De las cumbres a la playa: los mejores rincones para disfrutar con la naturaleza en la Comunidad de Madrid
Cultura, historia, ecología y deporte confluyen en cuatro planes que tienen una cosa en común: respirar aire puro a pocos kilómetros de la capital.
Basta solo con el desplazamiento, apenas unos kilómetros desde Madrid, para darse cuenta de que tomando cualquier dirección, la región esconde lugares en los que podemos desconectar de la rutina y de las prisas. Es otro mundo que está más cerca de lo que parece, donde el único ruido es el discurrir de los ríos, el viento en los árboles o el agua en el que nadamos. Porque la Comunidad de Madrid también es naturaleza, les mostramos cuatro destinos que le sorprenderán y donde se puede respirar el aire más puro.
Fuenfría, camino de legionarios y de reyes
La presencia de la capital es imponente desde la distancia. En un día claro, las cuatro torres se perfilan orgullosas en la lejanía, regalando a la vista una de las inesperadas sorpresas que ofrecen los Miradores de los Poetas del puerto de la Fuenfría. Es un lugar donde, además de la estampa de la ciudad o de los próximos Siete Picos, que se alzan detrás, confluye la naturaleza con la literatura. Cada ‘balcón’ está ligado a un autor e incluso entre ellos hay rocas cinceladas con versos de Vicente Aleixandre, Luis Rosales o Gloria Fuertes, entre otros.
Pero la cultura, la historia, está más presente en el Valle de la Fuenfría de lo que uno podría pensar. El vestigio más obvio es la calzada romana, de la que aún hoy se adivina su curso, y cuya presencia es el reclamo más popular del entorno. Se trata de una infraestructura creada en el siglo I con la idea de que “pasaran las legiones”, como explica María Villamayor, coordinadora de información y atención al visitante de los centros de visitantes del PN de la Sierra del Guadarrama. “Los romanos trazaron aquí su vía XXIV, que unía Toledo con Segovia, como quedó reflejado en el Itinerario de Antonino”, algo así como la guía de carreteras del Imperio, que data del siglo III.
María aclara la cierta confusión que existe al no ver una calzada empedrada como en otros puntos: “Aquí solo se empedraba lo estrictamente necesario, como zonas por donde pasaba agua o tramos más empinados”. Pero, aún con este matiz, lo cierto es que la senda que idearon los ingenieros romanos se empleó casi durante 17 siglos sin apenas modificaciones. Su decadencia llegó, no obstante, con los Borbones que, en época de Felipe V, establecieron una calzada propia que tomaba parte de la ruta romana en algunos puntos y confluía con ella en otros, pero que afrontaba el ascenso hasta el puerto por un nuevo camino, más directo: “Los romanos hacían las calzadas para ir con el menor esfuerzo posible, pero los reyes querían que se llegara al recién construido Palacio de La Granja lo antes posible”.
Así, la calzada Borbónica tiene desniveles mayores que la romana pero, a cambio, sí que tiene tramos enlosados que hacían algo más llevadera la labor de transporte. Tal vez el más conocido de ellos sea el puente del Descalzo, donde ambos caminos confluyen por última vez antes de separarse definitivamente y donde la foto es casi obligada. Y es que hoy todos estos recorridos históricos por los que han pasado reyes, comerciantes y aguerridos soldados han quedado para el uso de todo aquel amante de la naturaleza, que puede ver casi el mismo paisaje que antaño… excepto por los rascacielos que se adivinan en la lejanía, claro.
Además de sus calzadas, el Valle de la Fuenfría tiene un catálogo de rutas aptas para todos los niveles: el “camino Puricelli, el camino del agua, la ruta de los miradores mencionada o la que asciende al pico Majalasna”, por ejemplo, opciones que María describe como “muy bonitas y fáciles de seguir porque están marcadas con puntos de colores que permiten incluso ir combinándolas”. Y por si fuera poco, en la zona también hay unas piscinas naturales, un espacio para practicar con tirolinas e incluso, ya en Cercedilla, el museo del esquí, un homenaje a sus ilustres medallistas olímpicos, Blanca y Paco Fernández Ochoa.
