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El patíbulo del amor: la boda

Manuel Asur
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En la boda se desatan todos los silencios. 

Lo que antes era alborozo, ilusión, porvenir, se cumple en una ceremonia más allá de la cual se abre un abismo. Un abismo donde los sentimientos adquieren diferentes colores. Otros colores más tangibles: los colores de la cotidianeidad, de la rutina, del contraste entre el amarillo inocente de antes y la niebla gris del después. Por tanto, la boda es disfraz, simbólica de un himeneo que se sabe roto. Y que el vestido blanco de la novia disimula, ritualiza en una bendición, en una misa, en una promesa tan vacía como los anillos esponsales.

Casarse es, pues, un rito. Una nostalgia estética. Una danza inmóvil ante el vértigo de la orquesta, de las sirenas, de la propaganda ideológica. No en vano el filósofo Kant recomendaba el matrimonio de razón. Es decir, por interés económico. Sin que necesariamente se le sometieran sentimientos y apetencias. La elección es clara: patíbulo o amor. ¿Por qué conducir el amor hacia el patíbulo, hacia la boda consagrada, hacia el silencio institucionalizado, hacia el comportamiento doméstico?

Declaremos el amor animal no doméstico y si es posible, invertebrado, insecto alado, vagabundo, abeja que liba en el arco iris y labora miel multicolor.

Quien celebra el amor purifica el canto y la palabra, el que de él hace una boda eterniza la sed. Sed insaciable porque no bebe, diseca, desconvoca la flor.

Desde los recintos verdes del Norte, el poeta convoca las claridades sureñas a una nueva biología del color. A una nueva biología del velo blanco, del sol sin rejas, sin bodas de votos y sangre.

EL FRACASO

Contempla los impávidos rincones

de la plazuela que el tiempo pisa como un fósil.
Su silencio sillar se extiende
hasta los ecos de tus tacones,
mientras una férula de solemnes simetrías
te raspa las sienes como a suelas de zapatos.
Eres un centauro herido, doble sed que serpea

sobre el rudo pavimento,
¿por qué no buscas otros labios entre los rasurados líquenes?
Cure el lento libar el miedo

y si en tu copa aún persiste su presagio,

sorbo a sorbo siempre espera,

pues no hay en el sabor lugar para el mal trago

si el vino en tu boca reverbera, libre

de nupcias y de estragos,

tal como enseña el maestro de maestros: el fracaso.

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