Prepárense para dejar de comer pescado de proximidad. Las nuevas condiciones impuestas por la Unión Europea (UE) a los pescadores de arrastre del Mediterráneo hundirán una de las actividades económicas más antiguas en la provincia ya que a la cantidad de días que nuestros pescadores podrán salir a faenar (menos de uno de cada tres), se suma el gasto de las nuevas medidas impuestas (redes, puertas pelágicas, etc.) a la flota.
No sé si recordarán todo aquello que nos prometieron en 1992, antes del Tratado de Maastricht, sobre en lo que se iba a convertir la CEE, un gran estado democrático, bandera mundial de los derechos humanos y los avances sociales. Llegaba la moneda única, la política exterior y de seguridad común, y la cooperación entre los países del norte y el sur del continente.
Yo sí me acuerdo. Pero treinta años después aquella euforia que nos hizo a todos "europeístas" se ha desvanecido por completo. Seguimos siendo "europeístas" pero de boquilla, para que no nos califiquen de negacionistas, retrógrados, conspiranoicos o fachas. Nos gustaría ser europeístas de verdad, creer en el proyecto de un continente unido, justo y solidario.
A la postre, la UE, para muchos entre los que me encuentro, se ha convertido en sinónimo de una panda de burócratas y politicastros que han demostrado su inutilidad en la esfera nacional. Como Esteban González Pons (el que dijo ser conseller "sandía"), en el PP, o Teresa Ribera (la principal responsable de las consecuencias fatales de la DANA de Valencia) en el PSOE, por poner dos ejemplos.
La imagen que transmiten los políticos y funcionarios europeos es la de unos privilegiados que cobran un pastizal -no acorde a sus méritos ni a su trabajo- por tomar decisiones que nos perjudican claramente a los ciudadanos de a pie. Y la "unión" se demuestra "desunión" en las decisiones importantes. Solo parece efectiva a la hora de legislar y legislar, sobre todo, multiplicando las normas que perjudican cualquier actividad y llevándose uno de cada cuatro euros de lo que todos los europeos consumimos en forma de impuesto, el IVA. Se dice pronto.
La sensación generalizada de la sociedad es que la UE se está cargando su agricultura, su ganadería y su pesca (su soberanía alimentaria, que debería ser una prioridad) en virtud de un pensamiento único ecologista radical o no sé qué acuerdos con terceros países que permiten que comamos naranjas o limones sudafricanos tratadas con no sé que pesticidas en vez de los excelentes cítricos de la Vega Baja, por ejemplo, que se pudren en los árboles porque su cultivo y recolección se está convirtiendo en una actividad cada vez menos rentable.
Y si creen que estas palabras son demasiado gruesas, pregunten a sus familiares, amigos o vecinos. A ver qué opinaban en los 90 y qué opinan ahora sobre en lo que se ha convertido la UE. La palabra desengaño se queda pequeña. ¿Se podrá reconducir o al final podremos expresar nuestra opinión sin que se nos califique de negacionistas, conspiranoicos o fachas? Claro que el cambio climático es un problema, pero no es la causa de todos nuestros males. Y claro que creemos en Europa, pero no en la de estos burócratas.