Por Miguel Cabrera Jarén
La manipulación de los horarios de investidura de Pedro Sánchez no evita su declive ante la opinión pública y su manifiesta incapacidad no le hace ganar más votos.
La comedia representada por Sánchez en el Parlamento para contentar su ego ponen en evidencia al líder socialista, arruinando cualquier posibilidad de pacto estable antes de las próximas elecciones de junio. Sánchez no solo es el único candidato de la democracia que acude a su investidura para perderla, si no que repele cualquier pacto antes de unas nuevas elecciones que fijarán nuevamente los apoyos que tendrá cada formación política.
El debate de investidura ha puesto en evidencia ante todos los españoles la ineficacia del socialista para lograr sus propósitos, pese a contar con más tiempo que cualquier otro candidato en la historia reciente para darse de bruces con la realidad.
Sánchez no será ahora Presidente de España porque ni Rajoy le permite que quede por encima suyo tirando todo su programa y con menos diputados, ni Podemos acepta un Pacto de reforma-maquillaje de España que le permita la presidencia cuando le ha dejado claro, una vez más, que lo que quiere es un edificio nuevo.
La negativa a hablar con el PP desde un primer momento, no queriendo aceptar su papel de segundón, que es el que le ha dado las urnas, y la negativa a Podemos, que con toda lógica le puso su programa y su estructura de gobierno encima de la mesa, le ha conducido a un fracaso anunciado que sólo él no preveía.
Presentarse en el Parlamento sin un Programa de Gobierno, ya que hasta el día antes, a la desesperada, ofreció pactos personalizados a la izquierda, y no contar con los apoyos suficientes para su investidura, daña aún más su imagen y la de su partido ante las nuevas elecciones que se nos vienen encima.
No se puede ser más papista que el Papa y querer asumir todo el espectro político. Con esta forma de hacer política el PSOE cede todo el espacio de la izquierda a Podemos y los radicales y se vuelve más amarillo que nunca.
Y al final para nada. ¡Que no te enteras, Pedro!