"A los jóvenes les enseñan que lo importante es hacerse un nombre en el mundo, conquistar un puesto en la sociedad y entrar por la puerta grande en el teatro de la vida, pero pienso que lo difícil no es entrar, sino salir a tiempo, y a marcharse dignamente uno aprende viajando". Las palabras de Mauricio Wiesenthal y su mastodóntico El esnobismo de las golondrinas, libro poco apto para una pequeña maleta de viaje, resuenan como una arcana letanía mientras el vuelo de World2Fly emprende rumbo desde Madrid hacia las costas de la Riviera Maya, en México. Soltour, la turoperadora independiente más grande de España, ramificación aventurera del Grupo Piñero, me invitó a un viaje inmersivo por la cultura local mexicana, y mi primer temor era que el turismo de sol y playa me derritiera la ideas. 

Ya con el planning en las manos, al ritmo de las jaranas yucatecas y tras comprobar el exquisito trato, casi devoto, que me brindaron los empleados de los hoteles Bahía Príncipe y Secrets Moxché de Tulum y Playa del Carmen, respectivamente, me di cuenta de mi error. Este viaje no era apto para quienes buscaran la soporífera holganza propia del vuelta-a-vuelta de tumbona. Sí hubo lujo, en parte gracias a los paraísos hoteleros, pero no descanso. No, al menos, si se entiende por ello la falta de actividad. La agenda de Soltour era ingente; a veces no daba lugar a respiro. Y eso es bueno, porque no hay otra forma de exprimir verdaderamente un viaje.

Sorprende que en tan sólo 8 días hayamos podido conocer Sian Ka'anHolboxChichén ItzáValladolidKaakulxan; que hayamos nadado en las cristalinas aguas de Punta Allen y de Akumal junto a tortugas gigantes y en oscuros cenotes de agua helada donde los radares de los murciélagos y las plumas iridiscentes de los mot-mot fueron nuestra única compañía; que hayamos participado en rituales ancestrales con chamanes, desfallecido en el interior de sus temazcales y navegado por manglares atestados de fragatas y caimanes; que incluso después de todo ello sobrase tiempo para degustar los manjares gastronómicos y el lujo que ofrecen sus luxury resorts.

Vista aérea de la península de Sian Ka'an, famosa por sus aguas cristalinas y su fauna y flora salvaje. Evercom

Permítame el lector hablarle en plural, ya que iba acompañado de un grupo de periodistas e influencers, hoy muchos de ellos amigos –es lo que tiene viajar a tierras místicas donde se comparten confesiones y relatos–, sin los cuales el viaje no tendría tanto sentido. Estas aventuras, me temo, se disfrutan más en comitiva. Quizás es por ello que 200.000 personas eligen todos los años Soltour como la organizadora de sus vacaciones. Son los necesarios intermediarios entre las agencias de viajes y los clientes; la llave para conocer un Caribe diferente sin sacrificar la calidad ni la seguridad. Estos son sólo algunos de los muchos destinos a los que uno puede 'marcharse dignamente'.

Nativos de la bahía celeste

La Reserva de la Biosfera de Sian Ka'an, situada en el estado de Quintana Roo, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987. Desde entonces, este enclave, apodado por los mayas 'puerta del cielo', es decir, el lugar donde el mar celeste se funde con el firmamento azul, se ha convertido en uno de los principales reclamos del turismo paisajístico y de fauna y flora. Nuestro periplo comienza en un pequeño puerto donde tomamos unas lanchas a motor que recorren a toda velocidad los manglares de Sian Ka'an, deleitando los ojos con unos paisajes que evocan los sueños de Conrad en El corazón de las tinieblas o los serpenteantes recovecos del Nùng en Apocalypse Now.

Los observadores en la tiniebla del manglar son, sin embargo, los caimanes, que se cuentan a decenas, aunque sólo tuvimos la dicha de ver uno; desde el cielo, cientos de fragatas, pelícanos y gavilanes pescadores proyectaban sus sombras sobre el mar, como un enjambre de plumíferos helicópteros. Más afortunados fuimos aún cuando nuestras tres lanchas, Celeste, Ivanna y Jenzi, salieron a mar abierto y navegaron frente a las costas del faro de Punta Allen, un pequeño saliente habitado por pescadores perteneciente a la población de Javier Rojo Gómez. De sus aguas transparentes asomaron, curiosas, un par de tortugas verdes y caguamas, así como los espiráculos de un trío de delfines que, acostumbrados a los turistas, nadaron frente a las amarras de las barcas.

