Se celebró en el Auditorio de Alicante el pasado domingo 11 de junio el último espectáculo de la temporada, que como no podía ser de otra forma, debía culminar apoteósicamente un año plagado de superproducciones con las visitas al coso de las más grandes formaciones orquestales y renombrados concertistas internacionales. Y, en efecto, se alcanzó una vez más, superar las expectativas creadas.
El público alicantino desbordó el aforo en las tres representaciones que se ofrecieron del montaje más aclamado del inefable Emilio Sagi, La Bohème de Puccini, que después de enfrentarse, la temporada anterior, a las dificultades que subyacen al montar una producción operística en un auditorio que no fue concebido para tales retos, demostró su ingenio y maestría en una Carmen que fue todo sangre y pasión pese al minimalismo escenográfico.
Por ello, y desde meses precedentes, se respiraba en el ambiente de los fieles aficionados una absoluta certeza de que en esta última propuesta se alcanzarían cotas inigualables. Y no defraudó ni a los más recalcitrantes y exigentes.
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Volvió a visitarnos un gran Ramón Vargas, que si bien en su última visita, acuciado por una leve afección de garganta, no pudo brillar en todo su esplendor con La Canción de la Tierra de Mahler, en esta ocasión, nos deleitó con magnífico Rodolfo, que pese a todas las tribulaciones sufridas en la historia, mantuvo una presencia vocal de gran homogeneidad y perfecta emisión.
Mención merece un fantástico Marcello, con el que el barítono David Menéndez dejó patente no sólo su gran dominio técnico, sino, también su inmenso talento actoral, configurando un personaje, junto a su amada Musetta que hizo las delicias de los espectadores.
Pero, sin lugar a dudas, la gran estrella de la velada fue la preciosa Mimí. Y no exclusivamente por ser el personaje más relevante, sino porque, la soprano asturiana Beatriz Díaz, que ya consiguió subyugar al respetable con su Micaela en Carmen, alcanzó con su prodigiosa voz crear un clímax dramático de sublime elegancia y sensiblidad. ¡Insuperable, Mimí!
Pero esta actuación memorable no hubiera podido llevarse a cabo sin ese sustento vital que representa la orquesta y sin cuya maestría ningún cantante puede lucir en todo su esplendor. Y lo que vivimos en esa noche mágica nos dejó sin respiración. El maestro Josep Vicent ha conseguido, con esa conjunción mística lograda, arrastrar a su orquesta a las cimas de una sonoridad sublime.
Por momentos atronadora, y, sin embargo, de una sensibilidad etérea cuando el cuadro interpretativo lo requiere. Se intuyeron pianissimos de tal perfección técnica que lograron emocionar a la inmensa mayoría de los presentes hasta las lágrimas, rompiendo a vitorear el final de cada una de las arias, sin que ello rompiera la magia del momento y la continuidad del argumento.
En definitiva, la última representación de la temporada ha supuesto para Alicante una apoteosis histórica por haber demostrado que bajo la batuta de dos grandes directores Sagi/Vicent que nunca dejan de soñar a lo grande y luchan hasta la extenuación por hacer realidad sus sueños. Se ha sembrado la semilla de una futura, y no muy lejana, Alicante como nueva ciudad de referencia en la producción operística.