Muchas veces nos lanzamos a dar nuestra opinión sin que nadie nos la pida y, esto, puede terminar por ofender a otra persona. Es lo que se conoce como el ‘sincericidio’, algo que recoge en su libro la presentadora y actriz Anne Igartiburu: La vida empieza cada día (Aguilar, 2022). Un compendio de reflexiones —una para cada día del año: 366 concretamente— para “ser consciente de quién quieres ser en cada momento, a estar más cerca de ti mismo y a vivir más intensamente el momento presente”.
Esta expresión, cuenta la comunicadora vizcaína, hace referencia a todas aquellas situaciones en las que queremos ser tan sinceros que acabamos llevando a cabo un homicidio de la autoestima o del orgullo de otras personas. Y es que en diversas ocasiones aportamos nuestra visión sobre determinadas decisiones o circunstancias ajenas, por el mero hecho de reafirmarnos en lo que pensamos.
Sin embargo, el gran problema que surge es que con frecuencia no tenemos en cuenta las experiencias vitales que ha vivido la otra persona o la perspectiva que pueda tener sobre una determinada situación, que puede ser muy diferentes a las nuestras.
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El sincericidio, por tanto, significa llevar al extremo una verdad sin filtros hasta el punto de poder hacer daño a los demás, tal y como indica la psicóloga Adriana Díez. Según explica la profesional, las personas que tienden al sincericidio suelen tener dos tipos de características.
Por un lado, pueden tener una baja inteligencia emocional, ya que no son capaces de conectar y empatizar con las emociones del resto de personas. “Dice todo lo que desea, sin pensar que puede herir o molestar a los demás”, señala Díez.
Por otro lado, la psicóloga afirma que puede tratarse de personas con cierta dificultad en las habilidades sociales, esto es, son personas inseguras y con una gran rigidez mental. “No saben cómo desenvolverse correctamente en situaciones sociales. Pues, les resulta complicado valorar otros puntos de vista y tener en cuenta opiniones diferentes a la propia”, concluye.
El arte de pedir permiso
Para evitar caer en la trampa del sincericidio, afirma Igartiburu, si nadie nos ha pedido que seamos sinceros, debemos cuidar cómo y a quién le damos “las opiniones y los consejos sobre su vida”, porque podemos hacerle “más mal que bien”. Y añade: “En caso de duda, acompañarás mejor con una mirada amable, un silencio o tu presencia que con palabras omnisapientes”.
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Un pequeño truco que propone la comunicadora es que sigamos el ejemplo de los japoneses, que antes de contar un problema, piden permiso al interlocutor para “enturbiar su paz mental”. Así, Igartiburu sugiere que antes de meternos en la intimidad de otra persona, podemos seguir esta misma medida, preguntando antes si la otra persona quiere nuestra opinión.
“¿Te gustaría que te diera mi parecer sobre lo que estás viviendo?” o “Si en algún momento quieres saber lo que pienso sobre esto, solo me lo has de pedir” son dos de los ejemplos que propone la presentadora vizcaína para evitar que caigamos en el sincericidio y herir a otras personas con nuestra opinión.