Corría el año 1990 cuando pasó a la historia política la imagen de Manuel Fraga, rompiendo la carta que le había escrito José María Aznar, a modo de “dimisión preventiva”, tras comunicarle su designación como presidente del Partido Popular, rechazando aquellas líneas con la expresión de “ni tutelas ni tu tías”; tan célebre como la leyenda sobre la recomposición de aquel documento por parte de Álvarez Cascos, para su custodia.
Más de trece años después, en un caloroso día de final de agosto de 2003, Aznar desveló el resultado final del casting con el que mantuvo entretenidas las aspiraciones sucesorias de los tres posibles candidatos, seleccionados por él mismo, para reemplazar su liderazgo al frente del PP, con expectativas alentadas a golpe de los renglones torcidos de su famosa, archiconocida y exhibida libreta azul.
Rajoy fue el elegido, el favoritismo de Rato se desvaneció entre la leyenda de que fue él mismo quien se descartó ante el oropel del FMI o que se debió a lo que a Aznar ya le constaba, por entonces, de su número 2 en el Gobierno; mientras que Mayor no encontró, ni antes ni después, otro rol que el de outsider.
Casi quince años después, quien fue designado sucesor, a título de presidente nacional del Partido Popular, habiendo hecho virtud del principio de “quien resiste gana”, sin administrar la necesaria regeneración de su partido desde el poder, lo ha abandonado abruptamente y ya ejerce como registrador de la propiedad en Santa Pola, no sin antes haber convocado un congreso extraordinario en el que debe ser elegido el nuevo líder, haciendo exhibición pública de su neutralidad. Fue beneficiario digital, pero no quiere ungir a nadie, quizás para evitarse desazones como las que ha tenido Aznar con él, hasta exhibir su enfado y reconocer su “presunto” error.
El PP se enfrenta, por primera vez en su historia, a la elección de su nuevo líder a través de un proceso abierto a su militancia, aunque condicionado en una segunda vuelta en el que el criterio de sus compromisarios matizará la voluntad que expresen sus bases, y el estrecho plazo de presentación de candidaturas (tres días) se ha culminado con un sorprendente número, por infrecuente en procesos como éste, de siete, lo cual no hace sino dar el contrapunto adecuado al nulo debate interno exhibido hasta ahora.
En una competición que estaba diseñada para que dos candidatos se enfrenten entre los contrapesos de los compromisarios en el Congreso, las siete candidaturas incluyen tres perfiles menos conocidos que pueden encerrar la sorpresa habitual, a través de José Ramón García Hernández (secretario de relaciones internacionales), José Luis Bayo (expresidente de NN.GG. en Valencia) y Elio Cabanes (concejal en Font de Figuera). Pero el espectáculo y el morbo están garantizados con el enfrentamiento de la todopoderosa secretaria general, Cospedal, y la persona que más influencia acumuló en el Gobierno de Rajoy, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, quienes no han eludido nunca su mutua y merecida fama de “enemigas íntimas”, la una de la otra y viceversa.
La verdadera sorpresa dentro de las candidaturas presentadas es Pablo Casado, hasta ahora vicesecretario de comunicación del PP, con vínculos tanto con Esperanza Aguirre, como con Aznar y miembro de la Ejecutiva Nacional presidida por Rajoy, quien ha enarbolado la bandera de la juventud y del cambio generacional, como herramienta de regeneración. Sin que pueda pasar desapercibido que ha acreditado el mayor número de avales presentados, con más de 5.000, habiendo reclutado para su candidatura a dos miembros de la Ejecutiva actual: Javier Maroto y Andrea Levy.
José Manuel García Margallo, dice poner su objetivo en impedir que fragüen las opciones de la exvicepresidenta, desde luego parece ser que el equilibrio entre sorayos y antisorayos en el Gobierno de Rajoy, era algo más que una leyenda periodística.
Pero lo más sonoro del proceso de presentación de candidaturas ha sido la ausencia de quien todos suponían la solucción para el puzzle presentado por Rajoy con su desbandada, en la piel de Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia como ganador de las elecciones autonómicas de 2009, 2012 y 2016, pero cauto y prevenido “no candidato” nacional, alertado ante la lluvia de dossieres que puede incluir la tormenta por el liderazgo popular; consciente de su pasado y escarmentado ante ejemplos como el del final dado al caso Cifuentes.
Las pruebas de unas convalidaciones universitarias de Pablo Casado parecen no aparecer, marcando con ello el inicio de un espectáculo en el que unos corren para un lado y otras para otro, se busca liderar la regeneración de un partido político pero, de momento, a lo que más se asemeja es a una carrera, cuando no desbandada, en el que tod@s corren como pollos sin cabeza, fragmentados en facciones mientras la palabra unidad no se les cae de la boca… y es que nada desune más que la pérdida del poder.