Creíamos que ya lo habíamos visto todo y nos fuimos de vacaciones. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no solo estaba acorralado por los supuestos casos de corrupción de su hermano y su mujer, sino que además sacó adelante la ley de Amnistía para los culpables del procés catalán y consiguió que Salvador Illa llegase a presidente de la Generalitat ofreciendo a cambio a ERC un "cupo catalán" que rompía el principio de solidaridad interterritorial en España.
En ese escenario del "todo vale", Carles Puigdemont chuleó a nuestro Estado de Derecho paseándose y ofreciendo un discurso público en Barcelona pese a una orden de detención que las diferentes policías obviaron. Y no pasó nada. Nos fuimos a nuestras playas, montañas o viajes al extranjero. Nos comimos nuestros helados y nos bebimos granizados y horchatas para mitigar las sucesivas olas de calor. Conectamos nuestros ventiladores o aires acondicionados y dormimos a pierna suelta. Se podía y se puede vivir en un ambiente político falso, una hortera simulación de lo que debería ser. Mientras nuestras necesidades de consumo y confort, cada uno en la medida de sus posibilidades, estén satisfechas, ¿qué más da que nos vuelvan a engañar"
"Si el adoctrinamiento y la manipulación han alcanzado el estado en el que el nivel prevaleciente de opinión ha llegado a ser un nivel de falsedad, en el estado actual de las cosas ya no es reconocido como es, un análisis que está metodológicamente comprometido con el rechazo de los conceptos transitivos, se compromete a sí mismo con una falsa conciencia. Su empirismo es ideológico".
Estas palabras no son mías, ni de un liberal convencido, fueron escritas por un marxista como Herbert Marcuse, de la escuela de Frankfurt en 1966, en El hombre unidimensional que ha reeditado Ariel el pasado mes de junio. Quizás un libro demasiado clarificador casi 60 años después de haber sido publicado por primera vez. Un texto de una persona de izquierdas que ya entonces observó el devenir de las democracias occidentales (y el comunismo del este) de la "sociedad industrial avanzada".
"España será un país mejor si tiene más coches eléctricos, más autobuses públicos y menos lamborghinis". Con estas palabras ha iniciado esta semana el presidente del Gobierno el curso político. Y se quedó tan pancho. ¿Vivimos o no un momento de "falsedad" insoportable en la política española? Yo, particularmente, puede que no haya visto en persona un lamborghini en toda mi vida.
Volviendo a Marcuse, el filósofo alemán alerta de que "la productividad y el crecimiento potencial de este sistema estabilizan la sociedad y contienen el progreso técnico dentro del marco de dominación. La razón tecnológica se ha hecho razón política". Vivimos con una falsa sensación de que nuestras necesidades están aseguradas mientras consumimos de forma desaforada no solo productos, también las ideas que la publicidad (y la publicidad política) nos inocula en todo momento.
Para el escritor marxista un cambio de gobierno por otro partido político no cambiaría absolutamente nada porque todos los del sistema responden a misma lógica de dominación que no impone la política, sino los verdaderos poderes, los económicos. Y quizás tenía razón. Pero, ¿acaso cuando ya se ha demostrado con creces ese nivel de falsedad en la política española, no deberíamos buscar alternativas?