A Rajoy se le atiza, con razón, por su falta de carisma y por esconderse siempre que puede: detrás de un plasma, eliminando la posibilidad de ser preguntado o, directamente, confundiendo al enemigo -así trata a los periodistas- con circunloquios imposibles.
Ese es Rajoy cuando juega fuera de casa, un animal aparentemente débil que tiene en su impostada figura de inseguridad un parapeto inexpugnable. A Rajoy se le atiza, con razón, por esconderse siempre que puede.
Sin embargo, cuando Rajoy sube los peldaños de la tribuna se metamorfosea y se convierte en un orador excelso... incluso con sus lapsus. Es irónico, con giros culturetas y codifica recados a diferente longitud de onda para que cada cual agarre el suyo.
Rajoy en el Congreso de los Diputados se convierte en una criatura muy diferente de ese Rajoy que se esconde o se presenta como un pasota cuando le conviene estar en Rajoy. Estar en Rajoy es, básicamente, no moverse, no hablar, no molestar, no ser y no estar.
En el Congreso hay una diputada que, como Rajoy, sale siempre ganando cuando sube a la tribuna de oradores. Ana Oramas, de Coalición Canaria, tiene un tono relajado, no grita, no habla con desprecio, tiene un lenguaje verbal cándido y amable. Oramas es gloria para el parlamentarismo. En poco más de cinco minutos destrozó a golpes las largas horas de cháchara de Pablo Iglesias.
La nonata moción de censura presentada por Iglesias ha recibido pocos elogios en general. En el caso de Oramas, no dudó en utilizar los adjetivos "inútil", "absurda" e "improductiva" precedidos por el adverbio "absolutamente" para dejar claro que la moción presentada por Podemos era puro teatro. Frente a las horas de intervenciones de Rajoy, Montero o Iglesias, Oramas trabajó un discurso tan sencillo como el fútbol bonito. Cortito y al pie.
Oramas fue directa a por Iglesias con una prosa parlamentaria casi perfecta. Los largos discursos de los actores de la moción tuvieron en Oramas un contrapunto sin grandilocuencia pero con efectividad. Iglesias salió al estrado a defenderse y la despachó con unos segundos.
Esta moción de censura sin futuro ha servido, al menos, para poder engancharse al canal del Congreso una vez más y respirar tranquilos afirmando que más allá de los titulares efectistas de Rufián, Hernando o Iglesias, el parlamentarismo español tiene brotes verdes de lucidez política y retórica.