La Tierra es un lienzo impregnado de maravillas naturales. Cuando pensamos que lo hemos visto todo, desde auroras boreales que pintan en cielo hasta espacios que nos dan pistas de como ha sido el mundo hace unos años, lo cierto es que siempre existe algún rincón desconocido que desafía la imaginación.
[Baikal, el lago ruso más profundo del mundo que podría llegar a convertirse en un océano]
Si pensamos en Turquía, lo primero que se nos viene a la cabeza es la maravillosa Capadocia. Lava, ceniza, lluvia, viento y hielo han sido los encargados de esculpir durante millones de años una de las maravillas naturales del país.
Sin embargo, ubicado en la provincia de Denizli, entre montañas blancas brillantes como si las hubieran pintado y piscinas de aguas termales, se esconde uno de los lugares más impresionantes del país.
La ciudad balneario Pamukkale, en turco 'castillo de algodón', constituye una de las principales atracciones turísticas de Turquía. Ciertamente, no han sido los turcos los primeros en aprovecharse de la maravilla natural, sino que estas piscinas termales ya eran conocidas en el siglo I a.C.
Durante milenios se mantuvo la antigua tradición de ir a bañarse a la zona, además, los romanos la tenían especialmente cerca, puesto que la ciudad balneario de Pamukkale dio pasó al establecimiento de uno de los lugares más importantes en la antigüedad, la ciudad de Hierápolis.
Los romanos acudían al Pamukkale en busca de la sanación de sus aguas, ya que en la época, estos baños eran conocidos por sus propiedades terapéuticas. Muchos de ellos, simplemente, asistían a buscar descanso o a pasar sus últimos años de vida.
El resultado de los frecuentes terremotos
En una zona de gran actividad sísmica, lo último que vas a esperarte es que los movimientos tectónicos hagan lo que hoy en día es una atracción turística indispensable en tu viaje a Turquía.
Pero lo cierto es que sí. Debido a los constantes movimientos y sismos en el territorio de Pamukkale, se formó un fuerte corte horizontal de antiguos afloramientos rocosos que hicieron que aguas termales profundas salieran a la superficie.
Las aguas termales sobresaturadas de calcio comenzaron a salir hacia la superficie de la meseta y poco a poco, se fueron evaporando bajo el sol.
Además de los elementos como el calcio que trajeron consigo las aguas, también arrastraron gran cantidad de minerales, en especial caliza de creta (una roca sedimentaria de origen orgánico, blanca, porosa y blanda) añadida al bicarbonato de calcio, que con el paso de los años se ha transformado en piedra caliza y travertino.
Las aguas caen cuesta abajo para ofrecer un resultado prácticamente de otro mundo: cascadas en forma de terrazas a lo largo de la ladera, incluso con estalactitas entre ellas.
El agua del baño termal de Pamukkale está en torno a los 35 °C y además, tendrás que descalzarte para entrar. Con esto quisieron conseguir que el calzado no dañase parte del lugar.
Y si lo que quieres es disfrutar de dos maravillas naturales juntas, la hora preferida de los visitantes es la del atardecer, en la que se puede ver una de las mejores puestas de sol del país.
Pamukkale, junto con Hierápolis, está declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1988. Lo cierto es que el turismo incontrolado ha causado graves daños y muchas de estas piscinas naturales están secas.
Por ese motivo, se ha limitado el acceso a diversas zonas del 'balneario' e incluso han destruido los grandes hoteles que había cerca para que, con el paso del tiempo, se pueda recuperar la belleza natural del lugar.
Estos rincones mágicos no solo inspiran admiración, sino que también nos recuerdan la importancia de preservar y proteger la extraordinaria biodiversidad que la Tierra nos brinda.