglaterra y España, además de América y África. La entrada al puerto está marcada por sus torres: la de la Chaîne es más baja y robusta y sirvió para las labores administrativas, y la de Saint-Nicolas funcionó como vivienda, pero también como defensa. Además, se puede contemplar la de la Lanterne, que fue un faro y prisión militar y desde donde se ofrecen unas vistas espectaculares de la ciudad y del mar.
Junto al puerto destaca el antiguo edificio del mercado de pescadores, que ha sido totalmente restaurado para convertirlo en un centro cultural, sede del Festival Internacional de Cine que tiene lugar cada verano.
Pasando al interior, el casco antiguo de La Rochelle es otro espectacular lugar para contemplar la belleza de esta ciudad francesa. A lo largo y ancho de él se descubrirán sorprendentes edificaciones de piedra blanca, que se puede encontrar sobre el suelo, en los edificios y soportales. Son muy típicos los pasillos cubiertos que conforman llenos de arcadas donde antiguamente los comerciantes guardaban sus mercancías y los que hoy en día han acogido a una gran variedad de tiendas.
El paseo por el centro histórico será la actividad indicada para contemplar los diferentes palacetes de estilo renacentista que se distribuyen por todo el área. Un edificio que no hay que perderse es el que alberga al ayuntamiento, del siglo XV y XVI con un estilo renacentista y rodeado por un muro de estilo gótico flamígero que no dejará a nadie indiferente. Otros importantes edificios para aprender sobre la ciudad y su historia son el Museo de Bellas Artes, el Museo del Nuevo Mundo dedicado a la historia de las relaciones comerciales entre La Rochelle y América, el Museo de Historia Natural y el Museo de Orbingny-Bernon.
La zona del mercado de la ciudad es otro buen lugar para apreciar la esencia de la ciudad, donde los diferentes puestos ofrecen una gran variedad de sabores para probar la rica gastronomía de la zona. Para disfrutar de una copa con el murmullo de las olas de fondo hay que acudir a la antigua zona portuaria, una de las zonas más populares para tomar algo antes o después de la cena.
La Catedral de La Rochelle no es un edificio que realmente impresione, pero guarda una impresionante e interesante historia: después del asedio de la ciudad en 1628, los hugonotes perdieron y los católicos se hicieron con la plaza donde hoy está situada la catedral, decidiendo levantarla. Su interior es sencillo, con las líneas puras características del neoclasicismo. Otro templo religioso de la ciudad es la Iglesia de Saint-Sauveur, de estilo gótico flamígero que solo conserva el campanario de su estructura original.
El paseo por el Quai Duperré será un precioso recorrido junto al mar apreciando las casas históricas, así como el número 10, Le Poids du Roi, lugar donde se cobraban los impuestos por las mercancías que se exportaban y se traían de fuera. La puerta fortificada con un reloj en lo alto, Grosse Horloge, es otro importante monumento. Data del siglo XIV y justo en frente se encuentra la estatua de Duperré, personaje que da nombre al paseo.
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