Los últimos datos de la incidencia de Covid-19 en la Comunidad Valenciana no auguran nada bueno. Seguramente hasta el próximo martes no sepamos el impacto de los viajes, salidas y reuniones del pasado puente de la Constitución, pero ya sabemos que la sexta ola crece y crece, y las instituciones ya se plantean nuevas restricciones.

El Ayuntamiento de Valencia ha suspendido la San Silvestre, una de las carreras populares de estas fechas más multitudinarias de España, así como los actos y las reuniones en la plaza del Ayuntamiento. En Alicante, por el momento no se ha tomado ninguna decisión, pero no se descarta nada.

Ayer, el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, deslizaba que de aumentar la incidencia que ya es de más de 350 por cada 100.000 habitantes (por encima de la media española), habrá que tomar decisiones. Incluso pronunció el peor de los escenarios: "el cierre total".

Todos estamos planificando ya qué hacer para reunirnos con los nuestros en las próximas semanas. Comidas, cenas, salidas, viajes. A más corto plazo, muchos todavía tenemos pendiente la tradicional comida o cena de empresa. Encuentros que ya empiezan a suspenderse o aplazarse para después de las Navidades si la cosa va mejor.

Nuevamente temo por el turismo y la hostelería. Han sido sin duda los más maltratados durante los últimos dos años y conozco muchos casos de pequeños empresarios con el agua al cuello, y profesionales como chefs, sumilleres y camareros cuyo futuro profesional pende de un hilo. ¿No hemos aprendido nada? ¿No podemos poner freno al virus sin cerrar negocios?

En este contexto comienza también la vacunación de los niños. Aquí en los colegios. En otros sitios como Madrid, en hospitales. Sinceramente espero, tras las críticas de médicos y pediatras, que el modelo elegido en la Comunidad Valenciana no sea un simple experimento para diferenciarnos de otros y poder competir a ver quién lo ha hecho mejor. Empiezo a estar un poco harto de las comparaciones, que además, no dejan a nuestra región en buen lugar.

Y mientras la gran mayoría nos vacunamos cuando nos lo dicen, respetamos las medidas de aforo y seguridad o ponemos todos los medios para evitar los contagios, surgen las voces de los negacionistas. Todos tenemos uno cerca. Incluso con argumentos razonados, algunos difíciles de contradecir como la eficacia de las vacunas, que lo cuestionan todo. Que mezclan la incidencia del virus con la subida del precio de la luz y gasóleo, con la falta de componentes o cualquier otro argumento.  

Yo he tomado la opción de no discutir. Para qué, si se fían antes de lo que dice un youtuber o el líder de un partido ultra sin profesión conocida que de lo que dice un científico, ¿cómo se les puede llevar la contraria? Así que ahí va mi deseo para la Navidad: que no me calienten la cabeza, que bastante tenemos con lo que tenemos.