Por Guillermo Caravantes, doctor en Vulcanología (Open University, Reino Unido)
Cinco equipos internacionales. Una ascensión en condiciones extremas. El Nanga Parbat, una enorme mole de 8126 metros nunca antes conquistada en invierno. El escenario de un mortal ataque talibán en 2013 (10 escaladores de 6 nacionalidades diferentes fallecidos). Éstos podrían ser los ingredientes de un inverosímil blockbuster de Hollywood o de un documental extremo producido por una bebida energética. Sin embargo, son la esencia de una dramática historia que va a desarrollarse en terrenos de Pakistán durante los próximos 3 meses, cuya relevancia va más allá de la aventura o el reto personal, porque este podría ser uno de los últimos verdaderos desafíos de la exploración humana en este planeta. Porque, ¿qué nos queda por descubrir en un planeta en el que cada centímetro cuadrado ha sido fotografiado por satélite?
Si repasamos las “aventuras” con más eco mediático de la última década, vemos que en la mayoría de ellas la pregunta a responder era un muy poco ambicioso “¿cómo?” en lugar del inspirador “¿qué?”. El récord de velocidad en la ascensión a la cara norte del Eiger batido por Ueli Steck en 2007. El salto en caída libre desde la estratosfera de Felix Baumgartner en 2012. El ascenso en libre de Kevin Jorgesen y Tommy Caldwell al Dawn Wall (USA) en 2015. Cualquiera de estas hazañas, aunque impresionantes en sí mismas, sólo trataban de mejorar lo ya hecho, pero no de descubrir lo verdaderamente nuevo. Por eso no han tenido el impacto pedagógico de las expediciones del pasado, ni nos han revelado conceptos realmente trascendentes sobre nosotros mismos o el mundo que nos rodea.
Sin embargo, quien considere que el romanticismo de las grandes exploraciones pertenece a una época pasada, se equivoca, al menos por un tiempo aún. Este invierno se inicia la carrera para conquistar uno de los dos retos más grandes que le queda al alpinismo exploratorio, la conquista del Nanga Parbat en temporada invernal (a falta del K2, virgen también en esta estación). Cualquier experto alpinista nos confirmará que la complicación añadida de conquistar estas montañas en invierno es estratosférica. Gelidísimas temperaturas que congelan la montaña obligando a equipar toda la ruta, huracanados vientos, una densa capa de nieve que dificulta los desplazamientos… los problemas logísticos y de viabilidad de una ascensión tal son innumerables.
Por eso el Nanga Parbat sólo lo ha sido intentado 25 veces en invierno en toda su historia, por 3 del K2. Sin embargo, ahora los alpinistas creen que al menos la conquista del Nanga Parbat puede estar más cerca. La expedición de 2015 de Alex Txikón, el tremendo alpinista local Alí Sadpara (que desafiando los convencionalismos está probando la valía de los alpinistas pakistaníes) y el italiano Daniele Nardi ha demostrado al mundo que esta hazaña es posible.
Cinco expediciones de experimentadísimos alpinistas se disponen esta temporada a intentar su cima. Entre ellos, de nuevo italiano, pakistaní y español. En caso de que la histórica conquista del Nanga Parbat se produjera esta temporada, uno de los últimos grandes sueños habrá caído, grabando para siempre en letras doradas los nombres de los que lo consigan en el libro de la exploración humana. Entonces los ojos del mundo aventurero se volverán hacia la última preciada joya de la corona del alpinismo, aquella que transportará al que la obtenga al “salón de la fama” (si tal cosa existiera) de la montaña. El ascenso invernal al K2, la montaña más difícil de la Tierra, el coloso de los sueños –y las pesadillas– de los últimos exploradores.