Recién estrenado el 2020 la humanidad entró en una época gris. Un virus nos hizo temblar como especie, enclaustrándonos en nuestras casas para evitar la ya imparable diseminación. La Covid-19 se convirtió en pandemia.

Mientras tanto, en muchos laboratorios del mundo se buscaba a marchas forzadas una solución en forma de vacuna que frenara el contagio. En uno de ellos estaba Juan García-Arriaza y hoy quiero contarte su historia para responder a la pregunta que planteo como titular.

Juan es un científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y está afincado en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB). Su vida profesional se la ha dedicado a los virus y las vacunas con bastante éxito. La semana pasada fue invitado por el Instituto de Investigaciones Sanitarias del Hospital La Paz (IdiPAZ) para darnos un seminario. Viendo sus más que sólidos datos, una pregunta era obligatoria: ¿por qué no fue su vacuna la que se inyectó en millones de brazos alrededor del mundo durante la pandemia?

Para lograr un prototipo de vacuna, y antes de ir a un ensayo clínico con humanos, se necesita identificar el objetivo. Esto quiere decir tener claro cuál es el patógeno que causa la enfermedad. Luego, hay que encontrar un componente específico de ese patógeno —un antígeno— capaz de desencadenar una respuesta inmunitaria protectora.

Para Juan y el laboratorio de Poxvirus y Vacunas que co-dirige con el también científico Mariano Esteban, estaba claro contra quién había que diseñar la vacuna. Ya el 12 de enero de 2020 se conocía quién era el patógeno, el coronavirus SARS-CoV-2, y cuál el antígeno diana más prometedor, la famosa proteína Spike —espícula en español—. La estrategia a seguir por el equipo de Juan fue usar un vector viral de la familia de los poxvirus, el denominado virus vaccinia modificado de Ankara (MVA), que expresara la proteína de la espícula. Con esto se podría “engañar” al sistema inmunitario para que genere defensas contra el SARS-CoV-2.

Hasta ese momento todo iba sobre ruedas, la experiencia acompañaba al equipo y los reactivos necesarios para los experimentos estaban disponibles. Esto último no siempre es así, te recuerdo que la omnipresente Ley de Contratos Menores tiene como principal consecuencia negativa el retraso de todo lo que huela a innovación científica en España. ¡Menos mal que durante la pandemia se tuvo a bien anularla temporalmente!

Con el prototipo de vacuna en un tubo, se pasaron a los primeros ensayos in vitro. Por lo general estos experimentos son sencillos ya que sólo implican el uso de cultivos celulares. A primeros de abril de 2020, ya estaban seguros de que lo diseñado tenía potencial como vacuna. Y a mediados de mayo del mismo año ya sabían que la potencial vacuna activaba considerablemente la respuesta inmunitaria frente al SARS-CoV-2 en un primer modelo animal: los ratones no susceptibles a la infección con el virus. Ahora tocaba subir el nivel. Era el momento de determinar si el candidato a vacuna protegía frente a la infección por SARS-CoV-2 en animales susceptibles a la infección.

Entonces, devino la debacle.

Los modelos más comunes de ratones inmunodeficientes no eran los óptimos para determinar con rigor la protección que proporcionaría el prototipo de vacuna generado. Se necesitaba un tipo de ratón con una modificación genética que lo convertía en diana para el virus. Aquí llegó el primer cuello de botella para el grupo del CNB.

Las empresas que desarrollan y comercializan animales de laboratorios modificados no son del patio. En España no se ha promovido la existencia de este tipo de compañías que, por otra parte, tienen ganancias multimillonarias. No es un secreto que este país no ha propiciado la creación de un tejido de empresas biotecnológicas de gran calado y, hablo desde la experiencia; montar una es un auténtico calvario.

El grupo de Juan quedó relegado a una lista de espera para comprar los modelos animales necesarios para sus ensayos. La geopolítica jugó en su contra y los ratones, pedidos desde marzo de 2020, no llegaron hasta finales de julio. Los resultados obtenidos en los ratones susceptibles fueron muy positivos. ¡Se observó una completa protección frente a la infección por SARS-CoV-2! Estos datos se confirmaron en otro modelo animal, los hámsteres.

Con los buenísimos resultados obtenidos en roedores, y a pesar de que ya no eran los primeros en la carrera por la vacuna, el equipo se volcó en el próximo paso necesario antes de llegar a ensayos clínicos en personas: la prueba en primates no humanos. En este caso se requerían macacos.

Hablar de ensayos en primates no humanos en España es sinónimo de querer casi un imposible. No existen laboratorios-empresas que proporcionen este tipo de modelos. Juan y su equipo vieron truncadas las esperanzas de pasar esta prueba con la celeridad requerida. Las empresas y laboratorios fuera del país a las que acudieron ni siquiera los ponían en una lista de espera.

No obstante, como siempre he dicho, si alguien sabe lidiar con la frustración y el fracaso es una persona que se dedica, por vocación, a la ciencia. Muchos meses después, y con la colaboración de un laboratorio de los Países Bajos, lograron finalizar los ensayos en macacos. Era mayo de 2021, tarde para el mundo desarrollado.

Otro escollo que tuvieron que sortear los investigadores de este grupo fue la búsqueda de una empresa que produjeran los lotes clínicos del prototipo vacunal. La inexistencia de una compañía con experiencia en la elaboración de estos lotes con una vacuna basada en virus también retrasó enormemente el proceso. Al final se logró, pero también tarde.

Esta historia, no es sólo la de Juan y su equipo. Otros grupos españoles sufrieron los mismos avatares. Sus prototipos quedaron en el camino, no por la incompetencia científica y sí por la carencia de infraestructuras empresariales biotecnológicas. Nos consta que los ministerios involucrados, el CSIC y el Instituto de Salud Carlos III apoyaron al máximo este y otros proyectos de vacunas. Empero, bien sabemos que en tiempos de “guerra” es difícil generar las estructuras que se deben construir durante la paz.

Propiciar un entramado empresarial biotecnológico de gran impacto es algo que no se hace de un día para otro, y mucho menos en períodos de urgencias. La ciencia y sus derivaciones se cuecen a fuego lento y con tres elementos de manera estable: talento, dinero y flexibilidad. De lo primero andamos sobrados, las dos últimas flaquean.

Como sociedad debemos exigir que, en tiempos de calma, se fomente la creación de un tejido biotecnológico-industrial que nos lleve, por una parte, a trasladar con celeridad los resultados del laboratorio y, por otra, a tener una amplia cartera de servicios que den cobertura a la experimentación básica-traslacional.

Es una muy buena idea la creación de Centros Tecnológicos asociados a Institutos de Investigación Sanitarias, por citar un ejemplo. Es una excelente estrategia fomentar la creación de empresas que proporcionen reactivos y modelos de experimentación a nuestros científicos. Económicamente es rentable, intelectualmente es maravilloso y socialmente, necesario.

El trabajo de Juan y su equipo, más por empeño que por otra razón, no ha caído en un saco roto. Su prototipo vacunal ha sido cedido a la Organización Mundial de la Salud para su uso en países desfavorecidos sin acceso a las vacunas del mundo desarrollado. En la discusión científica que se dio tras su seminario en el IdiPAZ, además, se propusieron otras posibles aplicaciones futuras.

Al final, aunque pudo ser, el Nobel no fue para un equipo español.