En realidad, son dos. Digamos que está el evento que se ve y el que no se ve. Digamos que si apenas atiendes adonde apunta el dedo, allá donde alumbran los focos, te pierdes la mitad. Porque, mire, hay un primer Wake Up, Spain! a la vista de todos, ante las cámaras, donde desfilan los ministros, los sindicalistas, los empresarios, los académicos. Y hay un segundo Wake Up a la vista de pocos, sin cámaras, sin focos, donde los ministros, los sindicalistas, los empresarios y los académicos estrechan manos, discuten a solas, comparten contactos, se ponen al día.
De modo que el Wake Up no sólo es lo que se dice, sino lo que se hace, pues aquí, como apuntó el presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, está “todo el mundo”. Y cuando se dice todo el mundo, claro, la literalidad salta por los aires. Están quienes tienen que estar. El asombro de Pallete quedaría en anécdota si no fuera por que el ministro de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, Luis Planas, cae en la misma observación, de manera espontánea, con un día de separación: “Es impresionante, ¡aquí está toda España!”. Pedro J. sonríe, corresponde el elogio: “Lo importante ahora es que estás tú”.
Al ministro Planas lo conoce todo el mundo. A la puerta, una compañera de televisión le acerca el micrófono.
—¿Espera que bajen los precios?
—Espere, que ahora hablo.
Y el ministro Planas habla. Denuncia las múltiples dimensiones de la guerra de Rusia a Ucrania, y se detiene en la alimentaria. Anuncia un nuevo tramo del PERTE agro, y concreta la cosa en números: 300 millones de euros para quienes se quedaron fuera en la primera convocatoria. Daniel Ramírez, en la crónica de anoche, se detuvo en la lluvia de datos de la intervención de la vicepresidenta Calviño. Porque no escuchó a Planas, ¡tiene España en la cabeza! 8.800 buques de pesca. 3.500 cooperativas. 30.000 industrias. 24.000 hipermercados y supermercados. 100.000 tiendas de alimentación. 14.000 millones de euros de balanza comercial positiva. 47 millones de españoles que alimentar. Y no olvidemos a los turistas, que también comen.
Por cierto, comentó Ramírez que los empresarios se arremolinaron tras las novedades políticas, tras la reorganización del Gobierno. Dos ministras salieron, dos ministros entraron: Héctor Gómez y José Manuel Miñones. Reinaba la confusión: “¿Quién es Piñones?”.
El problema no está en las consonantes, sino en el anonimato. Hasta Alsina se hizo un lío esta mañana: ¡el ministro Quiñones! Hasta uno de los hombres más poderosos de la Moncloa, Manuel de la Rocha, se encogió de hombros a la pregunta de Arturo Criado: “No conozco al nuevo ministro de Sanidad”. El secretario general del Departamento de Asuntos Económicos y G20 en el Gabinete de la Presidencia del Gobierno supo ayer de su existencia, que contrasta con la del propio De la Rocha. En este espacio y momento es tan popular como Diego Maradona, que cada vez que salía de casa era un acontecimiento de masas.
De la Rocha parecía el renacido. Tan pronto como cerró su intervención, una quincena de marcadores le cerró el paso. Nadie quiere ser Quiñones para De la Rocha.
Con la elegancia que abandona la Casa de América, aparece la ministra de Educación y Formación Profesional, Pilar Alegría. Saluda a todos a su paso. Se zafa del atril, se dirige al público. El presentador le recuerda que “España necesita cambios”. Alegría regatea como Garrincha: “¡Ya hemos empezado los cambios!”.
Regala un discurso deslumbrante. Sostiene Alegría que “hay que trabajar la memoria, faltaría más, pero la acumulación no es suficiente”. Defiende su Ley de Educación para "repensar la forma de aprender y enseñar en un momento de globalización en el que la inteligencia artificial es una realidad". Yerra al apelar a Pallete y Bernard Henri-Lévy para escudriñar los cisnes negros: para los protagonistas del debate de ayer no existen. Pero qué importa. Concluye Alegría que “cualquier sociedad moderna siempre mira la educación cuando quiere mejorar su futuro, y en esto trabajamos”, y Pedro J. lo admite: “¡Qué gran gestualidad!”.
Como incide un invitado, el Wake Up, Spain! es cada año (ya van tres) mejor: más completo, más distinguido, más dinámico. El invitado celebra el manejo de los tiempos, pero les aviso: no es Tamames.
A decir verdad, incluso quienes no están en el Wake Up, están. Dos presidentes autonómicos se han asomado desde la pantalla. El murciano Fernando López Miras presume de eficiencia: “Con sólo el 3% del agua de España, somos capaces de producir el 25% de las frutas y hortalizas que se exportan”. Dice que no hay magia en el resultado, sino talento: “Hay más tecnología en un tomate murciano que en un iPhone”. Así que vaya con cuidado, a ver si acaba con el tomate en el bolsillo y el iPhone en la ensalada.
A dos meses de las elecciones regionales, a López Miras y a la madrileña Isabel Díaz Ayuso les une una reivindicación y un deseo. Mejor trato de Moncloa y “un Gobierno en libertad”. Que Vox ya no suma.
En las horas de soliloquios y conversaciones asoman todos los temas, con un denominador común: la incertidumbre ante los cambios. Reina la sensación de vida en el alambre. La pandemia de coronavirus, la invasión de Ucrania, la crisis energética, el pánico financiero, la mano se cansa. La política europea no acompaña. En Francia, la rebelión toma la calle por las pensiones, pero no sólo son las pensiones. En Hungría, Orban recuerda la mano negra de Rusia y China. Respaldan en el Parlamento de Budapest la entrada de Finlandia en la OTAN, pero dejan la candidatura sueca fuera del orden del día.
Confiesa Javier Sánchez-Prieto, presidente de Iberia, que está acostumbrado “a los vaivenes”. ¡Que no sea en los aviones! Nos bastamos con lo de ahora. Pero lo cierto es que, más allá de los cambios y la incertidumbre, los intervinientes levantan los ánimos. Todos —todos los presentes— resaltan el valor de la digitalización, la inteligencia artificial, la computación cuántica.
Es fácil perderse. Pero en España, recuerda la secretaria de Estado Carme Artigas, el 23% de la economía ya es digital. Y el Gobierno va a duplicar hasta los 4.000 millones de euros la dotación al plan NextTech. Y el Gobierno va a desarrollar nueva legislación sobre ciberseguridad. Mire, algunos datos al respecto aporta Alberto Granados, presidente de Telefónica. Por 50 euros, compras un troyano. Por 800 euros, un ransomware. Hasta un plumilla se puede permitir una guerra cibernética a cierta escala.
Eso sí, ninguna revolución como la de Philip Morris. Un millar de científicos y 10.000 millones de euros invertidos para sublevarse contra el tabaco. “Hay mejores alternativas que quemar cigarrillos”, confiesa Enrique Jiménez Figueroa, director general para España y Portugal. Preguntaron a sus clientes qué querían como consumidores, dice, y lo comprobaron:
—Una relación más sana.