La escritora Ariana Harwicz, autora de 'Perder el juicio'. Foto: Bénédicte Roscot

La escritora Ariana Harwicz, autora de 'Perder el juicio'. Foto: Bénédicte Roscot

Letras

'Perder el juicio': Ariana Harwicz vomita una novela brutal sobre el amor loco

La escritora argentina narra la historia de una relación enfermiza con secuestros, huidas, familias rotas y un final impredecible.

22 abril, 2024 02:05

Perder el juicio es una especie de náusea, quizá de vómito. La reseña empieza de forma contundente porque el libro también lo es. A pesar de su brevedad, hay en él un exceso de concepto que ya se anuncia en la fotografía de Ed van der Elsken que ilumina la cubierta (por cierto, muy bien elegida). En ella, una pareja se besa con ansia, casi con brutalidad. No parece deseo —o no solo— sino, más bien, afán posesivo, una codicia del otro cercana a la desesperación, enormemente impaciente, que se escora para rozar la violencia. También dice mucho el título del texto, porque “perder el juicio” significa abandonar la cordura, el raciocinio, y aproximarse, o entregarse, a la locura, al desequilibrio, a la enajenación.

Para la autora de la novela, Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), afincada en la campiña francesa, no es nueva esta forma de observar la realidad, como revelan otros títulos significativos de su producción: Matate amor (2012), La débil mental (2014) o Degenerado (2019), por poner algunos ejemplos. La propia imagen de Harwicz que aparece en la solapa es, así mismo, una declaración de intenciones.

Perder el juicio

Ariana Harwicz

Anagrama, 2024
136 páginas. 17,90 €

La novela recoge un argumento terrible. Una mujer —Lisa Trejman—, sentenciada a vivir alejada de sus mellizos —Jonay y Elías Fournier— y a visitarlos solo una vez al mes, los secuestra y huye con ellos a través de la Bretaña francesa.

Por debajo de esta fuga late una relación amorosa totalmente desequilibrada con Armand, el padre de los niños. Lisa proviene de Argentina y se crio en el seno de una familia judía desestructurada —o casi—. Su marido, por el contrario, ha crecido en un ambiente estable, con progenitores atentos a sus necesidades, aunque de forma exagerada. De hecho, ese interés desorbitado por su hijo, su mujer y sus nietos es, casi con seguridad, una de las causas del fracaso de la pareja y de su vínculo demenciado.

En el origen, Lisa habría sido una persona normal, pero ¿en qué momento se jodió el Perú? es una pregunta que gravita sobre el relato y envuelve a sus protagonistas en una especie de fatum, presentándolos como víctimas de una realidad de la que no son del todo responsables.

La historia está contada desde la impaciencia, como si la narradora llevara un cuchillo entre los dientes

Lisa, enajenada por una circunstancia que la ha socavado desde el interior, soporta el juicio y, desoyendo la sentencia del juez, trata de acercarse a Jonay y Elías en el patio de la escuela, en la piscina o en la casa donde viven y de la que los sustrae. Ha sido acusada de “violencia marital agravada por la presencia de los menores”, de “intimidación y sometimiento a vejaciones sobre su cónyuge”. Cuando los dos se encuentran, sin embargo, se percibe en ellos una pasión desmedida, absorbente, posesiva y loca.

La historia está contada desde la impaciencia, como si la narradora llevara un cuchillo entre los dientes y hubiera iniciado, sin remisión, una huida hacia adelante de final impredecible. El estilo —bronco, irritado, radical— conviene perfectamente a un contenido en el límite, de tintes perturbadores. Se le añaden, no obstante, gotas de un lirismo que sobrenada en la angustia y el tormento.

Como fórmula expresiva se utiliza el monólogo interior, que refleja el estado mental de los personajes. La estructura fragmentaria y la falta de un orden cronológico revelan, así mismo, el caos y la ansiedad de la protagonista, a lo que también contribuyen los diálogos teatrales y los fragmentos en letra cursiva.

Vidas solitarias, agresiones, familias rotas, hangares industriales, exasperación, una conversación que llega tarde, el deseo de salvar lo insalvable, un Dacia Logan blanco, aguas oscuras, el abismo... Y una reflexión amarga sobre el amor.