Por Mario Martín Lucas
Alfred Nobel construyó su gran fortuna personal a partir del descubrimiento de la dinamita, cuya patente inscribió a su nombre en 1867. El uso industrial para el que la pensó (excavación de montañas, demoliciones, etc…) pronto derivó hacia el armamento y la guerra, y Nobel sintió la necesidad de instituir el premio que lleva su nombre, expresamente referido a la Paz.
El último premiado con el Nobel de Economía, Angus Deaton, estudioso de los patrones de análisis entre pobreza y bienestar, visitó hace pocos días España, realizando una contundente afirmación, obvia en su sencillez, pero con la dificultad de ser enunciada por primera vez: “Las políticas de austeridad más la debilidad en la lucha contra la corrupción, son una bomba”. ¡Eureka!, en unas pocas palabras dio con el esencia del problema.
Austeridad y corrupción son los dos ingredientes del cóctel explosivo que asola nuestra sociedad, harta, ya de estar harta; de ver como se le aplican recortes tras recortes, e irritada de la impunidad con la que se tratan, uno por uno, a cualesquiera caso de corrupción, se llamen Bárcenas, Pujol ó Rato, lo cual supone la aplicación de la “Ley del embudo”, en la que que la parte estrecha es únicamente para los ciudadanos y las constantes apelaciones a la austeridad en sus derechos y avances sociales; mientras que la parte ancha es para los “presuntos” protagonistas de la corrupción, siempre próximos al poder, sin ejemplaridad y con total falta de castigo para sus responsables. Esa mezcla ha sido lo bastante explosiva como para que ahora haya un sentimiento que busca una revancha desde cualquier fórmula.
Deaton explicó que no se pueden pedir esfuerzos a la población si hay sombra de corrupción, y en nuestro país se da la paradoja de que el partido político que sustenta al Gobierno, que ha protagonizado los mayores recortes en toda nuestra histórica democrática, está calificado como responsable civil subsidiario en la trama de financiación irregular, conocida como caso Bárcenas, habiendo sido obligado a depositar una fianza por ello. Situación, como mínimo, poco ejemplarizante.
La dinamita descubierta por Alfred Nobel, a base de los ingredientes de nitroglicerina y caparazones silíceos de diatomeas, fue utilizada para muchas bombas; y ahora Angus Deaton nos advierte de los efectos de mezclar otros dos peligrosos ingredientes: austeridad y corrupción, algo que de forma altamente imprudente está drenando las propias esencias de nuestro sistema. Esperemos que el sentido común impere, la corrupción sea perseguida y penada, hasta llegar a recuperar los fondos drenados por esa vía; mientras que las políticas keynesianas se puedan abrir paso entre la avalancha de austeridad propiciada desde la UE como única medicina ante la crisis. Aún estamos a tiempo de que “la bomba” no estalle.