El ser humano evoluciona, al menos sobre el papel es lo que dictan los enunciados de los textos científicos. Si bien de un día para otro, estas escaladas evolutivas son inapreciables, echando un vistazo por épocas, sí que se puede ver que algo en efecto, sí que vamos cambiando. Biológica, cultural y socialmente, esto puede verse más o menos claro. Políticamente también, aunque no lo parezca viendo lo que pasa, cuando las mayorías parlamentarias absolutas y simples, nacionales o regionales, pretenden obcecarse y permanecer rígidas, hasta que no les queda más remedio que cambiar, para desatascar el sistema.
Supongamos entonces, que el parlamentario y el diputado, son seres humanos: solo supongámoslo. Y que por un momento les consideramos como seres vivos dignos de evolucionar. Supongamos también, que el votante es también un ser humano, y que podemos aplicarle las mismas reglas evolutivas. Los cambios, las transiciones, las mutaciones y la adaptación al medio se dan en el individuo, cuando éste se enfrenta a una realidad, para la que previamente no tiene una respuesta previa. Se ve obligado a actuar, pensar o reaccionar de forma diferente a como está acostumbrado, para superar una situación que le somete a examen. Cuando consigue dar ese paso, solo y solo entonces, podemos decir que el individuo ha evolucionado. Lo harán él y todos aquellos y aquellas, que sean capaces de coronarse como aptos, al saber renunciar al mismo camino de siempre, para adaptarse a esa nueva situación.
Pues bien, este cambio parece que solamente se da, cuando al sujeto no le queda más remedio que renunciar a lo que conoce, para adaptarse a lo nuevo. No con agrado, ni con satisfacción: nadie dijo que el proceso evolutivo fuese un camino opcional y voluntario. Estos saltos, solamente se dan en la naturaleza, cuando al animal o la planta, no les queda otra y cambian, porque el que no cambia, no dará una siguiente generación y se extinguirá. Y suponiendo que no seamos plantas, solamente nos queda aplicarnos en lo que a política se refiere, algo de hominización. La evolución nunca entendió de realidades paralelas, ideologías o emociones. Por tanto, aferrarse estos objetos intangibles que tanto peso tienen en política, quizás sea más piedra de tropiezo, que herramienta de caza o apero agrícola. El orgullo nunca hizo evolucionar a nada, ni a nadie… ni siquiera a las piedras que no se mueven por voluntad propia.
Llego a la conclusión, de que el votante siendo libre en su opción, goza de pleno a la hora de elegir. También llego a la conclusión, de que el parlamentario o diputado, goza de pleno derecho a la hora de actuar, según el compromiso adquirido en su programa electoral, acorde al marco legal que como parlamentario, se somete y debe acatar. Por tanto, la única forma de evolucionar políticamente hablando, es que el cambio, suba desde el votante hasta el parlamentario, de forma que las proporciones resultantes, fuercen a evolucionar, y no a morir en el intento a base de realidades paralelas, orgullo, ideologías y emociones. Y para que esto ocurra, un voto tiene que valer lo mismo aquí, en Madrid, en Barcelona, en Bilbao, en Sevilla o en Don Benito. Porque si los votos no valen lo mismo, el orgullo, las realidades paralelas y las emociones de unos pocos, pueden impedir que sigamos evolucionando.