La tribuna

La insignificancia de ser un número

Alicante
10 febrero, 2024 06:20

Hace poco me llegaba por whatsapp un artículo de un columnista que alegaba el innegable éxito de público de nuestro Teatro Principal en comparación con (algunos) Teatros de València: alegaba que han tenido entre aquellos 85.733 espectadores, mientras que el Teatro Principal de Alicante había superado los 95.000. No supe ni sabré si, interesadamente o por ignorancia, el columnista no consignaba todos los teatros de València, así que, por el beneficio de la duda atribuí este error a su desconocimiento del sector teatral.

València cuenta con una veintena de teatros con temporada regular. Alicante cuenta con un teatro con una capacidad mayor de 500 butacas, de modo que se concentran en él todos los espectáculos que en València acaban en la marquesina de distintos teatros privados (Olimpia, Talía, Flumen, Rambleta…), no en los públicos. Por otro lado, los gobiernos progresistas de la Generalitat, a diferencia del Partido Popular, han tratado de no hacer competencia a los teatros privados, dejándole a ellos los espectáculos de formato “más comercial”.

Nuestro único gran Teatro recoge los grandes blockbusters, las comedias con actores famosos, los musicales, el gran circo, los ballets… Mientras que los teatros públicos que el columnista mencionaba no lo hacen para que los teatros privados, como he referido, no bajen la persiana. Se llama sentido de ciudad. Los teatros públicos en València tienen solo una dimensión, la cultural.

También parece que ignoraba aquel columnista que, mientras el Principal de València y el Rialto son sedes oficiales del Institut Valencià de Cultura y usan los escenarios para las producciones valencianas (que en ocasiones se alargan más de un mes), el Principal de Alicante no es sede oficial y dispone de los 365 días del año para exhibir. Las cifras de espectadores valencianos son obviamente muy superiores porque nos triplican en población, es de perogrullo.

El Principal de Alicante no es un teatro público, sino mixto, tiene objetivos económicos como prioridad porque así se le obliga por déficit de dotación, convirtiéndose en un contenedor de todo lo que capte taquilla para poder subsistir, y aun así arrastra déficit desde 1999. La contrapartida es que, de esta manera, se ha impedido indirectamente una iniciativa privada en Alicante y han convertido el Teatro Principal en una quimera económica, por muchos espectadores que alcance, porque ni siquiera los teatros privados de Madrid o Barcelona son rentables todos los años.

Aquel columnista parecía pues celebrar la escasez, la precariedad y el raquitismo, la atrofia cultural por la que todo el público se concentra en un espacio sobreexplotado, obsoleto técnicamente, y al borde siempre del colapso porque no ha habido nunca ni hay hoy el mínimo interés en que tengamos simple y llanamente lo mismo que el resto de los valencianos, no más.

En general, el número de espectadores no es lo que más importa a la gente, como tampoco le importa demasiado el libro de mayor venta, la canción con más descargas, la serie con más vistas. Eso importa a las editoriales, a las productoras y a las plataformas. A la gente le importa que todo eso le haga pasar un momento entretenido, si puede ser interesante y, si no es mucho pedir, vitalmente importante. Las cifras, los números, terminan siendo otra forma de humo porque nadie parece ganar nada salvo quienes los exponen.

En la rendición de cuentas, debería constar qué tan felices nos hace la Cultura, hasta qué punto nos ayuda a reducir el estrés, la tristura, la depresión… O hace que nos sintamos menos solos a cualquier edad, mejora nuestra salud mental, física, familiar, nuestra capacidad intelectual o nuestra formación integral; cómo nos desenfoca de problemas, de qué modo nos une, y sobre todo, hasta qué punto es útil para conformar una variedad de seres humanos que no se invadan entre ellos, y hasta se den los buenos días, y que se hacen llama “civilización”. Si además con ella obtenemos algún retorno económico que se recicle en presupuestos, ¿a qué exigir más de nuestros impuestos?

Hacer tales comparaciones provincianas, reducir la cultura a magnitudes economicistas solo lleva como consecuencia la decepcionante sensación de qué terriblemente e insignificantes nos volvemos cuando nos acogemos a un número que no nos pertenece, por muchas cifras que contenga, cuando buscamos amparo en él, porque ese número sube hoy y mañana baja. Al fin y al cabo, es lo único que saben hacer los números.

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