Alicante

Escuchar Tabarca es como escuchar una filarmónica, cuenta Aurora Domínguez. La artista presenta una exposición en la que recoge los sonidos captados durante tres meses de invierno para descubrir sus paisajes. Y la forma de hacerlo no es por sus maravillosas vistas que atraen a miles de turistas en verano, sino por los cantos de los pájaros, los maullidos de los gatos o las olas que golpean sus calas.

Así, Tabarca, la isla habitada más pequeña de España pide que la escuchen en esta muestra que acoge el Museo de Aguas de Alicante durante este verano. Un invierno en Tabarca recrea un día entre sus playas mediante las salas Amanecer, Mediodía y Ocaso que ocupan los tres aljibes de los pozos de Garrigós. Cada una de ellas tiene sus propios sonidos acompañados por los teclados de la propia artista.

La propuesta de arte sonoro de Domínguez responde a que "estamos muy mal acostumbrados a lo audiovisual". Como explica en la calurosa mañana de junio en que abre su instalación, eso ha hecho que en el caso de la isla "los sonidos queden diluidos". Y eso le preocupa porque estos "responden a lo que está pasando". Si no oímos lo que nos rodea, no sabemos que sucede. Por eso añade que "a veces en la escucha se descubren más cosas".

La idea de redescubrir uno de los sitios más fotografiados de Alicante precisamente sin el sentido de la vista era su gancho. "Me parecía interesante sacar lo visual, vamos a escucharla porque cuando es todo junto se distrae". Una teoría que ya había observado en otras ciudades europeas, como Berlín, donde conocía los archivos sonoros que se hacen para capturar lo cotidiano y mantenerlo en el futuro.

Caminar por el sonido

El recorrido por la exposición se inicia jugando con la idea del espacio real de los pozos y sus sonidos. Un vídeo silenciado da la bienvenida al espectador que se acerca en una de las tabarqueras, el sonido que se escucha es el del muro de agua del primer aljibe. En ninguna de las imágenes aparecen personas para así recalcar la idea de vacío que tiene durante los meses de invierno.

Antes de entrar en el amanecer aprovecha los pequeños y estrechos pasillos que conectan los aljibes para sumergir al visitante en esa entrada al día que recrea con una proyección. La bienvenida a los amaneceres rojos busca que se acostumbren los ojos mientras el teclado se superpone a la llegada de las olas a la costa. La luz blanca del mediodía es solo el preludio del momento más intenso del día para la artista, el ocaso. "En el atardecer la pista sonora es más densa, siempre he tenido ansiedad a esa hora y quería transmitir la sensación de ese momento", reconoce.

Silencio en la multitud

El pasado diciembre empezó a trabajar en este proyecto "porque es cuando Tabarca está pura, en verano hay muchos turistas". Y retratarla de este modo cree que empuja a otro debate "para pensar de otra manera porque se la están perdiendo". Por eso bromea con lo que supondría que un 3 de agosto, en la temporada alta con miles de visitantes por sus calles, calas y caminos, "todos se callaran en la isla porque es espectacular".

Si eso sucediera, como en una acción masiva, podrían saber qué pájaros cantan y a qué horas o cómo suenan las cocinas que trabajan sin parar en los restaurantes. O se podría descubrir qué pasa cuando sale la última tabarquera y la isla se queda desierta porque "por el día es propiedad de las gaviotas y de noche es de los gatos". En ese vacío tiene mucho que ver que tan solo son 56 habitantes los que están allí censados, una cifra que se queda en menos de la mitad durante el invierno. "Ojalá suenen niños en el futuro y que crezca de alguna manera".

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