La presidenta de la Junta, Susana Díaz/Julio Muñoz/EFE

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La vergüenza es siempre ajena

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Por Pablo Rivas Pérez

Dice Susana Díaz, interrogada sobre la cuestión de los refugiados sirios, que no se siente representada por esta Europa. Sin que le tiemble el pulso, inflexible. ¡Gallarda Susana! Es de esperar, entonces, que esta determinación la acompañe para actuar en consecuencia cuando llegue la pedestre hora de la recepción de las ayudas económicas, cifrada en 336.000 millones de euros entre 2014-2020, y que otorga prioridad a regiones como Andalucía, por debajo de los niveles de desarrollo deseados. Nobleza obliga.

Existen grandes diferencias entre una crítica constructiva y un lamento esteticista. La principal es la posición en la que se sitúa a sí mismo el emisor. Efectivamente, el acuerdo alcanzado por la UE para la resolución del tema (idéntico discurso empleó Aznar para unas devoluciones en caliente de 103 inmigrantes irregulares: "Teníamos un problema y lo hemos solucionado") es una vergüenza. Pero lo es, fundamentalmente, para aquellos que sí se sienten representados por Europa, es decir, para quienes asumen como algo propio las decisiones de la Unión. Para los que entienden que la identificación con el proyecto europeo implica no sólo compartir la etiqueta resultona de la promoción de principios progresistas, sino también aceptar la responsabilidad cuando, por cobardía o por desinterés, estos se vean traicionados.

El mecanismo de encajar los desacuerdos en lo ajeno es tentador. El "no nos representan" posee dos virtudes de brocha gorda: la liberación del compromiso fáctico concreto a través de la inexistencia de rendición de cuentas, y el mantenimiento de la superioridad moral. Y evita cuestionar, verbigracia, si el encomiable trabajo iniciado por la Junta podía haber sido más ambicioso, o hasta qué punto el Partido Socialista, que apoya el gobierno de la Comisión Europea, ha presionado todo lo posible en favor de esos valores por cuya pérdida se golpea el pecho Susana.

Por lo demás, la ausencia de vacuidad en el discurso resulta mucho más importante cuando uno acepta la categoría de antídoto contra el populismo con la que lo definen, de manera insólita, por unanimidad.

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