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Sin embargo, más allá de los avistamientos marinos, una de las actividades más reclamadas de estas costas es el esnórquel, ya que en las aguas de Sian Ka'an se encuentra el segundo arrecife de coral más grande del mundo: 120 kilómetros de joya submarina que nace en Honduras, cruza México y llega hasta Guatemala y la vecina Belice. Terminantemente prohibido queda, aviso a navegantes y submarinistas, tocar los corales, siquiera acercarse a ellos, ya que cualquier contacto con el ser humano puede dañarlos, y también a nosotros, pues las pequeñas vellosidades de algunas de sus especies causan en la piel humana ardores y quemaduras.

Si la reserva de la biosfera de Sian Ka'an se ha convertido en uno de los monumentos naturales más importantes de Yucatán, la isla de Holbox, situada en la cara opuesta de la península, justo en la frontera exterior del Caribe, no se queda atrás en cuanto a variedad de actividades y paisajes se refiere. Ambas gozan de aguas celestes y playas de brillante arena color crema, casi blanca.

Las barca Jenzi fondea en las cristalinas costas de Sian Ka'an. David G. Maciejewski E. E.

Pero los ritmos de Holbox son muy distintos: a pesar de ser una isla en la que está prohibido levantar resorts, esta luce con orgullo atestadas y coloridas calles llenas de tiendas y hoteles rurales; sus avenidas están plagadas de carritos de golf que cumplen las funciones de un taxi; en sus playas uno se encuentra cientos de tumbonas para derretirse mientras la brisa marina se funde con los ritmos lejanos de la música caribeña y el aroma de las enchiladas y los tacos.

El agua y el aceite: la tranquilidad de Sian Ka'an contrasta con el ritmo de Holbox. También el calor se siente diferente en esta última, mucho más intenso. Ambas, no obstante, son reservas de la biosfera y gozan de vestigios de influencia maya. En los alrededores de la isla, a la que sólo se puede acceder en ferry o en una lancha a motor, también se pueden visitar joyas de la naturaleza. La más famosa: el islote de Isla Pasión, sobre cuyas aguas es fácil ver bandadas de flamencos rosas, y cuyas costas se encuentran entre las más tranquilas y cristalinas del mundo. Salvo, claro, en temporada de huracanes, cuando Holbox y sus islitas aledañas pueden quedar anegadas por las lluvias monzónicas y las tormentas tropicales.

Las calles de la isla de Holbox. Evercom

Los secretos del temazcal

Los primeros vestigios de culturas ancestrales que nos encontramos en el camino fueron, no obstante, en un pequeño pueblo llamado Kaakulxan. Allí el grupo vivió una de esas experiencias trascendentes que conectan con la otredad y después se preservan en la memoria como el recuerdo de un buen sueño. A unos cuarenta y cinco minutos de las históricas ruinas de Tulum se encontraba esta localidad de poco más de cien habitantes. No aparece en los mapas. Es una aldea con escasez de electricidad y, por supuesto, sin internet, donde los vecinos, para comunicarse con el mundo exterior, tienen que coger el coche y salir a la carretera.

Es en este lugar místico, rodeado de un denso bosque, donde el chamán Armando practica habitualmente sus rituales ancestrales. El que procedo a describir, aunque también lo conocían los mayas, no guarda su origen en la civilización de Kukulcán, sino que emana de los pueblos prehispánicos precedentes. Al llegar, el taumaturgo nos obliga a quitarnos la ropa, quedándonos solo con el bañador, y nos sitúa en semicírculo alrededor de un altar. Es inmisericorde ante el sudor de los níveos turistas españoles: no parece importarle que los 38 grados –que se sienten como 45 en humedad– nos estén asfixiando.

