La Navidad tiene arraigadas muchas tradiciones y costumbres. También tiene productos, platos y bebidas típicas para esta fecha del año pero. Una de estas costumbres es el brindar, el brindar por un nuevo comienzo de año y por que sea próspero y feliz. Para ello, ¿qué hay más popular que el cava o el champán?
Cataluña es el lugar por excelencia de producción del cava en España, lo mismo que Francia para el champán. Tierras de viñedos e historia, a uno y otro lado de la frontera. Un cultivo, iniciado por los romanos, que la liturgia cristiana popularizó en el mundo y las comunidades religiosas medievales se encargaron de mantener. El monasterio benedictino de Hautvillers conserva toda la leyenda de Dom Pérignon, aquel monje que alertó a toda la congregación al grito de “¡venid pronto, estoy bebiendo estrellas!”.
El cava del Alto Penedés
Viendo la tradición francesa, donde se comenzó a elaborar esta bebida, los catalanes empezaron a ver oportunidades. Todo ello porque los productores de Champagne incrementaron la compra de tapones de corcho a los fabricantes de La Seva y el Ampurdán, en Gerona. Y los viticultores comenzaron a hacerse preguntas y a interesarse por el método champenoise. En el siglo XIX, Cataluña comienza a producir vino con el nuevo método, pero utilizando las variedades de uva del Penedés. En San Sadurní de Noya (Sant Sadurní d'Anoia), un grupo de viticultores apuesta por renovar sus viñedos y comienza a elaborar su champán, conocido posteriormente como cava.
Visitantes y turistas recorren los hermosos parajes de la comarca, aunque no puede faltar en la agenda alguna ruta de enoturismo. En la ciudad del cava es imprescindible visitar las bodegas y sucumbir a la cata de espumosos.
San Sadurní de Noya, la capital del cava
La vinculación con el cava es innegable en la localidad barcelonesa del Alto Penedés. Las celebraciones tampoco escapan a esa unión y su semana de fiestas cuenta con reina del cava y cofrades. Su Ayuntamiento, con su campanario de forja y sus balconadas, se convierte en el epicentro de los festejos. Pero, además, es el edificio que inicia la ruta modernista, característica de su centro urbano.
El estilo adoptado por los propietarios de bodegas y viñedos se evidencia en edificios industriales, masías, viviendas urbanas y edificios públicos. Las calles Raval, San Antonio, Josep Rovira o Diputación, son un buen ejemplo de la arquitectura modernista. y, sin duda, una de las joyas del modernismo catalán lo constituyen las Cavas Codorníu, catalogadas como Monumento Histórico Nacional.
Pierre Pérignon creyó paladear las estrellas
Yéndonos a Francia, donde se encuentra el origen de estas bebidas espumosas, hay que descubrir la tradición. Cuenta la leyenda que, en el siglo XVII, en la abadía de Hautvillers, el monje bodeguero era capaz de reconocer de qué viñedo procedía cada uva solo con probarla. Ciego, pero con un excelente sentido gustativo, intentaba conseguir un vino blanco de uvas tintas. Y obró el milagro con una doble fermentación de la uva, la primera en barrica y la segunda en la botella. Las burbujas surgidas de esa segunda fermentación del vino hicieron estallar el frasco. Pierre Pérignon probó el caldo y gritó el hallazgo a sus hermanos de congregación.
La inspirada creación de aquel monje ciego surgió en la antigua Abadía de Saint-Pierre de Hautvillers. La abadía fue levantada sobre los restos de la anterior, destruida en el silo XVI, aunque aún conserva algunos elementos de sus orígenes, el siglo VII. Actualmente, se mantiene una galería del claustro, abundante obra religiosa y un magnífico coro. Los restos de Dom Pérignon se encuentran en el coro de la iglesia abacial Sain-Sindulphe, en el encantador pueblo vitícola de casas adornadas con rótulos de hierro forjado que comparte nombre con la famosa abadía.
Pierre Pérignon no sólo se encargó de la bodega, también administraba el monasterio, renovó su claustro y construyó la Puerta de Santa Elena. La abadía de Hautvillers fue famosa por conservar los restos de Santa Elena, la madre del emperador Constantino, aunque tras la Revolución fueron escondidos y actualmente se encuentran en París.
El pueblo de Hautvillers, la cuna del champán, se sitúa en el corazón del viñedo de la montaña de Reims. Pero, la región de Champagne, no sólo posee el origen, sino también el glamour propio de la bebida que llegó a Versalles con el rey Sol y enamoró a su sucesor, Luis XV. El nuevo regente disfrutaba del espirituoso, especialmente, en compañía de una de sus amantes, Madame Pompadour. Aquel antiguo glamour parece reflejarse en una pequeña ciudad que no puede prescindir de sus hermosos palacios. Épermay, conocida como la ciudad del champán.
Épernay
En la pequeña ciudad, de apenas 25.000 habitantes, el turismo gira en torno al champán. La Avenue de Champagne presume de sus edificios del siglo XIX, de estilo renacentista y de un clasicismo cargado de opulencia. Son las hermosas sedes de las marcas de renombre mundial. Los visitantes admiran L'Orangerie de Moët et Chandon, el jardín francés que alberga naranjos de invierno, frente a la preciosa mansión que se refleja en su estanque.
El Castillo Perrier, otro de los maravillosos edificios que se asientan en la Avenida de Champagne, fue palacio privado y albergaba las bodegas de Charles Perrier, propietario de la casa Perrier-Jouët. Después de muchos usos y vicisitudes históricas, está previsto que reabra sus puertas en 2020 como Museo del Vino de Champaña y la Arquitectura Regional. Incluso, el Ayuntamiento de la ciudad fue la antigua y lujosísima residencia de Auban-Moët.
En Épernay, las laderas de sus cerros están cubiertas de viñedos y la tierra ha sido horadada para albergar las bodegas. Más de cien kilómetros de túneles en los que envejecen millones de botellas de champán.
El maestro, la botella y el corcho
El genio creador del champagne no frenó su actividad. Murió a principios del siglo XVIII, pero en sus 47 años como maestro bodeguero creó los principios básicos que continúan en uso para la elaboración del champagne y, además, logró solucionar sus dos grandes problemas. Surgió un cristal más grueso en las botellas que, el monje, aprovechó para evitar que estallaran durante la segunda fermentación del vino.
Distinguido ya con el título honorífico de “Dom” (Dominus), se fijó en las ventajas del cierre de corcho utilizado en las vasijas de los peregrinos. Dedujo que podrían servir para cerrar las botellas de vino de forma hermética y evitar el escapa del gas durante la fermentación.
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