Debate a cuatro en televisión/Mariscal/EFE

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Encuestas, candidatos, y como remate el debate

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Por Jose Tomás Cruz Varela

(De mi puño y tekla)

Los españoles, desde siempre, experimentamos reacciones de lo más inesperadas. Si hemos sido capaces de elegir a Chikilicuatre para que nos representase en Eurovisión, no existe razón para que no se acepte a Pablo Iglesias como candidato a presidente del Gobierno, quien tras su magistral jugada, léase pacto o coalición con IU, según la mayoría de sondeos de opinión superará en votos al PSOE. Ahora es Koleta Hood, líder de los lilas (por el color), quien podría ofrecerle a Pedro Sánchez (PSOE) la vicepresidencia que reclamó para sí a finales del pasado enero. El carguito, que no es moco de pavo, podría servirle a Sánchez para conservar las llaves de Ferraz, suponiendo que no se produzca la pronosticada debacle socialista, que de suceder pondría a Sánchez en la puñetera calle la misma madrugada del día 27 de junio.

En este país nuestro, políticamente peculiar, estamos cortitos en muchos aspectos menos en campañas electorales, nada menos que cinco en quince meses, todo un record. Aunque los partidos acudirán el 26-J con las mismas caras, al parecer, sí están dispuestos a prescindir de los ridículos mítines para convencidos en polideportivos y plazas de toros, a cambio de foros más reducidos y paseos varios con reportaje fotográfico incluido. Como era de esperar, la TV ha fagocitado la actividad de los aspirantes, espacio donde aprovechan para mostrar sus perfiles humanos en la intimidad, normalmente mediante entrevistas realizadas por atractivas periodistas, en las que ambas partes se muestran de lo más simpático, ocurrente y derrochando naturalidad vamos…. pero que si se abusa terminará hartando.

Cómo será de eficaz y tentador el invento que hasta el mismísimo Mariano Rajoy tiene previsto aparecer en El Hormiguero de Antena-3, desconociéndose si el guión incluye cantar, tocar la guitarra, bailar, contar chistes o imitarse a si mismo. En cuanto a debates, ha quedado reducido a la celebración de uno solo, dado que los protagonistas no han mostrado entusiasmo alguno en incrementar el número. Lo que sí agradeceríamos infinitamente los televidentes de cara al futuro es que se acorten o supriman los prolegómenos y comentarios referidos a los citados encuentros que aburren a las ovejas, como igualmente es impropia en pleno siglo XXI la discriminación en los citados debates por razón de sexo.

Sin la menor duda, la publicación de los resultados de la última encuesta del CIS ha condicionado la opinión sobre lo que podrá suceder a partir del 26-J. Admitiendo que las diversas posibilidades de pactos son escasas, es muy posible, una vez terminado el escrutinio, que comprobemos que nada se ha solucionado y nos encontremos nuevamente ante una España ingobernable, de escasa estabilidad y rodeados de precarias alianzas.

La indecisión de un tercio de los votantes, en esta ocasión, quizá no obedezca exclusivamente a la duda sobre el partido al que entregar el voto, sino pura y sencillamente a que ninguno de los candidatos que optan a la Presidencia del Gobierno les ofrecen la suficiente confianza para acceder a un puesto de semejante responsabilidad. Si bien en este caso no podremos permitirnos la licencia de cosechar un nuevo ridículo con las consiguientes consecuencias, sino que serán los candidatos y sus equipos los que deberán mentalizarse, por muy dura que se presente la negociación, que ya no servirán las declaraciones de intenciones, sino la materialización de un definitivo acuerdo.

Sobre el último debate, un mal remedo del anterior, la mayoría de lo aportado fue una burda repetición de las exposiciones y argumentos que ya han sido expuestos cientos de veces por los contendientes a través de los medios, apariciones públicas, declaraciones y entrevistas. Ni una sola novedad fuera de lo previsible. Deslucido, con ausencia de brillantez en los oradores, sí es justo reconocerles cierta moderación prevista en sus intervenciones y vocabulario salvo raras excepciones.

Es menester que los políticos asuman que la ciudadanía ya está harta de mentiras, promesas incumplidas y grandilocuencias que a nada conducen. Lo presenciado el pasado lunes no levantó a nadie del sillón. Prueba evidente es que al día siguiente, nadie o muy pocos preguntaron o comentaron sobre el entusiasmo propiciado por el maldito debate, cuya mecánica de funcionamiento, tiempos e intervenciones deben modificarse. Si algo quedó medianamente claro es que ninguno de los que militan en ese 30% de indecisos solucionaron sus dudas tras tragarse las dos horas que duró el mencionado debate a cuatro.

Esto es lo que debemos soportar hasta el final de la campaña. Es mucho lo que nos jugamos, pero los dirigentes políticos bastante más, especialmente los que gozan de un buen carguito. Para terminar, curiosamente, ninguno de los candidatos contempla la posibilidad de tener que acudir a unas terceras elecciones, manifestando estar convencidos de que llegarán a un acuerdo pero, incomprensiblemente, hasta el momento ninguno ha expuesto la fórmula magistral para lograrlo, ni a qué está dispuesto a ceder en favor de terceros para terminar con esta pesadilla... ¡Puro y duro cinismo!

Posiblemente, los conceptos de izquierda y derecha han perdido vigencia y contenido para jóvenes y no tan jóvenes, que persiguen otro tipo de realidades y satisfacciones y han superado criterios pertenecientes al pasado.... y para terminar de animar el ambiente, tres días antes de acudir a las urnas, referéndum sobre la permanencia británica en la UE.

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