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Armando enciende una hoguera con madera de la selva en la que calienta unas piedras volcánicas; arroja sobre ellas un extraño líquido hecho de alcohol que se evapora al instante mientras su asistente reparte otro elixir entre los visitantes; pronuncia en maya algunas plegarias antiguas y procede a golpearnos –entiéndase, sin violencia– con un pequeño hatillo de hojas mientras nos invita a respirar el humo de unas ascuas aromatizadas que emanan, fantasmagóricas, de su cáliz. La temperatura es asfixiante. Algunos temen, tememos, sufrir un golpe de calor. Alguna vez ha pasado y el médico espiritual ha tenido que reanimar con sus hierbas al lipotímico vacacionista. Absténganse cardíacos y ansiosos.

Llegados a este punto, el chamán Armando nos revela que esto sólo acaba de empezar. Una vez completado el ritual iniciático, debemos pedir un deseo e introducirnos en el temazcal, que es una pequeña construcción circular de piedra, similar a un iglú, en cuyo techo hay un agujerito para que salgan el dióxido de carbono y los vapores de las lumbres. El grupo de 24 personas se sienta, obediente, sudado, exhausto, en el interior de la cabaña. Descubrimos entonces que se trata de un baño de vapor, y que los 40 grados del exterior son sólo un pequeño aperitivo térmico respecto a lo que vamos a padecer ahora. La puerta del temazcal se cierra tras un telar. Oscuridad absoluta. Armando profiere nuevos cánticos. "Si no aguantáis, dad una palmada y gritad 'puerta'", advierte. Empieza a hacer calor. No pasan ni diez segundos hasta que 'cae' la primera víctima. "¡Puerta!".

El chamán Armando, durante el ritual iniciático; de fondo, como un iglú de piedra, el temazcal donde se desarrollará el baño de vapor. David G. Maciejewski E. E.

El asistente de Armando abre el telar, permite salir al primer caído y arroja, provocador, varias piedras volcánicas al centro del temazcal, en el que hay una pequeña charca de agua con hierbas aromáticas. Cada piedra, en conacto con el agua, provoca una nueva oleada de místicas emanaciones. Los temazcales son antiguos baños de vapor que purifican el cuerpo y el espíritu. Una vez dentro, no queda un solo poro del cuerpo del que no broten riadas de sudor. Otros dos, tres, cinco, diez compañeros gritan puerta. Quiero resistir hasta el final aunque muera en el intento. Cada vez hace más calor. Más vapor. Irrespirable. Más puertas. Quedaremos seis o siete, quizás diez. De pronto, uno se adapta al infierno que respira. Entonces Armando pide que gritemos. Todos lo hacemos. Algunos lloran. Otros se tiran al suelo. Todos conectan consigo mismos, con algo, con el otro. Los demonios no vencen y somos pocos los que conseguimos superar la prueba.

Tras la purificación, salimos a los 40 grados del exterior. El cuerpo ha ardido tanto que los rayos del sol se sienten como un escalofrío helado. Corre una pequeña brisa que parece otoñal. ¿Qué acaba de ocurrir? Me acerco al chamán y me revela algunos de los significados del ritual. "Quien resiste hasta el final es porque puede dominar su mente", explica Armando, que asegura que para completar el proceso uno debe bañarse en el cenote. Como en Kaakulxan hay uno de los más de 5.000 que atestan Yucatán, nos lanzamos a él. Este ritual es muy típico entre los turistas, y uno no puede abandonar el país sin purgarse en un temazcal y darse un chapuzón en el sagrado depósito de agua natural.

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La península yucateca está plagada de cenotes o zonotes como el de Kaakulxan o el de Yaaxmul o 'Cerro Verde', uno de los más famosos, que se encuentra cerca de Playa del Carmen. Este tipo de cuevas naturales llenas de agua se forman gracias a la lluvia, que cae durante décadas sobre la roca caliza de la tierra. Al ser muy porosa, esta filtra el agua lentamente. Con el paso de los milenios, el 'techo' acaba derrumbándose sobre las galerías subterráneas, quedando su interior completamente expuesto al exterior y a los rayos del sol, lo que hace que crezca vegetación. El agua de un cenote es fría, de no más de 24 grados, y en sus cavernas llenas de calcita anidan miles, millones de murciélagos, imprescindibles polinizadores para mantener los ecosistemas yucatecos.

