Benidorm

El 20 de enero de 1951 el pueblo de Benidorm cambió para siempre. Pedro Zaragoza Orts accedió a la Alcaldía de este pequeño municipio, apenas un pueblo de 2.500 habitantes, y decidió hacer algo tan revolucionario como planificar su futuro. Su trabajo culminó cinco años después, en 1956, con el nacimiento del primer Plan General de Ordenación Urbana de España: un documento que comenzaba con la leyenda "tratamos de dar a conocer cuánta realidad lograda y cuántas posibilidades futuras guarda nuestro Benidorm", y que trazaba las líneas maestras del desarrollo urbanístico de la que se convertiría en la capital turística de la Costa Blanca. 

17 años después, a principios de los 70, la localidad superaba los 12.000 habitantes censados. Detrás quedan hazañas para la historia, como el viaje del alcalde a Madrid en vespa para ver al dictador Francisco Franco para pedirle que permitiese a las turistas extranjeras lucir el bikini en la playa. O la cruz que la Iglesia Católica instaló en 1962 en el monte que corona la ciudad, con el objetivo de que velase por sus fieles y Benidorm no sucumbiese al pecado. 

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Lo que estaba en juego abajo, sin embargo, era algo mucho más prosaico que unas decenas de miles de almas inmortales. Era una forma de entender la modernidad, con un modelo definido hasta la obsesión para convertir al pueblo en lo que es actualmente. Y todo se hizo con un modelo de urbanismo vertical que se considera pionero en muchos aspectos, y cuenta con fervientes defensores sobre su sostenibilidad. También tiene detractores, que consideran que se trata de una nueva forma de urbanismo depredador y desnaturalizador de la esencia del territorio. En una cosa no se equivocaban: Benidorm nunca volvió a ser la misma. 

La Avenida del Mediterráneo, llena de coches.

Sea como fuere, la ciudad ha crecido a lo alto, es cierto, pero también abrazando sus playas. Es muy difícil vivir en la capital turística y estar a más de 15 minutos a pie de la costa. Y uno de los ejes más conocidos, y de los primeros que se planificó (data de los 50), es la Avenida del Mediterráneo. Esta vía de unos 2 kilómetros recorría de forma paralela la playa de Levante en su totalidad, y configuraba una de las arterias de lo que iba a ser el Benidorm futuro. 

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En las imágenes de la época empieza a verse sobre el plano lo que sería la actual configuración de la ciudad. La avenida empieza en la Plaza de la Hispanidad, conocida popularmente como Plaza Triangular, considerada el centro de Benidorm aunque realmente esa posición geográfica la ocupa el casco antiguo, con el Castillo en medio de las dos playas. Extraoficialmente esa capitalidad viene del núcleo comercial que conforman la calle Gambo y la Avenida Martínez Alejos, dos de las más concurridas de la ciudad y que enlazan con el Paseo de la Carretera, conocida por muchos turistas como la calle del Coño, puente entre las dos principales playas de Benidorm.  

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Al otro extremo, la Avenida del Mediterráneo termina en el Rincón de Loix y discurre de forma paralela a la calle Gerona, otra de las principales arterias y signos de identidad del municipio. Esta vía supone la columna vertebral de la zona inglesa, o zona guiri para los residentes, donde un británico puede pasar dos semanas residiendo sin hablar ni una palabra de español.

Actual Avenida del Mediterráneo con las luminarias instaladas.

En la evolución de las fotos se puede ver perfectamente cómo la Avenida del Mediterráneo ha pasado de ser poco más que una vía entre terrenos casi desiertos a una zona perfectamente urbanizada y llena de tráfico. Esa última estampa permaneció durante muchas décadas en la retina de los visitantes hasta que en 2020 el Ayuntamiento decidió convertirla en el primer signo visible de un modelo de ciudad más sostenible, restringiendo el tráfico y peatonalizando la mayor parte de su superficie, al menos en el tramo que va desde la Plaza de la Hispanidad hasta la Avenida de Europa. 

Estos 30.000 metros cuadrados ganados al tráfico son en realidad parte del proyecto para rebajar el nivel de emisiones de la capital turística, algo a lo que está obligada la ciudad a partir de 2023 por los compromisos de la Unión Europea con la Agenda 2030. Pero también supone una muestra del afán transformador que ha tenido la capital turística por sus políticas urbanas, y que han ido encaminadas a peatonalizar buena parte de sus calles principales como en su día pasó con la Alameda. Porque cuando los coches no estén, la Avenida del Mediterráneo seguirá ahí.