Estoy convencido que no pocos aficionados a les Fogueres, habrán tenido en alguna ocasión la impresión de que habías dos obras que merecían un triunfo compartido. Lo que habitualmente denominamos un ex aequo. A nivel personal, recuerdo dos ediciones en las que hubiera apostado por este galardón repartido. La primera, en 1989, en la que la distinción de Carolinas Altas por la obra de Paco Juan -con unos bajos extraordinarios- la hubiera extendido a la célebre foguera de Hernán Cortés realizada por Pedro Soriano, coronada por aquel inolvidable remate en forma de palmera.
En similares circunstancias, considero que el primer premio de 2006 otorgado a la profundamente elegante obra de Pere Baenas para Carolinas Altas merecía compartirse con la apuesta de Hernán Cortés y el espectacular remate creado para la ocasión por los hermanos Gómez Fonseca.
Más allá de esta elucubración, que intuyo podrían tener variantes en función de las preferencias particulares, lo cierto es que sí hubo una ocasión en la que la complejidad de optar por esta en apariencia fácil y salomónica decisión, tuvo una valiente expresión que, en el fondo, evidenció un momento de especial tensión en nuestra estética.
Nos remontamos a 1956, primero de los cinco años en que nuestras fiestas fueron presididas por el imprescindible Gastón Castelló, y en el que se plantaron 24 fogueres. Dos de ellas conformaron la menguada categoría especial. Una, la de Benalúa, que por quinto año consecutivo firmó el magnífico, pero hoy olvidado artista Jaime Giner, distrito donde atesoró hasta tres triunfos en años precedentes.
Por su parte, Alfonso el Sabio retornaba con fuerza a especial, recuperando a un Ramón Marco ya consagrado como referente, que apenas dos años antes había viajado hasta Río de Janeiro para realizar carrozas en su célebre carnaval. En ambos casos el presupuesto era el mismo; 35.000 pesetas. Es decir, 210 euros de la época.
Llegada la tarde del 22 de junio, ambas hogueras compartieron triunfo, con una interesante definición de ambas por parte del jurado. La de Benalúa merecía el galardón “por su acertada composición y más ajustados al sentido de la foguera su fondo y ornamentación”. Por su parte, la de Alfonso el Sabio lo recibía “por la corrección y belleza de sus ninots”.
Sin percibirse en aquel tiempo, nos encontrábamos en la frontera de un cambio estético para nuestras fogueres. Por ello, Marco ofrecía con Tepsícore -en la que considero una de sus mejores creaciones- todo un testamento de lo que hasta entonces se denominaba la ‘foguera de bastidores’ -una estética que estimo, de manera renovada, se debería recuperar para nuestra plástica-.
Por fortuna, en el Museu de Fogueres podemos contemplar los bocetos originales de esta hoguera, que el propio Marco donó a finales de los 80 a la Comissió Gestora. En ellos percibimos la fuerza cromática que nos ocultan las fotografías en blanco y negro.
Por su parte, Giner apostó con Pare vosté la burra, amic por la renovación, aplicando un diseño que en su remate contemplaba figuras de remate diseñadas de manera plana y esquemática, y acercándose al cómic. Con ello, pretendía actualizar nuestro repertorio estético, que prolongó al año siguiente con su obra para el mismo distrito. La retirada posterior del artista -solo interrumpida en 1962- para dedicarse al dibujo publicitario, coartó un prometedor sendero de renovación para nuestras hogueras.