Por Ignacio Pérez de Vargas Luque
Este mes de julio que está transcurriendo es singular. Es un mes 4x5: contiene exactamente cuatro lunes, cuatro martes, cuatro miércoles y cuatro jueves, y cinco viernes, cinco sábados y cinco domingos. Una elemental derivación de la estructura del calendario parece invocar a los hados y sugerir buenos augurios que, como la mayor parte de lo que concierne al misterio, se asocian a dictados y proverbios orientales. El refranero castellano es un bagaje de sabiduría tan rico y tan sugestivo como cualquier otro, pero para nosotros, los occidentales, lo oriental tiene ese aroma de misterio de lo lejano y lo desconocido.
Sin embargo, para los medios (y no sólo para ellos), este mes de julio está invadido por la intranquilidad del qué va a ser de este viejo país en manos del imperio de la partitocracia, de los egos y de los intereses de las oligarquías, y del qué va a ocurrir con el show del brexit, particularmente en lo que concierne a la situación de Gibraltar y a los efectos que su irregular y pintoresco estatus pueda tener en su entorno: en la comarca que incluso arrastra en su nombre el de la colonia británica. Para nuestro infortunio, esos efectos dependen de modo fundamental del face-to-face entre una de las diplomacias más hábiles y torticeras del mundo, la británica, y una de las más torpes e ingenuas, la española. Tanto es así que como si fuera un descubrimiento genial se alude a una, por otra parte de escasa viabilidad, posible cosoberanía que supondría la quiebra legal definitiva de lo pactado en Utrecht en 1713 y la consecuente explícita renuncia a la recuperación de la soberanía.
Cualquier acuerdo de naturaleza política entre España y el Reino Unido sobre Gibraltar supondría la renuncia de iure a las aspiraciones españolas. Gibraltar dejaría de ser colonia y las Naciones Unidas archivarían el derecho prioritario de España a la recuperación del territorio frente a cualquier otra iniciativa. El supuesto de una cosoberanía bien diseñada; aunque no lo hayan advertido ni los "yanitos" ni la troupe de creadores de opinión a sueldo de Convent Place en España; sería un triunfo para los administradores de la colonia. El inmenso dispendio que Fabian Picardo está infringiendo a las arcas yanitas para pagar el despliegue y la influencia de su “quinta columna” al norte de la verja –y que tan escaso resultado le está dando– explica dónde está la clave del mantenimiento de su privilegiado estatus, en la conservación de un paso abierto y en la tolerancia española a todo tipo de abusos.
Precisamente en la sustitución de una cuestión de naturaleza política por asuntos que no conciernen a Exteriores, como son los de índole comercial y laboral que inciden en el territorio español que alberga a la colonia, reside la clave con la que Gibraltar maneja sus hilos, esos hilos de cuyos extremos cuelgan políticos y publicistas dados al trueque de su propia dignidad por generosos caudales y vergonzantes prebendas.