Hablar de la crisis de MUFACE es terriblemente complejo. Es un tema que tiene, o, mejor dicho, se está abordando desde muchos puntos de vista ideológicos, así que he pensado que la mejor manera era abordarlo desde el punto de vista de las matemáticas.

Haciendo una mirada a vuelapluma por algunos titulares de prensa, ruego perdonen mis imprecisiones, he obtenido algunas conclusiones o ideas sobre está endiablada situación. Por un lado, está el dato global: La licitación para MUFACE aumenta un 33,5%, o sea unos 4.478 millones de euros, la mayor subida de la historia. Y no parece suficiente… el único que ha manifestado cuál sería el aumento adecuado es DKV que lo sitúa en un 40%, que es lo que estima que cuesta la atención.

Aunque este aumento sea en tres años, ¿cómo se ha sustentado hasta ahora la asistencia? Bien, sabemos que la población envejece y el coste por atenderles es mayor, pero nadie esperamos para el año que viene esa subida de ingresos, aunque la vida esté más cara, y no acuso a estas empresas de abuso, ni mucho menos, simplemente creo que la situación sanitaria ha cambiado.

Al problema hay que sumarle la tozuda realidad. La población es cada vez más vieja y el uso del sistema sanitario, la asiduidad con la que se acude a dicho sistema, es determinante. Y no podemos olvidar que MUFACE no nació como institución con ánimo de lucro, pero las empresas que prestan asistencia sí lo son. Y eso no podemos olvidar que es legítimo, sobre todo cuando alguien, en este caso las aseguradoras, ponen su tiempo o dinero en una actividad económica.

Y si nos centramos en Aragón, según nuestro consejero de Sanidad, sería necesario un hospital de 120 plazas y dos centros de salud con 24 médicos y 24 enfermeras. También según la misma fuente un usuario cuesta 1.000 euros en MUFACE y 2.000 en la Seguridad Social.

Estos recursos de los que se habla ya existen, ya se recibe esta asistencia sanitaria. Si estas mutuas no atienden a estos usuarios, ¿qué harán con esos recursos? ¿Y con las estructuras que ya estaban utilizando? Esa es una pregunta que matemáticamente no me cuadra. Supongo que tendrán que buscar nuevos mercados o transferirlos al sistema público

Pero lo que me parece más importante, ¿de verdad en un sistema privado un usuario consume de media unos 1.000 euros, y en el público 2.000? ¿Se da peor calidad asistencial en la privada? ¿O la gestión de los recursos es peor en la pública? ¿Las patologías realmente graves y que requiere mucho dinero al final pasan al sistema público?

Esto suma una buena cantidad de preguntas que, como sociedad y sanitarios, nos gustaría, con las matemáticas en la mano, alguien nos contestara.

Pero, si un sistema que dura desde 1975 se está resquebrajando… quiero volver al titular de este artículo: “Espero que no sea una crónica anunciada del final de nuestro sistema sanitario”.

Porque creo que todas las modalidades del sistema son necesarios y complementarios. Para los lectores que crean que de verdad hay un peligro, la segunda parte será ¿y yo simple ciudadano, o profesional que puedo hacer?

Si el mantenimiento del sistema sanitario cada vez está más cuestionado a niveles económicos y todo se rige según criterios de “esto se debe o no se debe utilizar”, tal vez como sociedad y como integrantes del sistema debamos asumir que existen más recursos para atender cuestiones como la soledad; el malestar emocional… O que hay a nuestro alrededor formas más naturales, como una buena alimentación y una vida activa, como remedios para evitar vivir polimedicados.

Tenemos asociaciones de vecinos, de pacientes… y nosotros deberíamos estar ahí cuando las matemáticas no sean suficiente.

Teresa Tolosana, presidenta del Colegio de Enfermería de Zaragoza