"La ciencia está escrita en un idioma que no entiendes. Cómo se usan las palabras es muy farragoso, muy difícil", asegura el doctor Pablo Palazón. Y con su libro Ciencia idiota piensa romper esas ideas. Un título que reconoce atrevido y que ha presentado en Alicante recopilando curiosas historias con las que se demuestra que el amor a la ciencia puede llevar a la carcajada.
Y eso aunque algunos disparates, al repetirse mucho lo que pasan es a preocupar. "Cuando ves una estela de un avión en el cielo, de las millones de cosas que puedes pensar, una de las últimas sería que nos están fumigando y creando sequías. Pues hay gente que piensa que sí", explica este experto en inmunología.
Al ordenar todo el material que tenía para publicar este libro, cuenta que "ya dejé de proponerme buscar cosas nuevas para sorprenderme porque simplemente en los comentarios de las noticias de cualquier periódico te sorprenden". Aunque "pierdes fe en la humanidad también", añade.
[La ciencia seria que más hace reír]
A través de los cuarenta capítulos que ha dispuesto, repasa las historias más alocadas que fue recogiendo a lo largo de cinco meses. Pero para loco, bromea, la persona de la editorial Next Door en Pamplona a la que presentó la idea y la aceptó rápidamente porque "si el mundo editorial ya es complejo, hacerlo de ciencia es casi kamikaze".
El capítulo que más le ha costado escribir lo titula Las gallinas los prefieren guapos. Y en él recuerda un experimento de la Universidad de Estocolmo en 2003 que hicieron con estas aves que enseñaron a usar la aplicación para emparejar Tinder y con el que ganaron el premio Ig Nobel, la parodia del oficial que entregan en su mismo país, "pero detrás tienen una reflexión científica".
"¿Cómo se ve atraído un animal por otro? Me encontré un experimento que se planteaba los sesgos que tenemos de qué es un hombre y qué es una mujer. Y así podía explicar por qué nos parece una persona atractiva. Enseñaron a unas gallinas a reconocer hombres y mujeres. Les pusieron diferentes fotos y se dieron cuenta de que las gallinas, cuanto más atractiva les parecía una persona, más fuerte picaban. Corolario: Si te va mal en el amor, a tu mascota le puedes enseñar a usar Tinder y te puede ir mejor".
Cada una de las historias elegidas explica el método usado por los equipos científicos y encadena sus resultados con otros similares más breves hasta rematar el absurdo o denunciar el resultado.
La autocolonoscopia
A diferencia del humor que popularizó The Big Bang Theory, donde las referencias científicas podían hablar de física cuántica y la teoría de cuerdas, Palazón tira más por Muchachada Nui. ¿En qué se traduce eso? "La mayoría de los capítulos son muy absurdos", reconoce. Y es que en una de las diferentes presentaciones que ha ido haciendo por España se paró a ver cuántos había dedicado a temas escatológicos y eran casi un tercio.
El dedicado a la autocolonoscopia es uno de ellos y con el que ejemplifica el manejo que hace de la gravedad de un tema, como el cáncer de colon, con las investigaciones que se realizan para superarlo, como una colonoscopia inventada por Akira Horiuchi más cómoda y que se la pudiera realizar uno mismo sentado.
"El hombre tenía que medir como de cómodo o de incómodo era su método para hacer colonoscopias y como nadie quería que practicase con él, pues practicó consigo mismo", cuenta. Otra investigación premiada y que valoraba el esfuerzo por frenar el número de muertes que causa el tipo de cáncer que se puede prevenir con esta prueba invasiva.
La no ciencia
Si en este ejemplo habla de lo que supone pruebas que necesitan realizarse vía anal para cuidar nuestra salud, en otros capítulos se dedica a desmontar los engaños de quien sin tocar el cuerpo quiere sanarlo, como el reiki.
"Yo la llamo la psicoterapia de las tres mentiras, porque no es ancestral, ni siquiera tradicional porque no es milenaria, ni siquiera china", sentencia sobre una técnica que inventó el japonés Mikao Usui en 1922 y que se puso de moda en el mundo medio siglo después.
Pese a que no tiene "fundamento médico ninguno", en España se llegó a ofrecer en la Universitat de València o la de Barcelona, afirma. Y quien se encargó de probarlo fue una niña de 9 años con un sencillo experimento. La propuesta que hacía Emily Rosa es que si eran capaces de sanar, serían capaces de detectar si detrás de un biombo había una mano o no. Ni siquiera por azar fueron capaces.