Para los mayas, los cenotes eran lugares sagrados en los que se encontraba lo que denominaban 'xibalbá', que literalmente significa 'lugar oculto'; un universo subterráneo gobernado por entidades del inframundo, concretamente por las divinidades de la enfermedad y de la muerte. En la cosmogonía mayense, era uno de los lugares a los que iban a parar las almas que necesitaban purificación tras morir. Las famosas raíces que cuelgan de los cenotes simbolizan los nueve dioses mayas. "Al sumergirse en un cenote se entra en contacto con las almas ancestrales de quienes ya se fueron", dicen los lugareños. Completamos el ritual sumergidos y refrescados en sus aguas azules, ya recuperados y algunos transformados por la súbita experiencia mística.

Interior de un cenote. Evercom

Ruinas y pirámides ancestrales

La siguiente parada cultural, ineludible para cualquier viajero, se encuentra en el centro de la península de Yucatán: el complejo de Chichén Itzá, también Patrimonio de la Humanidad. Un recinto de unos 5 kilómetros cuadrados considerado una de las Maravillas del Mundo desde 2007.

Estas ruinas históricas erigidas por los mayas datan del año 1.200. Están formadas por el característico templo o castillo de Kukulkán; el conocido como 'Juego de la Pelota', la cancha deportiva más grande y mejor conservada de Mesoamérica; las 'Mil Columnas' de la Gran Plaza, donde antaño se practicaban rituales religiosos; y el 'Templo de los Guerreros'. Construcciones de una belleza sin parangón que se mantienen vivas gracias  a los 2,3 millones de turistas anuales que las visitan.

Vista de la pirámide de Chichén Itzá, en Yucatán. Evercom

"Los mayas eran unos obsesos del tiempo, querían manipularlo", explica el guía turístico que ahora nos acompaña, y quien se confiesa heredero de los mayas por línea sanguínea, mientras señala con el dedo las múltiples figuras, deidades místicas, que bailotean en un tornasol mágico alrededor de un calendario solar, uno de los souvenires más populares de la región.

"No eran pacíficos, como no lo fue ninguna civilización. Han crucificado a Hernán Cortés, a Diego de Landa, a la reina Isabel la Católica, pero debemos mirar el pasado con los ojos del pasado, y el presente con los del presente", asegura al preguntársele por la herencia colonial española que acabó desplazando del mapa a los mayas. "Hoy, el 89% de los mexicanos somos católicos. También los que nos consideramos mayas". 

La Iglesia de San Servacio, en el corazón de Valladolid. David G. Maciejewski E. E.

Prueba viva del cambio de imagen y del desplazamiento cultural que sufrieron las ciudades tras la llegada de los españoles es la ciudad Valladolid. El enclave fue nombrado así en honor a la homónima ciudad castellana, aunque las leyendas locales narran que la nombradía responde a que la amada de Francisco de Montejo, fundador del lugar en 1543, era vallisoletana y puso aquel nombre a la ciudad en su honor.

La vieja ciudad maya fue parcialmente aniquilada y esta nueva, cimentada desde cero. De hecho, la Iglesia de San Servacio, icono de la ciudad, fue construida con los restos de piedras de las sacras pirámides derruidas por el fanatismo religioso durante la conquista del Yucatán. De ahí que sea tradición de los lugareños acariciar su fachada siempre que entran.

El luxury de Bahía Príncipe y Moxché

Vivir la experiencia de la Riviera Maya sin hacer noche en sus espectaculares resorts es como ver una película sin banda sonora. Dos son los 'hoteles todo incluido' de referencia en Yucatán, cada uno destinado a un perfil muy distinto: el Bahía Príncipe Grand Tulum, situado en la ciudad que lleva su nombre, y el Secrets Moxché de Playa del Carmen. El primero se caracteriza por ofrecer un microcosmos de sol, playa, ocio, flora y fauna apto para toda la familia. Todas las noches, entre margaritas, tequilas, micheladas y mezcales, Bahía Príncipe Grand Tulum organiza espectáculos tematizados. Uno de ellos, el show Origen, se ha convertido en uno de los principales reclamos de su oferta de ocio.

