Opinión

La fiesta de la democracia

Juanma Moreno en uno de los pasillos de San Telmo, sede de la Junta de Andalucía.

Juanma Moreno en uno de los pasillos de San Telmo, sede de la Junta de Andalucía.

Las elecciones andaluzas han concluido y han sembrado varias ideas. Estas ideas, empero, no son nuevas, sino corroboraciones de tendencias que sobrevuelan desde hace décadas la política española. Con el ocaso de la jornada deliberante, pudimos contemplar el triunfo del PP, la rezagada medalla de plata del PSOE y la parálisis o decadencia de las demás formaciones. Al salir de la (platónica) caverna electoral, los resultados nos brindaron una consolidación del bipartidismo y, asimismo, descubrieron un elocuente factor: más del 41% de los andaluces decidió no participar en la votación.

La máscara de la muerte roja es un cuento de Poe que plantea un escenario escalofriante. Los nobles de un reino medieval se recluyen y celebran una mascarada mientras el pueblo llano sufre los estragos de una letal enfermedad. El ambiente en la fiesta es lúdico y despreocupado, salvo por un gigantesco reloj que interrumpe, periódicamente, la diversión con su terrible y trágico tañido. Los nobles quedan anonadados e inmóviles cada vez que el reloj suena, mas, al término del estremecedor canto, ignoran lo sucedido y continúan la fiesta como si nada hubiera pasado.

En la fiesta de nuestra democracia, el sonido del reloj ha vuelto a sustanciarse. No es la primera vez que obtenemos cifras de no participación elevadas. Ya ocurrió en los anteriores comicios andaluces, en los que más del 43% de los electores no votó. Estos resultados reincidentes son espejo fiel de una realidad ineludible. Muchos, no obstante, intentan ignorarla, aun estando advertidos de que el hórrido sonido del reloj de la desafección política es síntoma de un mal más profundo.

Arrojemos luz, ergo, sobre el tablero de las elecciones con la intención de elucidar una explicación para este fenómeno. El resultado más destacable es la mayoría absoluta del PP. El PSOE, dominador habitual de los comicios desde el retorno de la democracia, acaba relegado a un muy discreto segundo plano mientras que las alternativas al bipartidismo avejentado decepcionan y se sumergen en las aguas de la irrelevancia.

El extravío electoral del PSOE puede achacarse a una pérdida de confianza por parte del electorado tras varias décadas de gobierno (que derivaron en frutos económicos y políticos insatisfactorios para el grueso de la población) y a la irrupción de un PP reverdecido ideológicamente. Este resurgimiento de la formación azul se explica, en gran parte, gracias a la desaparición de Ciudadanos, aquel proyecto moderado y centrista que cometió la afrenta de intentar terminar con el sempiterno sistema bipartidista existente en la España política. El PP ha fagocitado fácilmente el espacio electoral e ideológico de Ciudadanos, lo que ha conllevado la evaporación naranja.

En cuanto al resto de actores, Vox, que llegaba a la puerta de los comicios decidido a dar la campanada, ha visto frenado su optimismo y su crecimiento se ha mostrado discreto. Las dos formaciones de izquierdas, Por Andalucía y Adelante Andalucía, han cosechado sendos insuficientes rendimientos. Si sumamos los escaños de Vox (14) a los de los antes mencionados partidos izquierdistas (5 de PorA y 2 de Adelante), obtenemos 21 sillones, nueve menos que un muy tocado (y casi hundido) PSOE.

Ello viene a constituirse en una prueba más de que los Jinetes del Apocalipsis que surgieron hacia la mitad de la década pasada para desafiar el turnismo gubernamental de PSOE y PP han fracasado estrepitosamente. El bipartidismo, al contrario de lo que ciertos analistas sospechaban, no estaba muerto (nunca dio muestras de estarlo), simplemente andaba de parranda.

En resumen: todo ha cambiado para que nada cambie. Además del desaliento que esta frustrante circunstancia de inmovilismo puede causar en ciertos sectores sociales, cabría sumar a la ecuación de la desafección factores como el pobre nivel discursivo de los representantes políticos o el alejamiento progresivo del ciudadano de las altas instancias del poder institucional (instancias siempre influidas por presiones o designios ajenos al control de la población, como admitió en su momento el exvicepresidente Iglesias). Este tándem de motivos es vector de la no participación y responsable directo de que una porción nada despreciable de la demografía, lejos de creer que su intervención en política es democráticamente irrenunciable y trascendente, observe el devenir electoral como quien contempla, frente al cielo estrellado, el flujo del cosmos.

En el cuento de Poe, el adusto tañido preludiaba la irrupción de la enfermedad letal en el salón de los nobles, quienes cayeron uno a uno hasta que no quedó nadie en pie. Las instituciones en su conjunto y, en particular, los responsables políticos deberán dejar de obviar la peligrosa tendencia que el desafecto político supone y aplicar, consecuentemente, remedios efectivos mientras no sea demasiado tarde; pues, de seguir ignorando la voz truculenta del reloj, corren el peligro de quedarse bailando solos en la mascarada de nuestra democracia.