'Wake Up, Spain!', las bambalinas de un 'manicomio': no hay pedradas, sino reformas
Wake Up, Spain! Y tanto que “wake up”. A las ocho y media de la mañana uno piensa -con más razón si es periodista- que el anglicismo es en realidad un eufemismo de “¡madruga, España!”. Queda como consuelo que aquí, en la Casa de América y durante cuatro días, van a confluir los repartidores de los fondos europeos. Con un poco de suerte, nos enteraremos de las cosas antes de que sucedan.
La entrada, en honor al presidente del Gobierno, ha sido muy socialista. Pedro Sánchez ha accedido al ruedo por la misma puerta que todo hijo de vecino: la trasera en lugar de la principal, que da a la Plaza de Cibeles.
Pedro Sánchez y su comitiva. En este evento, el único extremismo es el que tiene que ver con el covid-free: distancias de seguridad entre las sillas, escaleras despejadas, amplios pasillos… Esa es la logística que ha permitido el alojamiento de la población monclovita en su totalidad. Guardaespaldas, cámaras, asesores, jefes de prensa… A Ortega se le olvidó precisar: un presidente, como todo ser humano, es él mismo, su circunstancia… y su comitiva.
Sánchez, visto de cerca, es mucho más presidente que antes. Luce en el flequillo las canas del trabajo. Al filo de las nueve, baja las escaleras con Pedro J. Hablan, que diría aquel, en off the record. Y al contrario que los futbolistas, no tienen que taparse la boca con la mano. Ventajas de la mascarilla.
El director de EL ESPAÑOL llama a la “disrupción” y a la “innovación” a las nueve y media de la mañana. Respiramos hondo sus empleados. Esta vez se lo pide al Gobierno, al IBEX, a los sindicatos y a las tecnológicas. Por si fuera poco, le dice a Sánchez: “Es un imperativo nacional que usted acierte”.
Aparece Sánchez en el escenario. Una máquina de anuncios. Aunque con un guion en papel, ofrece de memoria, y en exclusiva, un programa de… ¡212 medidas! Alberto D. Prieto, el corresponsal de este periódico en el Gobierno, teclea literalmente como si no hubiera un mañana.
Qué barbaridad. Los poderosos madrugan de otra manera. ¡Sánchez expone más reformas que Manolo y Benito! “España puede”, se titula el programa. Ahora que no está Pablo Iglesias en la habitación de al lado… Pues igual es verdad.
El presidente narra con las manos sujetando el atril. La razón no es otra que la de agarrarse bien por si el suelo se abre bajo nuestros pies. ¡212 medidas! Se aparece el fantasma de Alfonso Guerra: “¡A España no la va a reconocer ni la madre que la parió!”.
Este es, aunque no pueda decirse en el cartel, un foro de insensatos. De pirados. El reverso más sonrojante a la guerra de piedras en Vallecas. En pleno auge de los extremos, charlan aquí amigablemente el Gobierno -tanto los de PSOE como los de Podemos-, los sindicatos, el Ibex, la tecnología, la sanidad… ¡Hasta está Borja Sémper! Uno de esos lunáticos que cree que el sentido común puede ser sexy.
Afloran con educación los pequeños desacuerdos; brillan los grandes consensos. Se aparece otro fantasma: Zapatero se queja de que le han robado la patente del “talante”.
Sigue hablando Sánchez. Lleva más de media hora. Le miran José María Álvarez-Pallete -Telefónica-, José Luis Bonet -Cámara de Comercio-, Federico Linares -EY-, Pilar López Álvarez -Microsoft-, Antonio Garamendi -CEOE-. Le miran y piensan. Entonces, uno se pregunta: “¿Qué piensan?”.
Termina Sánchez y se produce lo que podríamos llamar un corrillo de madrugadores. En esa conversación que no trasciende, se esconde el sinónimo de la influencia. El secreto de la colaboración público-privada, esa especie española en peligro de extinción que ha conocido la resurrección en plena pandemia.
Con tanto “talante” van a acabar metiéndonos en el manicomio. Corremos el riesgo de que el fular de Pepe Álvarez, líder de UGT, acabe adornando el cuello de un presidente del IBEX. El liberalismo se nos está yendo de las manos.
Se marcha el presidente y el público se queda. Casi nunca ocurre. Ustedes, con buen juicio, pensarán: el cronista dice eso porque le pagan. Tienen razón, ¡pero es que está sucediendo! Como para irse... Quédense con un nombre: María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. Les remito a su intervención completa.
Entre tantos números y ecuaciones, también hay espacio para la poesía. Llega de la mano de Pilar López, presidenta de Microsoft Ibérica: “Se trata de reimaginar España”. El verbo dice lo que muchos dicen todos los días, pero es ostensiblemente más bonito. Luego, arroja una buena prueba del cambio cultural que se está gestando: “En dos meses hemos vivido la digitalización que esperábamos en los próximos dos años”.
Estos foros suelen enfrentar el peligro de resaltar -siempre- lo positivo por encima de lo negativo. Tampoco es el caso, oigan. Ha aparecido Cristina Garmendia, exministra de Innovación y ahora presidenta de la fundación Cotec: “El virus va a rescatar la financiación de la ciencia en España”. Tiene bemoles, pero es así.
Con Garmendia al fin del mundo. Y con Baroja: “La cortesía puede resultar una obligación desagradable”. Garmendia no quiere buenas palabras, sino planes concretos. ¿Y eso cómo se traduce? “No sólo hay que hablar del cambio climático, hay que descarbonizar una lista de cien ciudades europeas. ¡Objetivos!”.
Liderazgos con mano de hierro. Fuencisla Clemares, directora de Google España, habla de “ejecución”. Mariangela Marseglia, directora de Amazon para España e Italia, exige “moverse más rápido”. Con que lo hagamos la mitad que ellos…
“Ya nos perdimos la revolución industrial. ¿Queremos perdemos la revolución digital?”, apremia Andreu Vilamitjana, director general de Cisco España. ¡Revolucionarios! ¡A las armas! Pero dennos antes un bocata, que en un pestañeo se nos han hecho las tres de la tarde.