Entre sus 22 piscinas y 16 restaurantes es habitual ver corretear tejones, mapaches, iguanas y sereques, convertidos en pequeñas 'mascotas' de compañía de los turistas o en inoportunos ladrones de desayunos cuando estos se descuidan. Aunque especialmente sorprendente resulta que este resort de cinco estrellas se encuentre frente a una playa en la que anida uno de los habitantes ancestrales del mundo antiguo: la tortuga marina. Concretamente, 600 ejemplares de las seis de las siete especies que existen, entre ellas la caguama, la verde, la carey y la laúd; la última de las cuales puede llegar a rondar los 500 kilos. Todos los años suelen visitar estas costas para reproducirse.

Una tortuga marina durante una sesión de avistamiento submarino en las playas de Tulum. Evercom

El equipo de conservación de la Fundación Eco-Bahíapartner del resort, se encarga de estudiar sus movimientos y establecer medidas de seguridad en las playas colindantes durante la época de reproducción y puesta de huevos de las tortugas para que los turistas no puedan molestarlas. Delimitan, en cooperación con el hotel, el tipo de iluminación que deben tener sus terrazas para que las crías recién nacidas no se sientan atraídas por la iluminación y se desorienten.

El general manager del resort, Carlos Miguel Rosario, se enorgullece de este proyecto que combina sostenibilidad y lujo, algo que parece incompatible con la realidad. No obstante, "la filosofía de cuidar lo propio" –las playas, las especies animales, la flora, en definitiva, la vida– se ha impuesto a la lógica mercantilista. "No sólo no es incompatible, sino que resulta necesario", asegura.

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"Hace años los huevos de tortuga se vendían mucho", continúa la bióloga Itandehui Ramos, coordinadora del Programa de Tortugas Marinas de Eco-Bahía. "Se creía que eran afrodisíacos y medicinales. Sin embargo, desde 1999 están prohibidos tanto el consumo de los huevos como de la carne de tortuga". Hoy, la especie sigue en peligro de extinción, pero los datos han mejorado exponencialmente desde que comenzaron los proyectos de conservación marina.

"Su principal problema son los ahogamientos por las pescas de red. Por eso hemos creado lo que se conocen como 'campamentos tortugueros', con equipos de 10 personas que caminan 2 kilómetros todas las noches durante los 45-60 días que tardan en eclosionar los huevos. Miden, marcan, revisan, estudian, se hacen cargo de los nidos de las tortugas y los llevan a espacios de protección, como los corrales de anidación. Llevamos 25 años operando en esta zona".

Vista aérea del complejo Grand Bahía Príncipe Tulum, en México. Evercom

Si las cinco estrellas que ofrece el Bahía Príncipe de Tulum, con toda su biodiversidad añadida, parecen difícilmente superables, el resort Secrets Moxché del estadounidense Grupo Hyatt, situado en Playa del Carmen, a escasos 20 minutos del mítico parque Xcaret, ha hecho lo imposible por convertirse en 'el hotel' de referencia de Yucatán en sus escasos tres años de vida.

Con una filosofía todo incluido que queda sublimada por el lujo absoluto de su servicio y el diseño de vanguardia de sus instalaciones, Moxché se ha erigido en la piedra angular del turismo Unlimited-Luxury de la región, donde sus exclusivos lounges, albercas de diseño y spas hacen gala de aquello que aseguraba Aristóteles sobre que la riqueza consistía más en el disfrute que en la posesión.

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Sólo hace falta entrar en una de sus 485 suites, diseñadas por el arquitecto Jaime Macedo, también copropietario, para comprobar el nivel de atención al detalle que se ha puesto en sus instalaciones. Al cruzar el umbral de la puerta de su habitación, al huésped lo recibe una pantalla de unas 40 pulgadas en la que se suceden, en su característico tono sepia, las deslumbrantes imágenes de Ashes & Snow, el vanguardista documental experimental Gregory Colbert, acunadas por la voz de Lisa Gerrard y las composiciones musicales de Heiner Gobbels. Cualquier ojo atento ya percibe que estamos ante algo diferente, original, exclusivo.

