Daniel Hidalgo

Letras El cuento de febrero

‘Samuel Pearce’, un cuento inédito de Carla Nyman

Autora revelación con 'Tener la carne', una de las óperas primas de 2023, la también poeta y dramaturga firma este relato sobre una enfermiza relación virtual.

11 febrero, 2024 02:48

Hace ocho días que ceno pegada al ordenador. Algo afilado y agudo me está mascando la córnea. Podría ser fatiga visual o una leve hemorragia en la retina. Sí, tengo una mancha en el campo de visión. Un escotoma. ¿Se dice así? Debería ir al oftalmólogo, aunque creo que no es nada. Se cura solo. O quizá no. Tampoco estoy segura. Me sorprende tener tanto vocabulario para la vista. La pantalla se ilumina cada pocos segundos y ahí tengo otro mensaje. Otro chat.

Yo no firmo. Jamás doy el nombre. He configurado mi perfil en la web para que no aparezca ningún dato que remita a mi verdadera identidad. Solo espero impaciente al siguiente mensaje. Me entretengo actualizando la página hasta que el usuario Samuel Pearce, qué nombre es ese, me responde.

Users (2)

yo_2: no he querido decirte nada, pero tengo un problema en un ojo.

SamuelPearce: !!! ké te a pasado?

yo_2: no sé, algo en la retina.

SamuelPearce: cómo no me lo dices antes? Descrívemelo.

Me pide detalles sobre el dolor, la forma de la herida, cómo leo desde que la padezco. Me hace gracia. Aquí no hay quien requiera un médico.

SamuelPearce: perdona qe no te respondiese antes. estoy en un estado lamentable. Si me vieses aora mismo me darías una limosna o un abrazo. Ni se te ocurra ir al hospital!!!!!

['Escarnio', un cuento inédito de Jacobo Bergareche]

El aspecto de Samuel no lo conozco. La página me permite una visión privilegiada de sus píxeles y palabras que releo con cierto disgusto por las incorrecciones ortotipográficas. Solo puedo tener conjeturas. Ni siquiera una imagen que luego resulte ser una vil mentira. Se me ocurre que debe de ser delgado. Total, su cuerpo no puede pesar mucho. Casi no es ni molecular. Un puñado de respuestas a tiempo para soportar el torrente de pensamientos que rebota en mi cabeza como un ping pong. Somos una gran opción diaria. Una ganga. Un ahorro de hasta el 70% en Groupon. Estoy convencida de que nunca besaré a este hombre, a este usuario, a este nickname. Aunque hay algo muy real en estar sentada frente a él, frente a lo que sea, frente a un montón de algoritmos haciendo posible la interlocución.

En el siguiente mensaje me pide conversaciones más largas. Solo las quiere para aumentar sus digresiones y responderme con más precisión: así se me ace difícil y preferiría extenderme, pero tanbién continuaremos cn estos mensajes amputados, casi telegráficos, si qieres. Son tantos los temas de los que quiere hablar conmigo, me explica, que este formato no le sirve. Qué formato, pienso. Es un gran modelo de lenguaje el nuestro. Económico, inmaterial. Sin champagne a la luz de las velas. Anárquico, eso sí. No tengo más opción que coordinar nuestra correspondencia. Samuel es un desconcierto. Yo guardo los mensajes en carpetas, por días, y los releo siempre y cuando contengan una petición, una sugerencia o una obligación. El último que recibo lo abro hasta cinco veces.

El aspecto de Samuel no lo conozco. La página me permite una visión privilegiada de sus píxeles y palabras

Devido a los múltiples mensajes instantáneos, me explica, las conbersaciones se acaban solapando, como si siempre abláramos de lo mismo o no llegáramos a ablar de nada. Escribirle más, leerle más, eso quiere, en cantidad, pero con detalle, reforzando la fidelidad virtual. Yo antes veía con nitidez. Ahora mi ojo se niega a ver el mundo armado como antes. Ahora mirar el mundo es una tortura. No soporto desviar la visión de aquí. Tampoco tolero tener que ir al baño. Bajar al establecimiento de abajo para alimentarme. Qué es eso. Estaría bueno renunciar al metabolismo este rato. Solo tengo el cuerpo para las incorrecciones de Samuel.

Obedezco una vez más y dejo que se extienda. Espero unos minutos todavía, con el brillo punzándome el globo ocular. Por la luz diría que todavía es de noche. No he subido la persiana ni salgo a mirar por el balcón. Tengo la silla pegada al culo como una cáscara. Al cabo de media hora recibo un aviso. Samuel me habla ahora de la sociedad, del mal estilo de vida que hace enfermar los cuerpos, no sé cómo llegamos a esto: es un templo, mi cuerpo es un templo que ajito y mezclo con la perdición del mundo. mi cuerpo es mi boluntad. pero está por encima de la boluntad de los otros. Se dispersa en cuestiones como la represión, la posibilidad de transgredir las convenciones, la mala gestión del placer, la culpa. Samuel habla disparado. No lo detengo. Leo sus mensajes uno detrás de otro. No tengo opción. Están saturados de pensamientos profundos y cuestiones muy complejas. Sin embargo, comete demasiadas faltas de ortografía.

