Alicante

La historia de la Inquisición está llena de desigualdades y abusos de poder que abarcaron toda Europa, incluida la provincia. Como no podía ser de otra manera, la institución asumió las capas más oscuras del cristianismo, también la desigualdad entre hombres y mujeres, una doble vara de medir patente en los castigos de este tribunal religioso.

Las mujeres eran consideradas más vulnerables al pecado y a la herejía, y se les perseguía con mayor énfasis porque se creía que podían caer fácilmente bajo la influencia del diablo.

Así lo explica la experta en historia de Elche, Verónica Cano, quien señala que con la unificación de las coronas de Castilla y Aragón bajo los Reyes Católicos, la Inquisición se estableció de manera definitiva en la ciudad, que integró al secretariado del Tribunal de Murcia, con sede en el barrio de Conrado, muy cercano a El Raval, zona donde se concentraban moriscos y conversos por estar fuera de la villa amurallada.

"La Inquisición no juzgaba igual a hombres y mujeres. A las mujeres se las tildaba de brujas, de sacrílegas, de estar poseídas por demonios o de ser supersticiosas. En cambio, los hombres, aunque cometieran delitos sexuales o abusaran de su posición, apenas recibían castigos", indica.

 Cano cuenta que era muy habitual que los hombres fueran "solicitantes de favores sexuales, y la mayor parte eran clérigos que abusaban del poder de la época. Dentro de la confesión, aprovechando ese momento tan importante, el clérigo lo que hacía era pedir favores a la beata para tratar de absolver sus pecados de una manera más rápida, o así lo vendían", apunta.

Es el caso de Mosén Ramón Agulló, quien había sido condenado a reclusión y a destierro en el siglo XVIII. "Cumplió solo el destierro y, en burla, regresó e incluso llegó a presionar a una de las jovencitas que le habían denunciado para que retirara los cargos o amenazarla a través de una carta", resalta.

No contento con ello, exigía para poder marcharse que se le pagaran todos los gastos. "Al final, sí cumplió su reclusión y su destierro, pero sin torturas ni nada por el estilo. Al final, era la mujer la que volvía a quedar mal".

Otro caso es el de Fray José Martínez, de la orden tercera del convento de San José, que también fue denunciado por solicitar favores sexuales durante la confesión. "Casualmente, todas las denunciantes eran jóvenes, y una de ellas declaró que después de la confesión, y esto lo hacía bastante a menudo, él les pedía que fueran a su casa. Las chicas declinaban la propuesta, pero luego la aceptaban porque él las convencía de que era necesario para absolver sus pecados", destaca Cano.

Una vez allí, abusaba de ellas. Martínez mantuvo su inocencia y siempre se defendió, al igual que todos los demás, volviendo a quedar otra vez las mujeres como las que provocaban estos asuntos.

Culpabilidad de las mujeres

Esta presunción de inocencia choca con la presunción de culpabilidad de las mujeres. En estos casos, los clérigos no eran sometidos a torturas, humillaciones ni sambenitos porque sus delitos no eran considerados agresiones contra la mujer, sino contra la confesión.

Todo lo contrario ocurrió en el caso de mujeres como Ana García, nacida en 1630, quien fue quizás la bruja local más célebre. Por realizar amarres, fue denunciada y torturada durante dos años en el 'potro', el 'submarino' y la 'cuna de Judas'.

La misma desigualdad se observa en el caso de Lorenzo Escorcia, canónigo de la Catedral de Alicante, quien fue una figura clave en la historia de Elche durante la Inquisición. Escorcia convenció a Francisca Ruiz, una joven seguidora suya, para que entregara a su hijo en adopción, hiciera voto de castidad y se convirtiera en una fiel seguidora de lo que parecía ser una especie de secta religiosa. "Sin embargo, Francisca pronto empezó a mostrar comportamientos extraños: dejaba de hablar, moverse y comer, lo que llevó a que la consideraran poseída por demonios", manifiesta la especialista.

No obstante, el comportamiento de otros seguidores hombres de Escorcia, que imitaban sus gestos extraños, como rechazar la misa o no comer, llevó a más investigaciones. "Estas revelaron que Escorcia intentaba curar a estos jóvenes abrazándolos y revolcándose con ellos, bajo el pretexto de expulsar demonios. Además, como confesor de las monjas del convento de la Sangre de Cristo, les imponía penitencias bizarras, como caminar con escobas o cascabeles, lo que muchos consideraban abuso", añade.

Francisca sufrió más de cuatro años de torturas y murió en prisión, mientras que Lorenzo Escorcia también fue condenado por sus actos, aunque con un trato más indulgente.