Por Manuel Mañero
Lo de Rafa Benítez y el Real Madrid nació muerto desde el mismo momento en el que lloró en su presentación como técnico del Real Madrid. Ni fue la primera opción del verano ni fue la elección del presidente. Aquellas lágrimas, no dudo que sinceras, eran las de un hombre cuya trascendencia en los banquillos languidecía y a quien le hacía más falta un rescate que una carantoña. Tuvo de ambas. La prensa se prestó enseguida a hacerle el juego habitual que se hace a los nuevos entrenadores del Madrid, un proceso que nace en la lisonja como cortejo y en la exaltación del tú rutinario intrascendente, y que muchas de las veces termina, como terminan las historias de amor no correspondidas, en reproches mutuos que se lleva sin preguntar la inmediatez de la era de la desinformación.
Rafa, mullidito, dejó pronto su huella en los cerrojazos que encumbraron a comienzos de temporada a Keylor Navas y que absorbieron el impacto del tira y afloja de Ramos en verano, tejemaneje que ha salido enseguida a la luz con las tribulaciones del sevillano que él defiende en su hombría y sus infiltraciones, en una especie de elogio del estorbo que se entiende tan mal dentro del fútbol como de cualquier otro aspecto de la vida que requiera profesionalidad. Digo que Benítez se desnudó en su presentación ante la lona del photocall porque con esas lágrimas se puso de rodillas y entregó, a la misma casa que tanto criticó entre bambalinas en su salida hace tantos años, parte de su razón de ser. Nadie sabrá nunca quién eligió el once del clásico: pero el 0-4 remató al muerto y todo desde entonces, por supuesto ronda presidencial incluida, ha sido teatro callejero.
Una vez que Pérez subrayó la libertad de su técnico, éste tomó las peores decisiones posibles, a saber: arrinconar y soslayar el talento de los James, Jesé o Isco, desenchufar a Varane y Casemiro y, ya por fin ante el toro, dejarse llevar por las hojas de cálculo marquetinianas. En definitiva: la ha pifiado todavía más siendo él, como se esperaba, que siendo lo que la cúpula prefería que fuera. A veces te salva la épica y el orgullo: pero Benítez, definitivamente, no está hecho para la élite. Esta prueba, la del Real Madrid, exigente como ninguna otra en el fútbol moderno pues ningún equipo se asemeja en bondades y disfunciones estructurales y/o formales al cacao del cosmos madridista, la ha pifiado como se esperaba desde el momento en que firmó los tres añazos a los que sabíamos que no llegaría ni aun en el mejor de los sueños de los cronistas que quisieron comprarle en verano.
Tome nota Zidane, equidistante con la prensa española y a medio camino entre el borde y el colega, a quien vamos a descubrir también en época de necesidad, que es en definitiva el fecundo semen de la epopeya.