Este jueves, delante de un colegio electoral en Westminster, una mujer llamada Jeanne me dijo: “Mañana empieza un nuevo mundo”. Ella votó en el referéndum de 1975. Me contó que también entonces rechazó la pertenencia de su país a la llamada Comunidad Económica Europea y lo hizo pensando en los alemanes de la Segunda Guerra Mundial, mirando al pasado.
En ese colegio electoral, cerca del Parlamento británico y de la sede de la UE en Londres, era difícil encontrar a personas como Jeanne. La mayoría, jóvenes o mayores, decían votar a favor de quedarse en la Unión Europea. Pero Jeanne dijo su frase con una rotundidad inquietante.
Como refleja bien este gráfico de Politibot, el brexit esconde una brecha generacional. Los más mayores son los que han sacado al Reino Unido de la UE. Son los más hartos de leer historias sobre los inmigrantes españoles o rumanos que defraudan para conseguir ayudas públicas o de escuchar a los políticos con las mismas promesas desde hace décadas. Los que han decidido el voto se encuentran sobre todo en el norte y en el centro del país, en las zonas que menos se han beneficiado de los intercambios comerciales con el resto de Europa o de la diversidad cultural. Se parecen mucho a los votantes de Donald Trump en Estados Unidos.
Pero para llegar hasta aquí algo ha fallado más allá de la isla. En mis años en Bruselas vi de cerca cómo muchos funcionarios y diplomáticos consideraban cualquier crítica como fruto de un euroescepticismo irracional o un invento de los tabloides. Es cierto que las mentiras y el racismo de la campaña del brexit han mostrado la peor cara de un país. Pero también que durante años de crisis las instituciones de la UE y los gobiernos europeos han hecho poco por explicar sus decisiones.
Este jueves me sorprendió el nerviosismo del portavoz de la UE en su sede de Londres. “No te puedo decir nada”, repetía en la entrada de la oficina de información europea en Smith Square. En el mismo edificio que era sede del partido conservador y desde cuyas ventanas se asomaba Margaret Thatcher a celebrar sus victorias. El portavoz me dijo que tenían órdenes estrictas de no hacer campaña. No podía ni siquiera informar. Cuando los partidarios de un proyecto decente no pueden ni hablar sobre él algo va realmente mal.
A la UE le falta transparencia, tolerancia a la crítica y a menudo eficacia. Pero es un proyecto con sentido, buenos propósitos y que sirve de control mutuo entre gobiernos no siempre de fiar. Más allá de las grandes estructuras, es un punto de encuentro de personas.
Los que votaron “remain” este jueves se parecen más a lo mejor de Europa. Es lo que habría votado Jo Cox.