Desde hace ya un tiempo, quienes nos dedicamos a observar y analizar los acontecimientos económicos de nuestro país y del mundo, nos encontramos ante una incómoda situación. Una situación que se suma al desprestigio gratuito que nos dedican quienes te niegan tu profesión de economista si no estás en el mundo del dato, es decir, elaborando series, modelos o haciendo predicciones.

Porque los economistas que interpretamos los datos, las series y los modelos, elaborados por otros, al parecer, somos "otra cosa", por supuesto, de categoría inferior y no merecemos ni el saludo en redes sociales. Me sigue pasando. 

Pero hay algo aún peor. Y es que cuestionen permanentemente los datos que empleas. Lo tradicional es matar al mensajero: el que ofrece un dato que no cuadra con su relato es colgado de los pulgares en plaza pública, se cuestiona su doctorado, se amedrenta a sus clientes y no se amenaza a su familia de milagro. Pero sus amigos y quienes nos fiamos de los datos, somos repudiados.

No importa si sus datos son ortodoxos, si simplemente su criterio no coincide con el tuyo, no se le da un ápice de credibilidad. Y este fenómeno no sucede solamente con quienes se enfrentan de manera frontal al relato oficial. También afecta a los medios de comunicación que, de manera más moderada, exponen los resultados de estas investigaciones. Tengo varios amigos e instituciones como ejemplo de este bochornoso proceder, y de hecho, me salpica. 

Sin embargo, hoy he decidido hacer un esfuerzo y ponerme en el pellejo de quienes, con toda su buena voluntad, creen que los datos oficiales son siempre fiables y que no hay relato, sino realidad. Y, sinceramente, les entiendo perfectamente. Si uno cree los datos oficiales, las cálculos oficiales, los modelos predictivos oficiales, si uno se lo cree de verdad, todo lo demás es una patraña. Además, la oficialidad está avalada por toda la academia, instituciones internacionales y varios premios. ¿Cómo va a ser mentira?

Y este fenómeno no sucede solamente con quienes se enfrentan de manera frontal al relato oficial. También afecta a los medios de comunicación que, de manera más moderada, exponen los resultados de estas investigaciones.

Esta pregunta lleva una semana dándome vueltas en la cabeza. Y creo que es imprescindible que aprendamos a diferenciar dos conceptos: credibilidad y verdad. Que una afirmación sea creíble no implica que sea cierta. Solamente tiene que parecerlo. Hay verdades difíciles de creer.

Hay otras que es preferible no creerlas, para poder seguir adelante. Así dicho, podría parecer de idiotas negar la verdad para permanecer en un estado de apacible ignorancia. Sin embargo, se habla poco del coste emocional de admitir la verdad. Por eso tenemos tantos mecanismos que nos permiten engañarnos a nosotros mismos. Preferimos mantener traiciones manifiestas antes que aceptar que hemos sido traicionados.

A mi pregunta anterior “¿Cómo va a ser mentira?” Hay que añadirle otras consideraciones, como por ejemplo, el ridículo de sentirse engañado después de haber confiado. Y, sin duda, que después de admitirlo, habrá que hacer algo. ¿Denunciar? ¿Reconocer la ingenuidad de una? ¿Quedarse sin referentes? Así que, imaginando que soy una de esas buenas economistas atadas a los datos, modelos e interpretaciones oficiales, tan aplaudidas, no hay más salida que, incluso si desconfío, tirar para delante y dejarme mecer por la disonancia cognitiva y el autoengaño.

Pero ¿ha habido ocasiones en las que la oficialidad ha mentido? Pues sí. Ha habido de todo. No olvidemos que lo que prima no es la verdad sino la credibilidad. 

El primer ejemplo es la vuelta al patrón oro tras la Primera Guerra Mundial. Algunos países contabilizaban como reservas de oro las reservas en divisas convertibles en oro, que no eran exactamente lo mismo. Pero, además, cuando se estudia el funcionamiento del patrón oro en el siglo XIX y se analiza por qué no funcionaba tan bien en países que no eran Inglaterra, se reconoce que los bancos centrales no cumplían fielmente las reglas del 'club' y se hacía la vista gorda. Todo esto sin perjuicio de que fuera un sistema monetario que, desde mi punto de vista, tenía más cualidades que defectos, entre otras cosas, porque obligaba a los gobiernos a no derrochar.

Y, sin duda, que después de admitirlo, habrá que hacer algo. ¿Denunciar? ¿Reconocer la ingenuidad de una? ¿Quedarse sin referentes?

Tampoco cumplieron los requisitos de Maastricht casi todos los países y no pasó nada. 

Pero hay un ejemplo flagrante: Grecia. En la Unión Europea, la entrada en la eurozona dependía de que la nación solicitante cumpliera determinados criterios económicos. Se evaluaban, por ejemplo, el déficit presupuestario y el nivel de deuda pública, así como la situación de la inflación y la estabilidad del tipo de cambio de la moneda nacional de un Estado miembro de la Unión Europea.

Entre los requisitos figuraban un déficit presupuestario inferior al 3% del producto interior bruto (PIB) y una deuda inferior al 60% del PIB, o si era superior, decreciente. Para poder ingresar en la eurozona, el Gobierno griego falseó las cuentas y la deuda desapareció como por arte de magia. Grecia falseó sus cifras de deuda pública y déficit presupuestario para cumplir los criterios de Maastricht y entrar en el euro. Y lo hizo con la ayuda de Goldman Sachs, que asesoró a Grecia en el año 2001 para lograr su entrada en la eurozona.

A través de malabarismos financieros, logró ocultar su deuda, reportándole beneficios millonarios a la empresa. Cuando en noviembre del 2015 se elevó una pregunta al Parlamento Europeo sobre el tema, la respuesta de Moscovici fue: "En el marco jurídico de la UE, la responsabilidad de informar a la Comisión sobre el estado de las finanzas públicas recae en los Estados miembros. La Comisión no interviene en la relación entre un Estado miembro y sus asesores". Goldman Sachs se fueron de rositas con las arcas llenas. ¿Se expulsó a Grecia? No. Se culpó a Merkel por humillar a los pobres griegos.

¿Podemos esperar que la Unión Europea exija a nuestro gobierno fiel cumplimiento de los planes presentados acerca de los Fondos Next Generation, o respecto al cuadro macroeconómico, o respecto a nuestras cuentas? No. 

¿Es prudente, por tanto, fiarse de cualquier dato que provenga de “fuentes oficiales” siempre y en todo lugar? Pues tengamos en cuenta la lección de la historia y seamos muy cautelosos. Porque ningún instituto de análisis, centro de estudios, va a reconocer jamás que reman a favor de la corriente oficial. No lo hacían ni los soviéticos, ni los del NODO. Y estos, tampoco.