Ambite, a donde llegar en bici
Igual que estas sendas, hay líneas de ferrocarril que tienen tras de sí muchas historias que contar. Son infraestructuras que han ayudado a desarrollar regiones, a conectar personas y a impulsar la economía local. Sin embargo, el paso del tiempo ha dejado en desuso rutas que jamás volvieron a ver pasar un tren, pero que no por ello acabaron enterradas en el olvido. Surgió una idea excepcional: la de reconvertir algunos de estos recorridos en caminos que cualquiera pudiera recorrer en bici o caminando. Son las llamadas Vías Verdes, una red de itinerarios en todo el país que en la Comunidad de Madrid tienen tres rutas, con casi 70 kilómetros en total: la del río Guadarrama, que comienza en Móstoles(de 5,8 km); la del Tren de los 40 días, entre Carabaña y Estremera (14 km); y la del Tajuña, que discurre entre Arganda y Ambite (49 km).
Esta última es, tal vez, la más conocida, por su extensión y por lo atractivo de un trazado que discurre en paralelo a la ribera del río y que alcanza una zona tan desconocida como sorprendente, la denominada Alcarria madrileña, de la que Ambite es el punto más oriental, casi en las mismas lindes con Guadalajara. De ahí que esta pequeña localidad sea perfecta como punto de partida para disfrutar de la naturaleza del entorno, ya sea pedaleando o dando un paseo por alguno de sus enclaves.
“Ambite tiene mucho encanto”, cuenta Andrea Piñaro, del departamento de Cultura, Deporte y Naturaleza del Ayuntamiento de la localidad. “Hay un entorno precioso, con el valle y la vega del Tajuña como marco y, aunque es cierto que está un poco más alejado, está lleno de riqueza natural y de cultura”, explica. De cara al uso de la vía verde, el consistorio ha creado un servicio de préstamo de bicicletas y triciclos, totalmente gratuito, que pretende no solo promover el deporte sino consolidar el papel de conexión con otros municipios próximos, como señala Andrea para “todo aquel que quiera venir y para que la naturaleza forme parte del día a día de los habitantes del pueblo”.
Ese énfasis por la naturaleza también se pone de manifiesto con la reciente apertura del Centro de Naturaleza Vega del Tajuña, donde se pone en contexto el valor ecológico y paisajístico de la zona y donde conocer otras rutas “que también son muy recomendables y por las que se puede caminar perfectamente”.
Y todo, en un lugar que Andrea describe como “de leyendas”, en el que merece la pena visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, donde se dice que se guarda un trozo de la cruz de Cristo; o de contemplar el Palacio de Lagarda y su encina centenaria; o de asombrarse con el Monumento a los Ojos, una original construcción “con un arco central y dos laterales que tiene, tanto por delante como por detrás, baldosas de cerámica donde puedes ver pintados distintos motivos con los ojos como protagonistas. Están los de Dalí, hay de pintores, de deportistas o de cultura en general”.
Hayedo de Montejo, un bosque único
Muy al norte, en los mismos límites de la Comunidad de Madrid, se ubica la Sierra del Rincón. Puede que su denominación pretenda ser un guiño hacia un paraje ajeno al paso del tiempo, tal es su valor paisajístico y natural: el Hayedo de Montejo. Se trata de uno de los bosques de este tipo más meridionales de Europa; tanto, que es toda una rareza que se explica por ser uno de los últimos reductos “de una zona de hayas que ocupó en el pasado toda esta parte central de la Península, que tiene su otro ejemplo fundamental en el de Tejera Negra (en Guadalajara), y que en Madrid llegó hasta Rascafría, aunque allí ya no queda ninguna”.
Lo explica José Manuel Barrueco, del Área de Educación Ambiental de la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, quien nos ayuda a poner en contexto este lugar protegido desde 1974, un “bosque único” por su densidad de hayas centenarias pero que, sin embargo, no son el único tesoro: “Hay un melojar y un hayedo, pero no son solo los árboles, es todo el conjunto de líquenes, de hongos, de aves y de insectos que acompañan al bosque lo que le da su especialidad”. En general, es un ecosistema que, si bien no es común en la región, se beneficia de estar “resguardado en zonas especialmente húmedas, orientadas al norte, de umbría, donde los calores del verano son un poco más llevaderos”.
