Las Islas Fiji, situadas al sur del Océano Pacífico y a pocas horas de su vecino más conocido, Australia, son un conjunto de 330 islas que suponen un auténtico paraíso, donde las palayas paradisíacas se combinan con unos espectaculares arrecifes de coral y una vida marina y naturaleza exuberantes.
Cerca también de Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Samoa o las Islas Salmón, el encanto de las Islas Fiji se resume en sus playas de ensueño, limpias, con aguas cálidas y cristalinas. Se encuentran repletas de arrecifes de coral dotados de una importante y sorprendente vida marina y naturaleza.
Además, sus precios precios ajustados y la posibilidad de viajar con bajos presupuestos, a diferencia de otros destinos similares, como su vecina Polinesia, convierten a estas islas en un destino muy apetecible.
Para viajar desde Europa hay que hacer escala en Estados Unidos, Australia o China. Es un país con poco más de 900.000 habitantes, pero estos han sido considerados como uno de los pueblos más amables del mundo. En su cultura, la vida tranquila y relajada es una norma, al igual que la siesta del mediodía.
Qué ver en las Islas Fiji
Suva es la capital del país y la ciudad más poblada del archipiélago. En ella se mezclan los edificios modernos con las viejas construcciones de madera de la época colonial. En el centro histórico de la ciudad se puede ver la Catedral del Sagrado Corazón, una imponente construcción de piedra del siglo XX que recuerda a las grandes catedrales europeas, las casitas coloniales de madera en las calles Gordon, Victoria y Scott y otros edificios como la Biblioteca Pública y la antigua Casa del Telégrafo. También cuenta con varios mercados y museos, donde se muestran impresionantes colecciones antropológicas de las antiguas poblaciones de las islas.
Para disfrutar del paisaje interior y de la naturaleza que puebla estas islas conviene visitar Las tierras altas del Namosi, la Aldea de Navala y las Cuevas Caníbales. Hacer rafting por el río Wainikoroiluva en tradicionales balsas de bambú, disfrutar de la artesanía local en la Aldea de Navala y detenerse en las Cuevas Naihehe, donde se celebraron las últimas ceremonias caníbales a mediados del siglo XIX, son los principales atractivos del interior de estas islas.
La pequeña isla de Ovalau no es conocida por sus playas o paisaje, sino que su importancia radica en haber sido el primer asentamiento europeo en el país. Levuka, un pequeño pueblo de viejas casitas de madera, tiene un encanto que lo ha llevado a ser nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Nadi es la puerta de entrada al paraíso isleño, ya es aquí donde se encuentra el aeropuerto internacional. La ciudad tiene varios templos, mercados, termas de lodo medicinal y manglares, pero cerca de ella está la Costa del Coral. Una costa de 80 kilómetros donde se esconden bahías recónditas, playas de arena blanca, agua completamente cristalina y arrecifes de coral. Es por ello el lugar donde se asientan la mayoría de hoteles y resorts.
Los lugares más recónditos
En estas playas de arena blanca se junta casi a orillas del mar el bosque y la barrera de coral forma una especie de piscinas de agua tranquila y transparente. En cualquier punto de esta costa se puede hacer snorkel para disfrutar desde la superficie del mar de las maravillosas vistas de la población marina.
Para adentrarse por completo en el ambiente de las Islas Fiji conviene sacar el Bula Pass, una tarjeta de transporte que permite viajar a coste reducido entre las islas. Pasar unos días en Yasawa permite adentrarse por completo en la cultura fiyiana. Se encontrarán playas solitarias, tranquilas y silenciosas, además de montañas cubiertas de abundante vegetación y aldeas de pescadores.
Para los amantes de la naturaleza no puede faltar la visita a Taveuni, donde las playas no abundan pero el frondoso bosque guarda pequeñas lagunas y cascadas, como el Tobogán de Waiyevo o el Parque Nacional Bouma donde se encuentran yacimientos arqueológicos de los antiguos fiyianos y aldeas que siguen viviendo como hace siglos.
Adentrarse en los pequeños pueblos y comer lo mismo que los nativos es un manjar digno de disfrutar. Su gastronomía comparte ingredientes básicos con la comida tailandesa, para formar los sabores limpios, suaves y honestos que la caracterizan. Platos como el lovo, el ceviche o el trago fiyiano no se pueden dejar sin probar.
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