El alley oop: un balón vuela hacia canasta desenfocado y blando, unas manos inesperadas lo recogen y machacan el aro. Balón, manos y aro en la misma secuencia necesitan un desencadenante, un agente provocador. Alguien inmune a tedio y vulnerable a lo imprevisto. Ese es Sergio el Chacho Rodríguez, el jugador que no ves jugar, sientes respirar el juego. El deportista que necesita una chispa para incendiar el ordinario partido a partido. Una vez, durante su primera estancia en Estados Unidos, le preguntaron por el día a día de un español en el corazón de la NBA. “La vida es normal -contestó-, pero sin jamón”.
Para los madridistas algo talluditos, Sergio Rodríguez significaba la perfecta mezcla de aquel base que apenas alcanzamos a disfrutar, Carmelo Cabrera, con aquel otro que fue lección magistral de nuestra educación baloncestística, Juan Antonio Corbalán. La unión del director de juego intermitente y creativo con el dominante y ejecutor. Raúl López también fue destinatario de esta aleación. Lastima que su pertenencia a plantillas no muy boyantes y las lesiones le negaran una continuidad que sí disfrutó el Chacho.
El catalán y el canario son bases con descaro y con eso que llaman visión periférica, pero no la utilizan para ser meros asistentes de sus compañeros. Sus singularidades los llevan a adivinar dónde están situados en cada momento los nueve jugadores restantes y así controlar el partido. Y aprendieron cuándo el toro pide faena de aliño y cuándo hay que echar la pata p'alante.
Vuelve el Chacho al Palacio, al lugar donde vivió sus horas más productivas. Esta vez lo hace de visitante y rojo (¡Rusia es culpable!). El CSKA de Moscú se hizo con sus servicios este verano, tras otro periplo poco glorioso en una franquicia segundona de la NBA. Algunos seguidores del Madrid lo tomaron como una afrenta: el traidor que potencia a un rival europeo directo, muy disminuido por la marcha de Teodosic. Otros, como triste y enésima constatación de que, en baloncesto, el club blanco vive y pesca en unas aguas cuya jurisdicción no somete. Lo que no sucede con el fútbol. Y no se trata de una simple cuestión de dinero, sino de dinero y prestigio. Es decir, Florentino podría fichar a Messi, pero no a Curry. Esto lleva a la afición al desasosiego. Ayer fue Sergio Rodríguez, más pronto que tarde será Luka Doncic, luego le tocará a Ayón… ¿Y Llull? Será capaz de aguantar la presión de un fajo de dólares llegado desde Houston y clavado en la puerta de su casa con un cuchillo bowie.
Aplaudir o pitar a Sergio Rodríguez durante todo el partido es una disyuntiva maximalista. Muy querida por el periodismo deportivo mainstream e impropia de una grada que la ha visto de todos los colores. Se puede agradecer al Chacho sus servicios prestados en el pasado lejano con una ovación cuando salte a la cancha. Y tener presente el pasado cercano de Milán cada vez que toque la pelota. Y no olvidemos que sobre el parqué estará Doncic y su descaro reivindicativo ante un antecesor tan ilustre. El Real Madrid tiene argumentos suficientes para hacer frente al poderío moscovita. Es un equipo que, cuando quiere, crece desde la defensa para exorcizar cualquier tipo de inquietud. Inquietud que puede ampliarse a mosqueo si, por las circunstancias del partido, en el alley oop las manos que recogen y machacan el balón lanzado por el Chacho son la de Othello Hunter.