Por David Blanco Herrero, @ddad713
En los Juegos Olímpicos de la Antigüedad era costumbre que, para permitir que los deportistas viajasen a Olimpia para la disputa de los Juegos, se suspendiesen durante ese tiempo todas las guerras que estuvieran teniendo lugar en Grecia. El Comité Olímpico Internacional ha realizado intentos de lograr algo similar a aquella Tregua Olímpica, pero parece que el valor del olimpismo en la Grecia Clásica era mayor que en las sociedades actuales, hasta el punto de que para ellos esa competición deportiva estaba por encima de conquistas y conflictos bélicos, algo que sigue sin suceder en nuestros días. Y es que las guerras no se han parado estas semanas. En Siria, por citar el ejemplo más mediático, se abrieron corredores humanitarios para que la ayuda llegara a las víctimas civiles, pero no tenía nada que ver con los Juegos Olímpicos; y lo que es peor, además de no respetarse, las bombas han seguido cayendo y los inocentes han seguido muriendo.
Efectivamente, los Juegos Olímpicos no disfrutan de un elemento que les haría aun más notables y admirables, pero siguen suponiendo uno de los mejores ejemplos de la grandeza de los seres humanos y de los pueblos. Solo hace falta recordar los valores que defiende el movimiento olímpico: esfuerzo, sacrificio, juego limpio, respeto al contrario y a las normas, superación o deportividad, pero también otros que tienen una dimensión más política, como la reconciliación, el respeto al contrario o la amistad entre naciones.
Hay una serie de imágenes que se han hecho virales estos Juegos y que simbolizan esto a la perfección. Por un lado, el selfie de dos sonrientes gimnastas; una de Korea del Norte y la otra de Korea del Sur. Dos países enfrentados durante décadas, pero que durante unos segundos se reconcilian de la mano de dos chicas que acaban de medirse sobre los aparatos de gimnasia.
Por otro lado tenemos la polémica foto del partido de volley-playa entre alemanas y egipcias; el contraste entre el reducido bikini de las europeas y la prenda que cubría todo el cuerpo de las africanas mostraba un choque cultural que no impedía la disputa de un choque deportivo. Personas de orígenes, culturas y religiones diversas que ponen sus diferencias a un lado para golpear un balón.
Esta foto también abría un debate muy necesario sobre el velo islámico, sobre la libertad y sobre el sexismo en el vestuario de las deportistas, tanto de las que se ven obligadas a taparse como a destaparse. Este debate no es inherente a los Juegos Olímpicos, pero sí se lo debemos a su disputa, pues sin ella no habría sido posible esta imagen o, en su caso, habría pasado desapercibida para los medios de comunicación de masas. Porque, aunque la brecha aun sea excesivamente elevada, los JJOO son la única oportunidad del deporte femenino de lograr una atención mediática mínimamente comparable al deporte masculino.
Dicho todo esto, no olvido que el COI, como la mayor parte de altos organismos deportivos nacionales e internacionales, es una institución podrida por la corrupción. Tampoco que los valores y las bondades de los Juegos Olímpicos son una mera excusa, detrás de la que se hallan intereses económicos y políticos. Ni que el juego limpio solo lo practican unos cuantos, pues el dopaje y las trampas campan a sus anchas por la villa olímpica. Tampoco olvido que merece más admiración quien lo deja todo para irse a un campamento de refugiados en Grecia o a una misión en Sierra Leona a ayudar a los demás que quien gana una medalla olímpica. O que los Juegos Olímpicos modernos no son capaces de parar guerras y que ya no existe la Paz Olímpica.
Aun así, necesitamos unos valores en los que creer y una utopía a la que aspirar. Y eso es, al fin y al cabo, lo que nos proporcionan los Juegos Olímpicos.