Otro de los motivos que han favorecido su longevidad es la relación de los habitantes de Montejo con su Hayedo. Durante más de cinco siglos han sido sus propietarios y eso ha marcado la diferencia en cuanto al respeto y el cuidado que merece un rincón de tales características y que actualmente se ha extremado para asegurar su supervivencia. Por eso, el bosque es visitable únicamente mediante reserva previa vía web, con cupos limitados y en visitas guiadas para evitar todo riesgo de deterioro.
Son precauciones que delatan la fragilidad de un ecosistema en el que se aplica, como señala José Manuel, una política de “no intervención salvo podas de seguridad o retirada de elementos que puedan ser peligrosos para las visitas, pero no hay ningún tipo de mantenimiento, los árboles que están fuera de los senderos ni se podan ni se cortan”. La idea es que la vida siga su curso, como el río Jarama que discurre plácidamente junto a su sendero principal, y que el futuro esté garantizado, aunque la amenaza del cambio climático ya se deje sentir: “Por los datos que vamos recogiendo desde finales de los 90, aquí es un hecho. La lluvia ha bajado, las temperaturas de verano han subido considerablemente y eso para las hayas es un problema. Además, se ha adelantado su brotación, con lo cual el peligro de las heladas tardías es muy grande”, explica.
Porque en Madrid sí hay playa (y muy buena)
Naturaleza, montaña, ríos… en la Comunidad de Madrid hay casi de todo. Sí, es cierto que no tenemos mar, pero aquella canción que nos repetía sin cesar que tampoco había playa pierde toda su vigencia ante la contemplación de una de las dos banderas azules que hay en el interior de España. Concretamente la que se ubica en San Martín de Valdeiglesias, municipio que comprende gran parte de la línea ‘marítima’ que dibuja el Embalse de San Juan.
Es allí donde se halla la playa de la Virgen de la Nueva, un sitio que tradicionalmente ha sido el centro neurálgico de los baños en la zona y que este año, como ocurrió en 2020 por culpa de la pandemia, se ha quedado como único lugar permitido para darse un chapuzón en aguas del Pantano. Y de hecho, las exigencias para lucir el principal distintivo de nuestras playas han motivado que el ayuntamiento haya redoblado esfuerzos para mantener su excelencia. El resultado, eso sí, es espectacular, como ensalza Mercedes Zarzalejo, alcaldesa del municipio: “Es un orgullo tener una zona de baño pero para nosotros lo más importante es que esa bandera azul ondee con toda las garantías y todas las mejoras”, relata.
Frente a las playas del resto de España, con sus grandes extensiones de arena con el mar en el horizonte, “en San Martín de Valdeiglesias tenemos una playa interior que tiene su mérito y su encanto porque aquí, lo que podemos divisar es una montaña. Eso es lo que hemos querido poner en valor, el paisaje natural de nuestro territorio y, además, que la playa sea de una calidad superior”, resalta la alcaldesa. Además, recuerda que para esta temporada estival se han afrontado importantes inversiones para “adaptarse a las necesidades de las personas con movilidad reducida, para quienes se ha instalado una flexipasarela de acceso e incluso se han adquirido sillas anfibias para facilitarles el baño en condiciones de seguridad”.
El embalse de San Juan es un lugar de ocio en el que, sin la pandemia de por medio, se podía acceder a varias calas, incluso a una nudista. A la espera de recuperar la normalidad queda la bandera azul, que no es poco, pero también la posibilidad de hacer todo tipo de actividades y deportes acuáticos en la zona del Muro, la otra vis del pantano. Son maneras de aprovechar el potencial de la zona antes de disfrutar con la gastronomía local y de sus afamados vinos o de visitar el resto de patrimonio natural y cultural de una de las zonas más atractivas de la Comunidad de Madrid que, literalmente, lo tiene todo. Más información en turismomadrid.es.