La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, en un acto reciente.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, en un acto reciente. Efe

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Cifuentes y "las rubias" de Chandler

Federico Echanove
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Aunque puede que muchas de las airadas respuestas que recibió procedieran de gentes que no leyeron la totalidad de la entrevista de la polémica, estaría bien que, después de haber incendiado las redes sociales de protestas feministas, Cristina Cifuentes nos explicase qué es lo que ella entiende por "hacerse la rubia" ante los hombres para obtener réditos políticos.

Más que nada, porque aunque desde tiempo inmemorial existe un estereotipo de rubia tonta y algo facilona en la cultura popular, también se ha cultivado desde hace más de un siglo otro aún más rico en matices y que bebe menos del tópico (que es lo que en literatura o en cine dota a una obra de calidad artística, si el personaje se construye bien): el de la rubia peligrosa, que cuando en la ficción supera el estereotipo, y adquiere encarnadura singular, se convierte en variante individual del arquetipo de la mujer fatal.

Y sería el conocido autor de novela negra Raymond Chandler quien en el contexto literario y cultural en que nacieron las "rubias peligrosas" (y quizá también las tontas), quizá por ser consciente de haber contribuido, y mucho, a crear el arquetipo (y el mito) -y valgan como ejemplo algunas de sus primeras obras, como El Sueño Eterno (1939) o Adiós Muñeca (1940)- quiso teorizar brevemente sobre las mujeres rubias, ya en los años 50, en una de sus obras más ambiciosas y crepusculares, El Largo Adiós (1953). Y establecer por boca del protagonista habitual de éste y sus anteriores relatos, Philip Marlowe, toda una taxonomía al respecto.

Y es que según divaga en el capítulo XIII de esta novela en un riquísimo monólogo interior el alter ego de Chandler (manejo una traducción de Carmen Márquez Odriozola, editada por Carroggio en 1974), con la salvedad de las teñidas, todas las rubias tienen "sus puntos": desde las pequeñitas y monillas "que hablan como un pájaro", a las "altas y estatutarias" que te dejan sin respiración con su "mirada helada". Luego estarían las muy perfumadas que tras mirarte "de la cabeza a los pies" se te cuelgan del brazo, pero siempre argumentan que están muy cansadas cuando las acompañas a casa. Muy distintas a "las blandas y alcohólicas", las más apegadas al abrigo de visón y al champán y las de más accesibilidad erótica.

Y qué decir de esas otras rubias más pequeñitas y pizpiretas que, al parecer, también entonces solían ser “excelentes compañeras” y buenas amigas, y que, según escribía Chandler en 1953, "siempre quieren pagar su parte" en los gastos, además de ser las mujeres más "llenas de sol y de sentido común". Y que a veces hasta “saben judo y pueden tirar a un conductor de un camión por encima del hombro sin alterarse lo más mínimo”. Otra categoría sería la de las pálidas, lánguidas e intelectuales, que leían a Kafka y a Kierkegaard, "llenas de sombras" y que parecen no ser muy del agrado de Chandler. Y, ya por último, las "maravillosas piezas de museo" que terminan casándose de modo sucesivo con varios millonarios a los que sacan la pasta antes de vivir en una lujosa mansión como viudas o divorciadas, asediadas por una bandada de “aristócratas apolillados”.

Aunque estas consideraciones, que en gran parte he resumido, las efectúe un ya maduro detective de ficción respecto al tipo de mujeres que más ha frecuentado, no dejan de ser también un reflejo de las relaciones entre hombres y mujeres en determinados ambientes de los Estados Unidos en la primera mitad del pasado siglo. No faltará quien diga que, si bien van mucho más allá, por los matices, y por la magistral capacidad de Chandler para pintar caracteres, del tópico de la rubia tonta y/o peligrosa, vistas hoy en día, resultan machistas o demodé. Pero a donde quiero llegar no es ahí, la cuestión no es esa. Lo que realiza Chandler, por boca de Marlowe, al margen de su sentir personal, es un magistral retrato de una época en la que, por más que la sociedad norteamericana fuera bastante avanzada, la mujer, incluso en entornos urbanos, seguía jugando un papel muy subalterno respecto al hombre. Y sobre lo que quiero llamar la atención es sobre el hecho de que 64 años más tarde Cifuentes se haya remitido a ese mismo imaginario femenino de "las rubias" tan habitual en la novela negra para referirse a su actividad en un mundo de hombres. Y a que lo haya hecho valorándolo como algo positivo para obtener réditos políticos y desempeñar mejor su trabajo.

Y es que no cabe duda de que dicho imaginario, gústenos o no, y sea más o menos reconocible en la actualidad, sigue muy vivo en nuestras mentes. Seamos hombres o mujeres y quizá también con independencia de nuestra edad.

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