Suena el teléfono. ¿Sí, dígame?
Al menos no es el médico.
Una chica de una agencia de turismo me comunica que me ha tocado un viaje. Nos encantaría que vinieras al hotel para disfrutar de la estancia con todos los gastos pagados, dice con tono angelical y matemático. Mientras me da las felices explicaciones y un montón de preciosos detalles tamborileo la mesa de mi escritorio y murmuro "qué bien" y "qué suerte tengo". Luego me dice que es para dos, que puedo llevar pareja. Pa-re-ja.
Aham, digo. Pareja.
Puedes venir acompañado, es la frase que lanza alegremente desde el otro lado del teléfono. Y en ese momento, lo que era una alegría, un morning glory, se convierte en un puñal inesperado.
Cuelgo pensando que habría sido mejor el médico. Si me adelantan la cita arreglo mis cosas y ordeno la vida. Zarandajas de esas de tío de cuarenta y cinco.
¿En serio estás pensando eso, Max?, me digo.
Y como hablo solo, me contesto por escrito.
La vida está hecha para dos, le explico al folio que me mira en blanco mientras escribo. Las mesas con mantelitos y sus sillitas dispuestas para una pareja. Las butacas del tren. Las camas. Los viajes. Las mesillas de noche. Las ofertas de Transmediterránea, las de hoteles, las de viajes... Hasta los yogures y los sobres de ensalada son más económicos para dos.
Cuando colgaba el teléfono y aceptaba el puñal a lo George Sanders, el silencio se ha apoderado de la casa. Llamadme apocalíptico e integrado, lo que queráis. Llamadme dramas. O, hombre que se apoya en la barra de bar y pide una caña y finge que espera a otro alguien. Llamadme lo que queráis. Porque estoy seguro de que pensáis que eso se soluciona llamando a un amigo y punto.
¿A cuál? ¿A cuál? ¿A cuál?
Todavía queda mucha vileza en mi corazón desde que la nevera y la ducha la habito únicamente yo. Hacer un casting de amigos para eliminar concursantes y quedarme con un ganador como si mi vida fuera un reality no es lo que me apetece. He mirado la agenda de arriba abajo y lo que debería estar siendo motivo de alegría se ha convertido en un asfixiante negocio de a-quién-quiero-más. ¿Tú, tú o tú?
Algunas personas hacen facilísimo eso de renunciar a una pareja, como si fuera un pantalón que se ha quedado estrecho. Yo no sé.
Cuesta creer que el amor haya llegado a parecerme un asunto tan frágil.