Una bandera de la UE ondea ante el Big Ben, en Londres.

Una bandera de la UE ondea ante el Big Ben, en Londres. Paul Hackett Reuters

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¿Qué Unión Europea?

Manuel Ángel Fernández Lorenzo
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Una de las causas que nos parece más importante, entre las que actúan en la crisis económica que está golpeando con más fuerza a los países del Sur de Europa, y especialmente a España, es la Idea de Europa que domina en las cabezas de los líderes políticos que actualmente gobiernan en la mayor parte del continente europeo. Se trata de construir Europa como un Super-Estado Federal, según el modelo de los Estados Unidos de América, con un poder “terrenal”, unificado por el poder económico de una única moneda, el Euro, sometida a un Banco Central, y un poder “espiritual”, alimentado por un humanismo idealista basado en los ideales del progresismo democrático más utópico. Con ello se pretende adquirir un poder de peso internacional, equiparable a los grandes Estados “continentales” como USA, o China, basado en la unión de los Estados europeos soberanos occidentales y los europeo-orientales que han recuperado su soberanía tras la caída del Muro de Berlín.

Todo parecía seguir un curso de creciente progreso, a golpe de Tratados, Acuerdos, Referéndums, aislamiento de los países euroescépticos, como Inglaterra, etc., cuando, de pronto, la moneda única entra en crisis por los desastrosos efectos que su aplicación conlleva, y además triunfa el brexit en UK. Frente a esto, la solución que se continúa proponiendo consiste en una mayor cesión de soberanía que alcance a la propia fiscalización de las políticas internas de los Estados miembros. Parece una propuesta muy racional sino fuera que la razón, cuando sueña, suele producir monstruos. En este caso, empieza a asomar el monstruo de un neo-imperialismo alemán, debido al indiscutible papel de Alemania como “locomotora económica” europea.
Europa parecía encarrilada en su “empresa” ilusionante de la Unidad Europea, pero se vio aquejada por dos contagios que amenazaron epidemia: por un lado, un anti-americanismo creciente que parece resurgir tras el triunfo de Donald Trump, derivado de la Guerra Fría y de la descolonización, manifestado con ocasión de las Guerras de Vietnam y de Irak; y por otro lado, la creencia alemana y francesa, principalmente, de que la superioridad cultural europea, frente a la prepotencia arrasadora de la “cultura americana de masas”, sólo podía preservarse, a largo plazo, consiguiendo la independencia y autonomía política y económica, frente al Imperio yankee, ante sus primeras dificultades por seguir controlando el orden económico y cultural mundial tras la llamada Globalización.

Sin embargo, el anti-americanismo es algo contra-natura para la Unidad Europea, pues el Proyecto de Unión Europea, en el que nos hayamos inmersos, no puede olvidar que su origen está en el sacrificio y apoyo bélico y económico de los norteamericanos, sin el cual no habría la actual Europa civilizada y tolerante. Pero, además, es necesaria la intervención arbitral norteamericana en la política de balance of power, necesaria para una Unión, no federal y unitaria, sino confederal y plural, en la que se conserven las naciones. EEUU, la democracia más estable y duradera, después de la inglesa, no debería levantar suspicacias de conducirnos a nuevos despotismos políticos.

Los europeos debemos reconocer su superioridad política en un sentido similar a como los griegos más conscientes acabaron reconociendo la superioridad política romana. Pero a cambio, así como los romanos aceptaron la superioridad de la cultura griega y la extendieron por todo el mediterráneo de la mano de su gran poder y autoridad política, los norteamericanos deben aceptar la superioridad de la cultura europea continental, frente a la cultura meramente anglosajona que hoy los domina, hacerla suya y propagarla. Eso está ocurriendo, de hecho, en los últimos tiempos, con manifestaciones culturales muy variadas como las que van desde la humilde cultura culinaria, que va imponiendo la superioridad de la llamada “dieta mediterránea”, hasta productos culturales más excelsos como el pensamiento filosófico, que está dando un giro espectacular pasando del dominio de la “filosofía analítica” de procedencia inglesa a la creciente influencia de las tradiciones filosóficas continentales franco-alemanas de Husserl, Heidegger, Merleau-Ponty, etc. En tal sentido, la exclusiva dieta de la filosofía analítica inglesa habría sido tan nefasta para la cultura norteamericana como la dieta de los “burger” para la salud de sus ciudadanos.

Por tanto, es necesario redefinir la Unidad Europea abriendo una discusión bajo estos presupuestos y no considerar maniqueamente la alternativa simple de que no estar en el Euro o en la mentalidad dominante franco-alemana es salirse del proyecto de Unión Europea. Al margen de que deben contemplarse otras posibilidades para España, como la proyección industrial hacia hispano-america, siguiendo, en esto sí, el pragmático ejemplo de los ingleses que tienen un pie en las instituciones europeas y otro en su Commonwealth.

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