Luces cálidas y tenues, suelos de granito negro, cama gigante, bañera en la terraza con vistas al mar, servicio de habitaciones 24 horas, no falta siquiera una selección de buenos vinos tintos, blancos y espumosos apropiadamente conservados en una vinoteca; tampoco la botella de tequila; ni la posibilidad de acudir a la pastelería-bollería de Moxché a cualquier hora del día, de la tarde o de la noche para degustar uno de sus rolls de canela con café: la sublimación del confort y la atención al cliente son el sello de la casa.

Vista de las piscinas del Secrets Moxché de Playa del Carmen desde la piscina infinita de una de sus azoteas, sólo accesible para clientes 'Prefered'. David G. Maciejewski E. E.

La terraza de las habitaciones del Secrets Moxché de Playa del Carmen. David G. Maciejewski E. E.

No se quedan atrás ni en calidad ni en diseño los 14 restaurantes que acoge el complejo hotelero. Desde los raviolis italianos del Allora hasta el teppanyaki del asiático fusión Suki, sin olvidar la selección de delicias a la carte del francés Bisou ni los cócteles con espectáculo en vivo del Bamboo: hacen falta semanas para probar todas las delicatessen que ofrece este hotel. 

A sus piscinas naturales con playas de arena recreadas, su gigantesco teatro con una capacidad para 1.000 personas, su playa privada de arena límpida con servicio de coctelería en tumbona y su agitada sala de fiesta nocturna, a las que se accede tras una pared secreta situada en la farmacia del resort, se le suman 14.000 metros cuadrados de laguna y tres albercas artificiales inspiradas en cenotes. Mención aparte merece la espectacular piscina infinita de su observatorio, sólo para clientes preferred, ideal para desayunar.

Chicxulub, guardián del tiempo

Ecos de tradiciones ancestrales y recuerdos de otra era sobreviven como ascuas incandescentes en los corazones que pueblan esta Riviera Maya. Las costas de la península de Yucatán no sólo acogen una de las culturas más enigmáticas e incomprendidas de la historia de México; en esta tierra ignota, famosa por su clima húmedo y pegajoso que derrite los males y sume al cuerpo en un permanente letargo, también quiso el destino cósmico sentenciar el porvenir de la Humanidad. 

Lo hizo dejando su huella en un cráter que los lugareños llaman Chicxulub, la 'pulga del diablo'. Fue ahí donde, hace 66 millones de años, aterrizó aquel meteorito que sentenció el porvenir de los dinosaurios y permitió, a la postre, que los futuros humanos conquistaran la evolución. Quizás Yucatán no sea el origen de la civilización, pero sí el lugar que marcó un antes y un después en nuestra existencia y, sólo por eso, ya le debemos una visita.

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También se lo debemos a su cultura maya, origen de toda suerte de mitos y leyendas sobre los que se han escrito cientos de libros en los que el misticismo, los rituales arcanos y la sabiduría científica, extremadamente avanzada para aquella Europa medieval que los descubrió, dio alas a una vasta bibliografía que, hasta hoy, forma parte del acervo cultural mundial. Los mayas inventaron el telescopio, predijeron los movimientos celestes y los ciclos lunares y elaboraron un famoso calendario, el Tzolk'in, donde reflejaron sus vastos conocimientos astronómicos.

Con la conquista y el expolio español en los siglos XV y XVI, la civilización maya, ya en decadencia desde hacía tres siglos, sufrió el desplazamiento natural que sucede a cualquier invasión. Sin embargo, quinientos años después del descubrimiento de América, sus costumbres, rituales y creencias sagradas aún bombean la sangre de sus descendientes. 

Hoy son ellos, los guardianes del fuego de la tradición, quienes, a pesar del olvido, del mestizaje, del paso del tiempo, aún transmiten, redescubren y estudian los vestigios de sus antepasados y mantienen vivo lo que los masái llamaban nesemu, el fuego que nunca se apaga. Son ellos quienes, imbricados en los deslumbrantes paisajes que los rodean, gracias a los cuales mantienen viva la pira de sus ritos y memorias, han logrado que esta pequeña península al este de México sea uno de los atractivos turísticos más extraordinarios del mundo