Hay ocasiones en las que uno escribe algo que no desea, pero en el fondo hacía tiempo temía. En estos días tan duros para nuestra sociedad, finalmente nos ha dejado, cuando el destino y la lógica le debiera haber llevado al disfrute pleno de la vida, ese torrente de vitalidad que fue Jennie Morel Fernández, muchos años de su corta vida consagrados a su foguera de siempre, la de Gran Vía-Garbinet.
Conocí y gocé de la amistad de Jennie durante años, ya que éramos muy parecidos de carácter. Era una chavala abierta, de sonrisa contagiosa, de indudables facultades artísticas. Pero, sobre todo, era auténtica. Nunca engañaba. Si eras su amigo lo eres de verdad. Y ese sentido de la amistad, en esas horas tan tristes de su despedida, estoy seguro se mostrará con el homenaje absoluto de esa juventud de les Fogueres hacia quien fue, sin buscarlo jamás, una de sus líderes.
Pero pese a esa personalidad, a ese carisma natural que irradiaba, lo cierto es que Jennie se implicaba hasta el fondo en esa cara oculta, menos agradecida, de una fiesta que le dio vida hasta el último momento. Era capaz de estar de madrugada terminando un decorado, o un traje de esas Cabalgatas del Ninot que con tanta ilusión fue capaz de vivir y vestir.
Recuerdo como cuando años atrás diseñaba las presentaciones de la foguera que compartimos, con facilitarle la música elegida y lo que pretendía con un número, ella lo solventaba con una facilidad pasmosa. Con la que solo pueden hacerlo los dotados de un talento natural, como el que Jennie derrochó siempre.
La llegada de la pandemia, le impidió poder disfrutar su sueño más anhelado, vivir en las calles su condición de belleza 2020 de su comisión. Hacerlo rodeada de su familia, de sus amigos, de todas esas llamas llenas de vida que hoy día forman la juventud foguerera alicantina, en la que ella, tristemente, va a quedar como un símbolo de lucha, de entrega y de sinceridad.
Y de luz. Ya que Jennie Morell albergaba la luz de lo verdadero. De apostar por lo que creía. De entender les Fogueres como un elemento de integración social. De ser parte muy activa en una familia para la cual nuestro Sant Joan era parte de su día a día.
Nos ha dejado y la Fiesta está de luto, sin entender el absurdo de esta irreparable pérdida. Pero, al mismo tiempo, asumiendo el recuerdo de su personalidad, de la autenticidad de su entrega por ella. Por vivir sus pequeños grandes momentos. Por esa sonrisa que en algunos momentos se tornaba picarona…
Qué duda cabe que se trata de una pérdida triste y, sobre todo, injusta. Pero para todos los que la conocimos, la apreciamos y la quisimos, seguro que quedará la huella de alguien que destilaba pureza en todos sus poros. Alguien cuyo recuerdo será perdurable. Y alguien, por supuesto, que añoraremos dentro de este huego de junio, y que en su retorno nunca te va a olvidar.