Dormir es una parte fundamental de nuestras vidas. De hecho, es tan importante para la salud como la dieta y el ejercicio. Según la National Health Institute (NIH) de Estados Unidos, dormir bien mejora el rendimiento cerebral, el estado de ánimo y la salud. En cambio, un mal sueño recurrente aumenta el riesgo de padecer algunas enfermedades y trastornos que van desde las cardiopatías y los accidentes cerebrovasculares hasta la obesidad y la demencia.
Sin embargo, históricamente, el concepto de dormir bien no ha sido siempre igual. Al menos, no en la referencia de las ocho horas que solemos escuchar hoy en día. En la antigüedad, explica el profesor de historia Roger Ekirch en su libro At Day's Close: Night in Times Past (WW Norton, 2006), el sueño bimodal era la norma. Esto es, las personas no dormían de un tirón por la noche como hacemos actualmente, sino que ajustaban sus horas de sueño en función de su agenda.
Así, en tiempos pasados, afirma Ekirch, los seres humanos dormían en dos segmentos separados. Los hogares se acostaban unas horas después de anochecer, se despertaban durante una o dos horas y terminaban la noche con un segundo sueño, que duraba hasta el amanecer.
[La técnica desarrollada por Harvard para quedarse dormido en menos de un minuto]
Este sistema ya habría sido adoptado desde los tiempos clásicos. Existen numerosas referencias a esta particular forma de dormir, escribe Ekirch, a lo largo de la historia. Figuras tan ilustres como el biógrafo griego Plutarco (siglo I d. C.), el viajero griego Pausanias (siglo II d. C.), el historiador romano Livio y el poeta romano Virgilio habrían incluido referencias en sus obras.
Según la BBC, el primer sueño se daba desde las 21.00 h hasta las 23.00 h. La vigilia, por su parte, duraba desde las 23.00 h hasta la 1.00h aproximadamente, dependiendo de la hora a la que la gente se acostaba. Por lo general, la gente se levantaba de forma completamente natural, tal y como hacemos hoy por la mañana. No era causado por un ruido o por ninguna alarma.
Ahora bien, ¿qué hacía la gente durante esas horas en medio de la madrugada? Tal y como explican las investigadoras Melinda Jackson, de la Universidad RMIT, y Siobhan Banks, de la Universidad de Australia del Sur, en un artículo de The Conversation, durante este tiempo de vigilia, la gente “se relajaba, reflexionaba de sobre sus sueños o tenía relaciones sexuales”.
Para los cristianos, esta práctica era también una buena oportunidad para recitar salmos y confesiones. Por ejemplo, explican desde la BBC, en el siglo VI d. C., San Benito exigía que los monjes se levantaran a medianoche para realizar estas actividades, una idea que se extendió finalmente por toda Europa, filtrándose gradualmente entre la población general.
La siesta, ¿la solución?
Fue en el siglo XVII, cuando poco a poco este sistema de sueño fue desapareciendo. Según la investigación de Ekirch, se cree que esto comenzó en las clases altas del norte de Europa y se fue extendiendo al resto de la sociedad occidental durante los siguientes dos siglos. La Revolución Industrial pudo tener mucho que ver. Las largas jornadas laborales y los horarios de fábrica obligaron a comprimir el sueño en un solo ciclo.
Por otro lado, con la llegada de la iluminación pública y la electricidad, los residentes urbanos comenzaron a ser mucho más conscientes del paso del tiempo, lo que les alejó aún más del horario bifásico. Para la década de los años 20 del siglo pasado, ya habían desaparecido todas las referencias a este sistema.
No obstante, para Jackson y Banks, el sueño monofásico tiene sus desventajas. Con este sistema, indican, la sociedad moderna “puede ejercer una presión innecesaria sobre los individuos para que deban obtener un sueño continuo y consolidado cada noche, lo que aumenta la ansiedad sobre el sueño y perpetúa el problema”.
En este sentido, para las investigadoras australianas, la siesta por la tarde puede ser una solución. “Nuestro reloj biológico se presta a ese horario”, afirman. Aunque, añaden, para mantener con éxito un horario de sueño dividido, “hay que acertar con el momento adecuado, es decir, empezar a dormir cuando hay un fuerte deseo de dormir y durante un punto circadiano bajo para conciliar el sueño rápidamente y mantenerlo”.
El sistema bifásico, por tanto, permite una mayor flexibilidad y puede ser la solución más idónea —si su agenda se lo permite— para las personas que sufren de insomnio. Lo que sí está claro es que cada vez son más los estudios que certifican los beneficios de una siesta corta.
Según explica en un artículo para la Sleep Foundation Abhinav Singh, médico especialista en medicina del sueño, una siesta al mediodía puede “mejorar el estado de alerta, el estado de ánimo, la memoria y reducir el estrés”. La duración ideal de una siesta, incide Singh, debe oscilar entre los 20 y 30 minutos.