['El arenero rojo', un cuento inédito de Eduardo Halfon]

El dolor es cierto. Puede que tenga un derrame. Un poco de sangre desprendiéndose en mi vaso sanguíneo. A veces pienso que escribe así a propósito. Que es su manera de imponer su presencia en mi vida. Esos errores premeditados son una mancha que él me inocula desde alguna parte del sistema informático y que ahora está creciendo lentamente en mi ojo. Así ocupa mi intimidad, la intimidad diminuta de mi retina. Así avanza en esa lenta e implacable invasión de mí.

Fuera se oyen mil voces, parece. Puede que ya haya amanecido o sea mediodía. Estoy casi segura de que son las tres menos cuarto. Deben de ser las tres menos cuarto porque se oye a la gente feliz. Un coche sintoniza una emisora de radio. Y Samuel sigue: no te imaginas a beces bajo tierra, bajo el patio de un colejio, pisoteada por todos los profesores del mundo? Ser o no ser: ser tú con todas sus consecuencias o no ser tú y permitir que te arrevaten tu propia naturaleza.

['Potajes', un cuento inédito de Manuel Astur]

La presión es tan fuerte ya, que casi no alcanzo a abrir el ojo. Podría ser un ratón comiéndome el bulbo visual. Pienso decirle a Samuel que pare un segundo, creo que es lo mejor, sí, oye, no sé si acostarme, tal vez pueda sentarme un rato, estaría bien, y decirle que no se desconecte, ¿puede esperar un momento?, que la herida en la cara podría ser de gravedad, no conozco ningún curso de primeros auxilios, qué tontería, no es para tanto, ya sé. Pero no termino de decirle nada. Intento darle órdenes a mi mano, pero no responde, y solo me invade la presencia casi musculosa, corpulenta, de Samuel en la pantalla: nuestras conbersaciones se an convertido en una coreografía de una exactitud exquisita, dice, y donde además arriesgas. ¿A qué se refiere? No podría interesarme menos el baile. Insiste en que hemos cuadrado bien, que hemos congeniado, y que no baje la guardia, pero el párpado se hunde, lo siento como un tubérculo: muchos bajan la guardia y se qedan solo en promesas. qé desperdicio. no kiero que pase eso contigo. Intento entender, pero ya no le sigo: ayer estube pensando que el esfuerzo merece la pena. cuando esté a punto de morirme y tú te qedes tuerta, ciega, pensaré que al menos puse lo mejor de mí en esto. Las notificaciones se multiplican, como si el ordenador o Samuel o qué se yo estuvieran fuera de sí, acelerándose en código binario, y ya me harta, me aburre, el ojo me va a explotar, las notificaciones chillan como un insecto desde muy dentro del PC, e intento acabar. Presiono para cerrar el equipo, hasta que suena una descarga y no veo nada.

Saltaron los plomos, sí, debe de ser eso. Busco con las manos las cortinas o la persiana o la puerta del balcón, tal vez la linterna del móvil. Pienso que estaba equivocada, que sigue siendo de noche, que las voces debieron de ser las del televisor del vecino. Aquí nunca salió el sol. Cuando me levanto de la silla, no veo bien, un tumbo, un atropello que me viene de frente, algo que no se detendrá ya nunca. Estoy bien, respondo instintivamente en alto. Sí, estoy bien, pero me estoy cayendo. Veo todavía a Samuel en todas partes, qué exactamente, sus dígitos agolpados estallando en mi retina. Es muy doloroso. Quién. Llego a llevarme la mano a la cara y noto un líquido caliente. Me he caído, puede que me haya caído y me haya golpeado la cara, y me viene esa imagen de Samuel, algo oscuro y morado, quién, cuando devuelvo la mano a los ojos, veo apenas que es algo real y gelatinoso, puedo entenderlo, cada vez hay más ahí y está pegado a mi ojo, a punto de ocuparlo todo y tragárselo. 

Escritora y directora escénica, Carla Nyman (Palma de Mallorca, 1996) ha debutado con éxito en la novela con Tener la carne (Reservoir Books, 2023). Antes, había publicado los premiados poemarios Elegías para un avión común (Torremozas, 2020) y Movernos en la sed (Valparaíso, 2021) y Líquida tuya y vertebrada (Letraversal, 2023). Sus piezas teatrales han sido reunidas en Quiero ver cómo la gente sin cuerpos hace el amor (Cántico, 2023).