Mientras el mundo se encuentra distraído por el coronavirus y la preocupación por la salud desborda el área de las ocupaciones humanas, en el territorio europeo se dan hoy algunas de las batallas más importantes por mantener encendidas las luces de la libertad.
Como siempre suele suceder el ímpetu no viene de los políticos, sino de personas normales, aparentemente grises que valientemente han decidido luchar y dar la batalla por algunas de las libertades básicas ciudadanas: la lucha por la libertad individual y colectiva como nación, la lucha por la libertad de expresión y por la libertad de pensamiento, la lucha por la difusión del conocimiento y la información veraz, y la defensa de la inviolabilidad de la dignidad humana.
Para lograr la consecución de estos objetivos no dudan en poner en riesgo, ni sus propias vidas, ni sus trabajos, ni su bienestar, ni su salud, todo ello está en juego cuando deben enfrentarse a dictadores, o a dirigentes autoritarios, algunos de ellos miembros de la Unión Europea, que degradan, día a día, los restos que quedan de la democracia en sus países.
En el caso de Bielorrusia, es admirable la revuelta ciudadana que ha puesto en jaque al régimen dictatorial de Lukashenko que dirige el país con mano de hierro desde hace veintiséis años, y contra el que se alzan cada semana, con motivo del fraude electoral en los comicios del nueve de agosto. Manifestaciones que el régimen de Lukashenko reprime violando los derechos humanos más elementales de la población.
Importantísimo en este alzamiento el papel que han jugado las mujeres, que han cogido la antorcha de la revuelta, sin que les temblara el pulso y que marcan, pese al incierto resultado que depare la situación, lo que es el declive de Lukashenko, que únicamente se mantiene por el respaldo recibido de Putin, que considera a este país su patio trasero.
El mundo asiste atónito a este pulso por la democracia que constituye uno de los rayos de esperanza que hoy nos iluminan y cuyo ejemplo de revuelta pacífica asombra al mundo y nos saca los colores a los europeos, al no respaldar con prontitud, ni firmeza necesaria, el derecho de los bielorrusos a definir su destino.
Más de cinco semanas ha tardado Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para manifestar que no reconoce los resultados electorales de Bielorrusia, y para darse cuenta que la democracia, la libertad y la igualdad europea moralmente se juega en este rincón de nuestro continente. Está por ver si más allá del no reconocimiento de los resultados de la elección y algunas sanciones la UE es capaz de enfrentarse a Putin para evitar, en Bielorrusia, la dictadura con que Rusia somete a los que cree países súbditos: Ucrania (Donbass y Crimea), Moldavia (Transnistria), Georgia (Abjasia y Osetia de sur), etc.
Pero las revueltas pacíficas también se dan hoy, a nivel interno, entre los miembros de la Unión Europea, Unión que permite crezcan en su seno la corrupción en la utilización de los fondos europeos y derivas autoritarias por parte de determinados gobiernos en ejercicio como si constituyeran el normal devenir político de nuestro tiempo, sin que los viejos y obsoletos partidos conservadores y socialdemócratas, que dominan desde hace décadas la representación política europea, hayan dado un golpe definitivo para parar estas anomalías corruptas y antidemocráticas que hoy se dan en su seno.
Persisten hasta hoy las manifestaciones que desde hace meses piden la renuncia del presidente búlgaro Boyko Borisov por corrupción, y como señaló, desde hace años, el profesor Krastyo Petkov, “el pueblo búlgaro está reclamando un voto directo. Quiere participar en las estructuras de poder y ocupar un lugar en el proceso de toma de decisiones, sobre todo en lo que respecta a la distribución de los recursos”.
Y, en el caso de Hungría hay que resaltar dos hechos importantes acaecidos en los últimos meses, notable ha sido la renuncia de todos los profesionales de la agencia informativa INDEX a sus puestos de trabajo, casi cien personas, por no estar de acuerdo con el comisario político que delegó el gobierno para embridar la independencia de la agencia, o la batalla abierta que hasta el día de hoy mantiene la escuela universitaria de teatro en Budapest, donde profesores y alumnos luchan para mantener la libertad de pensamiento y de expresión contra el nuevo "rector" que impone el gobierno, de marcado carácter nacionalista.
Un cambio cualitativo se ha dado en estas protestas, es la primera vez que un importante número de profesionales han preferido perder su trabajo a aceptar las consignas autoritarias que hoy gobiernan Hungría, lo cual antes nunca se había dado.
Todos estos hechos indican que algo se mueve en esta parte periférica del núcleo duro de Europa y que ciudadanos conscientes ha decidido enfrentar abiertamente, pese a los riesgos que corren, las decisiones de sus regímenes dictatoriales, iliberales o corruptos.