Resulta imposible permanecer felices todo el tiempo. Por ese motivo existen muchas más emociones que conviven con nosotros diariamente, como la tristeza, el miedo o el enfado.
Las emociones constituyen aquello que sentimos, cuando percibimos algo o a alguien. A pesar de que seamos nosotros quienes reaccionamos ante las situaciones, muchas veces sentimos que no las comprendemos.
Sentimos frustración cuando lloramos por rabia, cuando nos enfadamos por cosas insignificantes o cuando tenemos miedo ante situaciones que no podemos controlar. En los últimos años, los expertos han consolidado el camino para entender eso que durante tanto tiempo ha sido una incógnita.
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Durante toda la historia hemos oído hablar de la sabiduría, el grado más alto del conocimiento. Sin embargo, el ser sabio va más allá de la propia inteligencia, sino que se desarrolla a lo largo de la vida, con nuestras experiencias y, sobre todo, nuestra forma de enfrentarnos a ellas.
En este contexto entra la inteligencia emocional, aquella que nos ayuda a reconocer y controlar nuestras propias emociones. Gracias a un control efectivo podemos superar actitudes, creencias y hábitos negativos que nos condicionan y limitan.
Los momentos de enfado, tristeza, ira o miedo se afrontan con una inteligencia emocional efectiva. Cuanto más claros seamos acerca de nuestras emociones, mejor podremos manejar las adversidades y enfrentarnos a aquellas frustraciones que tanto nos cuesta entender.
Una de las emociones más complicadas de controlar y comprender es el enfado. Es parte de las personas y, en muchas ocasiones, de la propia convivencia. Sin embargo, si no sabemos dominarla, es una de las pocas que puede suponer un problema.
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El enfado casi siempre se expresa con una alta activación del sistema nervioso autónomo. En ocasiones, este estado deriva en decisiones, conductas o pensamientos con consecuencias negativas.
Cuando estamos enfadados, es importante recurrir a nuestra inteligencia emocional. A base de aprendizaje podemos darle sentido a las cosas y sentirnos mejor en esos momentos que no comprendamos qué hacer. Estas son las cuatro preguntas con las que se recomienda empezar.
¿Cuáles son los hechos?
Las emociones intensas provocan que únicamente nos enfoquemos en ellas, pasando por alto todo lo demás. Por ello, es importante describir la situación que nos ha hecho enfadar.
Antes de estar enfadados, ¿qué ha pasado? ¿Qué personas han intervenido? ¿Han dicho algo malo? ¿Por qué nos ha molestado? Estamos tan consumidos por la emoción y por cómo nos sentimos que ignoramos causas bastante obvias de nuestra situación.
Tal y como lo dijo Arthur Conan Doyle en una de sus obras de Sherlock Holmes: "Es un error capital teorizar antes de tener datos. Sin darse cuenta, uno empieza a deformar los hechos para que se ajusten a las teorías, en lugar de ajustar las teorías a los hechos".
Podemos enfadarnos porque estamos casados, porque estamos tristes, porque tenemos hambre o porque simplemente acarreamos con nosotros una situación frustrante.
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¿Qué intentan decirme mis emociones?
Las emociones muchas veces aparecen porque tienen algo que decirnos. Que estemos tristes no significa que sea malo o que debamos corregirlo. Podemos empezar por entender el motivo.
La tristeza, así como el enfado y todas las demás, son emociones necesarias. Imagina que cada vez que nos enfademos por la alarma de por las mañanas, simplemente la ignoremos todos los días: acabarían por echarnos del trabajo o expulsarnos del colegio.
Cuando se trata de tus emociones como el enfado del despertador, el enfado no es el problema; de hecho, solo intenta ayudar. Evitarlo provocaría muchos más problemas en tu futuro.
Tal y como pasa con el enfado, pasa con la tristeza. Nos obligamos a nosotros mismos a no estar tristes, buscamos las cosas por las que deberíamos sentirnos felices o todos los errores que no deberíamos haber cometido. Termina convirtiéndose en un castigo y una culpa constante.
Estamos constantemente combatiendo con nuestras propias emociones, si criticamos constantemente nuestra tristeza puede desembocar en algo más grave. Así como reflexionar constantemente sobre nuestro enfado, conducirá a la ira.
Es fundamental validar nuestras emociones, en vez de intentar arreglarlas. Si las desvalidamos o silenciamos, harán mucho más ruido y las consecuencias serán peores.
¿Cuál es mi historia?
Nuestra mente es muy poderosa, tan poderosa que cada vez que nos enfrentamos a una emoción, construye una narrativa en torno a ella. Nos enfadamos con nuestra pareja, "¿por qué habré dicho eso?" "Me ha hablado muy mal, seguro que ya no me quiere", "Tendría que haberme callado" etc. un diálogo interno y a veces automático que muchas veces perjudica la situación.
Resulta imposible evitar este escenario mental que se reproduce en nuestra cabeza, ya que muchas veces no podemos controlar todo lo que nos ha hecho enfadar. Sin embargo, dentro del diálogo podemos frenar nuestros hábitos de preocupación o autocrítica.
Cómo pensamos habitualmente determina cómo nos sentimos. Controlar esta narración determinará como terminamos sintiéndonos emocionalmente.
¿Qué es lo que realmente quiero?
La última pregunta para dominar nuestra inteligencia emocional y saber qué hacer en los momentos de enfado se trata de entender que la vida es mucho más que cómo nos sentimos en un momento dado.
El saber controlar nuestras emociones muchas veces dura poco tiempo, terminamos por desistir y simplemente dejarnos llevar por aquello que sentimos.
Tenemos que preguntarnos qué es lo que realmente queremos, qué nos hace felices, qué nos pone tristes y en este caso, qué desata nuestro enfado.
La inteligencia emocional no provoca estar constantemente felices ni saber manejar toda la vida nuestro enfado. La buena vida se trata de crecimiento, aprendizaje y exploración, aprender de las veces que no sabemos controlar para crecer después.